IV Domingo de Cuaresma
Ciclo "C"
Ciclo "C"
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Libertad – diversidad – perdón – abrazo – fiesta.
¡Una Familia! Distintas personalidades, distintas edades,
distintos roles, distintas maneras de concebir los vínculos, la relación con
los bienes, etc. Sin embargo a pesar o mas que a pesar, con todo esto son eso “Una
familia”. Con aciertos y desaciertos, con cercanías y distancias, con alegrías
y tristezas, etc.
El hijo menor, más rebelde e impulsivo, busca la
felicidad en tierras lejanas, lejos de su hogar y cultura. Experimenta lo
distinto y lo nuevo, lo que brilla. Sin embargo al tiempo tiene hambre, está
solo y vacío. Por suerte recapacita y vuelve.
El hijo mayor siempre obediente, víctima de su
inseguridad, no transgrede, pero no disfruta. Toma las normas y valores como absolutos. Vive
de la experiencia de otros, pero le falta complementar haciendo la propia. Se
siente ajeno en su propia casa. Para todo pide permiso aunque no lo necesite
realmente, ya que es dueño como su padre. Es víctima de sus propios miedos.
Y el padre, generoso y desprendido. Deja partir a su
hijo. Lo espera y atento ante el menor indicio de su vuelta, corre a recibirlo,
abrazarlo. Sabe que los hijos se equivocan, es consciente de la fragilidad
humana. Nada puede hacer que deje de amarlo, porque es su hijo. Al mismo tiempo
sale en la búsqueda del mayor. Lo invita a reconocer al otro como su hermano,
como parte suya, a ponerse en su lugar y compartir su alegría.
“Y comenzó la fiesta”.
Así me siento hoy, así me sentí siempre en esta comunidad
de Purísima, como una gran familia, con mi corazón haciendo fiesta.
Uhhh, cuanto para decir, cuanto tiene mi corazón en el
interior. Las palabras no alcanzan “El pasó haciendo el bien”
En esta parroquia encontré un nuevo hogar. Una nueva
familia. Un espacio para dar mis primeros pasos como sacerdote, siendo
auténtico como persona.
También pude entablar muchas relaciones de amistad, más
cercanas y otras menos, pero siempre en el mismo deseo de compartir el amor de
Jesús para cada uno.
Del mismo modo que en nuestras familias tenemos hermanos
con los que somos más afines en distintas circunstancias o momentos de la vida,
por formas de ser, pensar o por edad y esto no es signo de mayor o menor amor
por los demás, así siento que viví estos años de parroquia.
En esta comunidad muchas veces fui este hijo menor incapaz
de ponerse en los pies de los demás, buscando el bienestar o la felicidad de
manera aislada, con una mirada única. Buscando la aprobación, el éxito, la
comodidad. Es por eso que muchas veces pedí perdón y fui recibido con un
abrazo.
Fui y soy el hermano mayor, cuando me comporto de manera
juiciosa ante el comportamiento de los demás, y porque no, con envidia por la
libertad interior y exterior de otros que son mis hermanos y los siento
competencia. Cuando me paro desde la ley
y las normas de la Iglesia y en mi inseguridad doy respuestas desde ahí sin
compasión, ni compromiso. Es donde necesito ser buscado por otros que me
liberen de mis propias ataduras.
Pero también pude ser uno de esos hermanos que imagino
están en esa familia, pero que pasan desapercibidos en la parábola y que se
mantienen anónimos.
Sin embargo, mi corazón vuelve a hacer fiesta cuando
descubro que Muchas veces pude ser padre, abrazando a tantos que venían con el
corazón triste y cansado, que creían que habían perdido la dignidad, que se
sentían rechazados, sin lugar,etc, y devolverles aquello que era suyo desde
siempre y que jamás podrían perder, que es el amor de Dios y su ser hijos
amados.
Dios me regaló el don de poder acompañar, escuchar,
alimentar, entusiasmar, ver crecer y cambiar a tantas personas a lo largo de
estos cinco años y hacer fiesta cada vez que sus vidas se cruzaban con la mía.
Es en este lugar donde mi vida se llena, plenifica y
encuentra la paz. Es siendo signo de un Dios que es puro amor, misericordia y
generosidad, donde encuentro el sentido más hondo de mi existencia. Es
acercando a Jesús a quienes comparten el camino de la vida donde me encuentro
feliz. Y es en esta comunidad donde lo experimenté con más fuerza y conciencia.
Les doy gracias porque son mi Familia, por recibirme,
acompañarme y aceptarme como soy. Porque en esta comunidad el Evangelio se hace
vida encarnada y la vida cotidiana Buena Noticia. Es por eso y tantas cosas más
que están en el corazón.
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III Domingo de Cuaresma
Ciclo "C"
Ciclo "C"
Por el Pbro Alejandro Agustoni
“Si ya no te corrigen, es que han perdido la fe en ti”
este es el mensaje que me resonaba con este Evangelio.
Pero a la vez me venía una imagen a medida que rezaba.
Este verano fui a visitar a un amigo mío en Neuquén que
se dedica a la huerta en una escuela albergue. Siempre supe que era una persona
paciente y perseverante, sin embargo, cuando vi la huerta que desde hace 20
años trabaja, y que por falta de agua en el verano, año tras año tiene que
volver a empezar todo de nuevo, no dejé de sorprenderme.
Esa imagen me vino hoy al leer la parábola del Evangelio,
y descubrir que yo reaccionaría igual que el dueño de la viña y no como el
jardinero.
Cuando compartía con mi amigo el sentimiento de
impotencia que me producía esa situación, me respondió algo más. “a mí lo que
me desgasta más no es palear, sembrar o volver a empezar, sino que acá nadie
valora el esfuerzo, porque dejan las puertas abiertas y entran animales, o
cierran las canillas que podrían salvar algo de esto, etc”
Esto mismo le debía pasar a Jesús cuando veía que su
entrega y predicación del Reino ya cercano, no era recibido, ni valorado. Más
bien combatido por revolucionario, transgresor de la ley, amigo de publicanos y
pecadores.
El Evangelio comienza poniendo una situación que tiene
una mirada cultural – religiosa de fondo. EL MODO DE MORIR.
Parece que a pesar de todos los signos y palabras que
acompañan la predicación del Reino “para todos”, de un reino cercano, que
quiere traer vida y vida en plenitud para los hombres, las personas que están a
su alrededor no logran descubrir que lo importante no es el cómo, donde, ni cuando uno va a
morir (cosa que a todos nos va a suceder), sino como se está viviendo.
El gran tema es si nuestra vida se vive con sentido,
dando frutos a los demás.
El límite es algo que aparece en todo el Evangelio. Los
días de los hombres están contados. Hay un tiempo, hay límites que nos superan.
Esto nos lo mostró esta semana Benedicto con su renuncia. Es por eso que la
conversión es inminente, no podemos seguir pateando el sentido de nuestra vida
para adelante.
El Evangelio nos invita a preguntarnos: ¿Cuál es nuestra
actitud en esta cuaresma y en nuestra vida en general?, ¿en qué momentos
miramos como el dueño de la huerta, y en que situaciones estamos invitados a
ser como el jardinero?
Ante las molestias y obstáculos, ante los tiempos lentos
en algunos procesos, ante la falta de horizonte claro en ciertas situaciones, la
tentación primera y “lógica”, es la de arrancar lo que me molesta.
Este Domingo se nos invita a identificar esas tentaciones
que nos vienen por nuestras expectativas sobre nosotros mismos o el prójimo, y
no se cumplen. Las tentaciones que nos vienen por nuestras faltas de paciencia
que denotan desesperanza y por lo tanto falta de fe.
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III Domingo durante el Año
Ciclo "C"
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Muchas veces la gente se nos acerca
para preguntarnos como rezar en la vida cotidiana o más profundo aún, cómo hacer de la vida cotidiana una oración.
Esta pregunta no tiene una respuesta única, ni menos aún
estructurada en una serie de normas que nos den una receta mágica, tiene una
clave en el Evangelio de hoy.
Jesús encuentra en la Palabra que le presentan en la
sinagoga un programa de vida que explicita aquello que venía a realizar en medio
de los hombres. Que seguramente venía experimentando como llamado y en ese
momento encuentra todo su sentido.
San Ignacio llama a la vocación más profunda de cada
hombre o mujer el Principio y Fundamento para el cual fue creado. Eso que
atraviesa la vida de cada uno y lo plenifica, lo hace único y unifica.
Este principio y fundamento tiene como referencia a Dios,
a uno mismo y a los demás y contempla el pasado, el presente y me direcciona
hacia el futuro (eso que llamamos misión).
Es un hacerse, no desde las cosas, sino desde lo más
profundo del corazón.
Lemas de los sacerdotes: “El pasó haciendo el Bien” o
“Déjense reconciliar con Dios” o “Nada ni nadie podrá separarnos del amor de
Dios”
Estos lemas nos ayudan a rezar con la realidad, a
discernir cada día si lo vivimos o nos lo guardamos, y no es desde el rol que
tenemos en cada lugar, sino desde la persona unificada, llamada a vivir
integralmente todas sus actividades y no como compartimentos estancos.
¿Para qué estoy llamado? ¿Cómo vivir mi ser padre, madre,
hermano, cristiano, profesional de manera integrada e íntegra?
Yo vine para esto, y en la medida que lo pongo en acción,
mi vida encuentra todo el sentido, la alegría y el descanso del alma.
“Todos tenían los ojos fijos en Él” La gente pasa de
mirar la Palabra escrita a ver a la Palabra Encarnada.
La Buena Noticia que encuentra lo pone en acción hacia
los demás. En dar libertad, vista a los ciegos, liberación a los cautivos y
buenas noticias a los pobres que solo reciben malas cada día.
Qué lindo desafío encontrar aquello más nuestro, que
ensancha nuestra alma, eso que muchos resaltan de nosotros (alegría,
misericordia, ternura, acogida, escucha, cercanía, servicio, generosidad, etc),
y que es Buena noticia para el prójimo.
José Antonio Pagola
Buena Noticia para los pobres. Su actuación es Buena
Noticia para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo bueno; los humillados y olvidados por todos. Nos
empezamos parecer a Jesús cuando nuestra vida, nuestra actuación y amor solidario puede ser captado por los pobres como algo
bueno.
Dedicado a liberar. Vive entregado a liberar al ser humano de toda clase de esclavitudes. La gente lo siente como liberador de sufrimientos, opresiones y abusos; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores lo reciben como gracia y perdón. Seguimos a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza. Entonces creemos en él como Salvador que nos encamina hacia la Vida definitiva.
Para dar la Buena Noticia a los pobres...
Dedicado a liberar. Vive entregado a liberar al ser humano de toda clase de esclavitudes. La gente lo siente como liberador de sufrimientos, opresiones y abusos; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores lo reciben como gracia y perdón. Seguimos a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza. Entonces creemos en él como Salvador que nos encamina hacia la Vida definitiva.
Para dar la Buena Noticia a los pobres...
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II Domingo durante el Año
Ciclo "C"
Ciclo "C"
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Dormí y soñé que la vida era alegría.
Desperté y vi que la vida era servicio.
Serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría.
¿Quién diría que una reconciliación en una relación de
amistad, familiar, matrimonial o comunitaria es un milagro? ¿Quién diría que un
cambio de actitud frente a la vida es un milagro? ¿Quién diría que consolar a
alguien que está triste, desesperanzado o solo es un milagro? ¿Nadie, no? Es
por eso que San Juan pone a esto signo. El agua cambiada en vino, es similar a estas
situaciones. Lo cotidiano, sencillo se transforma y vuelve a ser factor de
alegría. También el perdón, la metanoia (cambio de mentalidad) y la cercanía
empática, son signos que transforman la realidad por el amor.
El evangelio de hoy nos quiere enseñar a encontrar la
alegría, esa que la semana pasada pedíamos para este año.
¿Quiénes son aquellos que ven el signo del agua cambiada
en vino? Los servidores que escuchan la voz de la madre de Jesús. “Hagan lo que
él les diga”. “Llenen de agua esas tinajas. Y las llenaron hasta el borde”
ellos hicieron todo lo que estaba a su alcance, no solo un poco de agua, sino
hasta el borde.
También a nosotros se nos pide escuchar como la Iglesia
nos lleva a obedecer a Jesús.
El que se pone al servicio de los demás con sencillez,
humildad y en lo ordinario de la vida, es testigo de grandes signos y presencia
de Dios. Es testigo de la alegría del reencuentro, de la esperanza devuelta,
del amor renovado en una pareja que corría el riego del fracaso, del consuelo
de quien se sentía solo.
Otro matiz interesante de este Evangelio es la cantidad
de gente invitada a la fiesta. Todo un pueblo. Mucha gente.
La abundancia, 600 litros de Vino. Y después de haber tomado.
¿Sabemos celebrar? ¿Qué miramos cuando celebramos? ¿A quiénes
invitamos?
Lo mejor está por venir.
La fiesta, alegría y amor, están en el centro del
Evangelio. Nada de esto puede acabarse.
Mirando nuestra vida cotidiana podemos preguntarnos:
¿Cuáles son mis lugares, personas o situaciones de servicio? ¿Encuentro en
ellas la presencia de Dios transformadora? ¿Encuentro en el servicio alegría o
más bien lo vivo como un peso?
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BAUTISMO DE JESÚSCiclo "C"
Por el Pbro Alejandro Agustoni
3 características que resaltan a lo largo del Evangelio de Lucas son: LA ALEGRÍA, LA
UNIVERSALIDAD Y LA MISERICORDIA.
¿¡Qué bueno sería adquirirlas para nosotros y para este
año, no!?
“Todo el pueblo estaba a la expectativa” y se preguntaban
si Juan no sería el mesías.
Jesús es parte de este pueblo y comparte las mismas
expectativas que el resto de sus hermanos. Su bautismo en el Jordán es comulgar
con ellos, pero al mismo tiempo comienza en ese momento un cambio de actitud frente
a la realidad. El Espíritu que desciende sobre Él lo lleva a trabajar sin
descanso por un cambio en la vida de las personas concretas que se encuentra en
el camino. Él va a responder con su vida a las expectativas, acercándose con la
misericordia y la apertura, que provocan la alegría a todos.
¿No dilata esta mirada nuestro corazón? ¿No necesitamos
este modo de vida personal y comunitariamente entre nosotros?
La Iglesia también está llamada a despertar actitudes que
hagan preguntar a los hombres sobre sus deseos más profundos, que se acerque a
escuchar sus necesidades, que se sienta parte de este pueblo, pero a la vez
alentado por el Espíritu y escuchando al Padre que señala a Jesús como su hijo
amado y se ponga en acción con palabras, gestos y actitudes concretas que
quiten las barreras que nos ponemos nosotros mismos y a los demás.
A lo largo del año iremos caminando en el seguimiento de
este hombre – Dios que con encuentros concretos nos muestra y enseña un modo concreto
de responder a la realidad que tantas veces nos resulta una pesada carga.
Invitados a sumergirnos en nuestra realidad y con el
deseo de pararnos de un modo nuevo, podemos preguntarnos:
¿Qué y cómo conversamos en nuestras mesas sobre la
realidad?¿Estamos tan sumergidos en la realidad que no podemos separarnos de la
tristeza y desesperanza, del miedo y sospecha del prójimo, de una mirada al
futuro desalentador?¿Es esto propio de un cristiano?
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LA SAGRADA FAMILIA
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Hace un tiempo en una comida con mi familia conversábamos sobre una
serie: “La Familia
Ingalls” y me sorprendió ver cuántas miradas distintas se
podían tener sobre lo mismo.
Para unos era la familia ideal, perfecta. Llenos de amor, todos se
querían, sin errores, etc.
Para otros nos parecía más una familia real, con muchos dramas, pero
con valores que acompañan la resolución de los conflictos.
Un poco eso pasa cuando se lee el Evangelio. Uno puede tener una mirada
piadosa y generalmente acompañada por la moral, o se lo puede leer desde una
visión encarnada en la realidad y que busca la dignidad de cada uno. Algo a mi
entender más profundo que mirar solamente las acciones u hechos concretos, sino
motivaciones e itinerarios de crecimiento.
Hoy celebramos la sagrada familia, y podemos hacerlo desde una u otra
de estas claves. La familia moralmente buena, perfecta y que nos invita a la
piedad, o la que nos confronta con nuestros defectos, fragilidades y miradas,
invitados a asumirlas y trabajarlas (Encarnación).
El Evangelio de hoy creo yo que es muy sanador para esto.
En primer lugar estamos ante una familia ensamblada. Como muchas en
nuestra época. María es madre de Jesús, pero no José en sentido estricto. Él es
padre adoptivo.
María y José son en este evangelio unos descuidados y podríamos decir
irresponsables. A uno que le contaran una situación similar, creo que diría
algo así como: ¡No lo puedo creer, son unos….!
Tres días tardaron en volver a Jerusalén. Nunca empezó a caminar con
ellos en la Caravana. No
se perdió en el camino, sino que nunca salió.
A veces pensamos que ser padres perfectos es hacer todo bien. Bueno,
acá la Palabra
nos cuenta otra cosa.
Jesús es un adolescente desconsiderado, impulsivo y contestador. (como
todo adolescente que empieza a buscar su propio camino). Es verdaderamente
humano y se comporta como un chico de su edad. No puede ponerse en los pies de
sus papás y entender lo que les provocan sus actitudes y comportamientos.
María lo reta, y Jesús contesta, pero después obedece. Se da cuenta que
no se puede vivir sin una familia que nos haga crecer. Ya habrá tiempo para dar
a conocer lo que hay en el fondo de su corazón. Por ahora necesita “Crecer,
en sabiduría, estatura y gracia”.
María y José se maravillan al verlo hablar con los doctores de la Ley…. Capacidad de sorpresa
Aceptar el camino de cada uno…. Pero a la vez esperar el momento justo
para hacerlo
Vivir la comunión en la diversidad, que enriquece, que incomoda….
“María guarda estas cosas en el corazón” ante el misterio de
cada persona, la actitud de guardar, de esperar a entender.
Este Evangelio por lo tanto, es
por un lado sanador de nuestros límites, de nuestros procesos madurativos; pero por otro lado es
un desafío a preguntarnos la clave de qué y cómo leemos el Evangelio. Un
desafío a poner la Palabra
en medio de nuestra familia y escuchar lo que tiene para decir a cada uno, sea
Padre, Madre, Hijo/a o Hermano/a.
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NOCHE BUENA
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Dinámica disparadora: Con una pila grande de regalos a la
Derecha y una cajita chiquita a la izquierda.
Estas cajas son todos los problemas que nos aquejan
cotidianamente. En la realidades personales, familiares, comunitarias y como
País.
Problemas personales:
Desanimo: al mirar una realidad no tan alentadora
Falta de coherencia entre la Palabra y el Ejemplo
EL MANEJO DEL TIEMPO, la angustia que da el tener que
priorizar, discernir lo más importante ante tanto, tanto estímulo...estímulos "buenos"
muchos pero que atentan contra la "intimidad", "lo
natural", "la familia y los seres queridos sin importar la imagen, el
facebook, el valor del encuentro por lo simple y profundo....
La competencia entre el atractivo inmediato y
lo que vale la pena pero requiere de "paciencia", de "saber
esperar", de respirar hondo, de "confiar"...
el egoísmo que nos cierra los ojos a las
necesidades de los demás y que nos hace ver nuestros problemas más grandes.
El no animarnos a más… cuando algo en nuestro
corazón nos dice que queremos hacer algo más… pero después por comodidad o por
miedo no nos animamos a dar el paso…
EL no saber disfrutar el hoy, pensando siempre en el
futuro o quedando atados al pasado…
A nivel comunidad:
el debilitamiento de los compromisos a largo plazo.
El Individualismo: que cada uno viva pendiente de
sus cosas y que no mire mas allá…
Problemas del país:
La división que lleva al enfrentamiento y odio que se ha
gestado (en donde el que piensa o vive distinto, se convierte en una amenaza y
en una sospecha para el otro).
La falta de justicia
La violencia, narcotráfico.
la imprevisibilidad e inseguridad física, laboral y económica
creciente.
¿Cuántas cajas con problemas, no?
Esta es la respuesta de Dios.
Un Bebe. Una vida
frágil, indefensa, necesitada y dependiente. ¡Qué poco! Y cada Navidad es lo
mismo.
Entonces uno se pregunta:
¿Qué celebramos hoy? El nacimiento de un hombre,
Jesús. Y lo hacemos porque con su vida
por nuestra historia humana, personal, comunitaria, social, pasó y sigue
pasando haciendo el Bien.
Este hombre trajo un modo nuevo de amar, y lo hizo con
coherencia hasta el final, no respondiendo a la violencia, con más violencia.
No imponiendo su verdad, sino proponiendo adherirse con libertad. No seduciendo
con marketing, sino desde la honestidad e identidad de su persona y misión.
No vino con fórmulas mágicas, sino sencillas y posibles
para todo hombre de buena voluntad dispuesto a ponerlas en práctica.
Porque no quiso uniformarnos en un solo modo de pensar y
actuar, sino a vivir desde nuestra identidad más profunda, la de hijos de Dios,
viviendo la unidad en la diversidad, siendo imagen y semejanza de un Dios
trinitario.
No nos trata como un número para llenar Iglesias, para
conformar un ejército que convenza a todos de seguirlo. Bien distinto al motivo
del lugar de Nacimiento en Belén, que es fruto de la mirada utilitarista del
jefe de turno (en ese caso Augusto), sino que nos mira como individuos.
Yo en Jesús encuentro la respuesta; en Él encuentro al
amor encarnado. Encuentro al Dios que me habla como amigo, maestro, Padre y
Madre, que me invita a ser hermano de todos. Que me dio un horizonte para
realizarme desde lo profundo del ser, y no solo desde el hacer. Que me regaló
una familia, padres, hermanos y hermanas, amigos, comunidad, que desea vivir
siempre en el amor.
Estas son mis razones. ¿Cuáles son las suyas? Esta es la tarea que los invito a compartir
en la cena de esta noche.
Por último, estoy convencido que esta comunidad de
Pacheco puede ser realmente un faro de integración (unidad en la diversidad),
de solidaridad y acogida para tantos que no creen que el Evangelio puede ser
vivido.
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IV Domingo de Adviento, ciclo C
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
“María partió y fue sin demora” Esta frase no deja de
cuestionarnos. Ella que tenía mil excusas como para quedarse tranquila (algo
que la prudencia nos diría) joven, primeriza y en sus primeros tres meses,
humilde y partiendo a un lugar lejano y montañoso, por no decir que encerraba
un misterio de vida que debía cuidar mucho, sin embargo, nada de esto la
detuvo. Alguien la necesitaba, alguien había sido visitada como ella por Dios.
Creo yo que dos sentimientos la debieron motivar a hacer
este viaje para encontrarse con Isabel. En primer lugar, el deseo de
acompañarla hasta el parto y brindarle su ayuda. En segundo lugar, la necesidad
de compartir y ser entendida por otra persona que vivía una experiencia
similar.
Esta mujer llena de Dios en todo sentido, ya que vivía
llena de Gracia, llena del Espíritu Santo y llena de Jesús en su vientre, nos
muestra que embarazados de Jesús impulsados por el Espíritu Santo, el cristiano
está llamado e invitado a salir al encuentro de quien lo necesita.
Algo para resaltar, es que a María se le muestra quien la
puede estar necesitando. Del mismo modo la ayuda, escucha, etc. del cristiano
que está atento y disponible a la voz del Espíritu Santo, será una respuesta a
esta Dios que nos anima a ir hacia el prójimo.
“El niño saltó de alegría en su vientre” Sin palabras,
sin que los sentidos estén presentes, Juan capta la presencia del salvador.
Esto también pasa en la vida diaria. La sola presencia de
Jesús entre los hombres es captada más allá de lo que las palabras, gestos o
acciones puedan expresar.
¡¡¡Esta presencia trae alegría!!! Me pregunto si la
Iglesia (personas, familias, pueblo) canta la alegría de haber sido visitada
por el Señor, de ser instrumento para llevarlo, cuidarlo, alimentarlo y
escucharlo como María en su vida.
“Bendita tu que has creído” son las palabras de Isabel a
María. Bendita porque confiaste en que recibir la vida nueva es bueno más allá
de cualquier situación. Bendita porque creíste que cuando Dios nos invita a dar
una respuesta de fe, una misión en nuestra vida, es para plenificarnos, y no
para cargarnos con un peso que nos quite la alegría. Bendita porque creíste que
Dios es bueno y quiere nuestro bienestar.
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IV Domingo de Adviento, ciclo C
Por el Pbro. Ignacio Palau
Encuentros que achican distancias
Llegamos al final del adviento, nos encontramos a las puertas de la Navidad. Y
como cada año se nos invita a poner la mirada en María, protagonista de este
camino de encuentro de la humanidad con Dios. Y el texto que se nos invita a
mirar este año es este lindísimo relato del encuentro de dos mujeres. Podemos
decir que se trata del encuentro de dos hermanas, hijas de un mismo Padre
Dios, por quien ambas se descubren bendecidas y regaladas.
Este encuentro se produce porque alguien emprende con prontitud un camino,
“partió y fue sin demora” nos va a decir Lucas. Hay que animarse a emprender
esos caminos por las montañas, que llevan días de viaje, a lomo de burro, o
caminando, y además embarazada. María siente necesidad de “achicar distancias”,
siente necesidad de hacer lo que hizo Dios con ella y con la humanidad. Si Dios
achico tanta distancia, si salió al encuentro de la humanidad, ¿cómo no hacer
lo mismo? Nada puede demorar esta partida, ni bien el Ángel se aleja ella se
pone en camino. ¿Qué la mueve a María a emprender la marcha? Podemos decir que
dos cosas por una parte la necesidad de anunciar la Buena Noticia, es tanta la
alegría del corazón de María que la desborda, no se puede callar lo que ha
experimentado, el amor de Dios que a través de ella quiere llegar a la
humanidad. De este modo ya Jesús en ese seno materno empieza a realizar lo que
va a ser su ministerio, salir, ir al encuentro de todos, anunciar la buena
noticia del Reino. Tanta alegría que lleva María va a ser la que se ponga de
manifiesto en el encuentro, “el niño salto de alegría en mi seno…dichosa tu que
has creído…mi alma canta…se alegra mi espíritu en mi salvador…me llamarán
dichosa”.
Hay una alegría que desborda y hay necesidad de compartirla. Pero hay
otra cosa que moviliza a María, la necesidad de servir. En cuanto María conoce
que su prima está embarazada, se va a acompañarla en el tiempo final y en el
nacimiento. “Permaneció tres meses”, va a decir Lucas. María se olvida de sí
misma, de su embarazo, de su necesidad. Hay alguien que necesita más, y esto es
motivo para emprender el camino. También acá se comienza a ver lo que va a ser
la vida de Jesús, una vida para los demás, un olvidarse de sí mismo, un corazón
compasivo que siente con el otro. En definitiva se dan acá las dos dimensiones
de la fe hecha vida: Evangelización y Servicio. No tiene sentido una fe
anunciada si no se pone en acción mediante el amor, si no se compromete con la
realidad del otro. La fe se anuncia con la palabra, pero mucho más con la vida
misma entregada. Y por otra parte no tiene sentido un servicio vacío de
contenido, sería mera filantropía. Muy distinto es el servicio que brota del
amor al otro, y más cuando en el encuentro con ese otro hacemos lugar a la
presencia del mismo Dios.
Pero si hay encuentro entre María e Isabel es porque también esta da lugar al
mismo. Si María “parte”, Isabel “recibe”, abre las puertas de su casa, se hace
hospitalaria. Solamente si nos abrimos al otro será posible el encuentro.
Isabel se descentra de si misma. No se pone a hablar de sí misma de su
embarazo, de sus necesidades, pone toda su atención en María y le expresa su
alegría porque ella está en su casa. Por último Isabel da lugar al encuentro
desde su actitud de reconocimiento “dichosa tu que has creído”. Reconoce la fe
de María, su confianza en Dios, su ser protagonista de esta historia de
salvación.
El encuentro de María e Isabel surge entonces del reconocimiento de que ambas
tienen tanto para dar, y han recibido tanto. Ambas tienen necesidad una de la
otra, se brindan y se abren. Hoy vivimos en un mundo de desencuentros, de
distancias que hace falta achicar. No se trata solo de achicar distancias
físicas, que gracias a la tecnología moderna quizás es más fácil hoy acortar.
Se trata de achicar distancias sociales; de hacer un mundo más justo como nos
viene planteando el adviento; de descubrirnos que todos somos hermanos, y que
este mundo, esta patria es para todos, que nadie puede quedar excluido, que no
puede haber tanta desigualdad. El gesto de la colecta de Cáritas y el de las
cenas navideñas y los regalos es un primer paso en este camino. Se trata
también de achicar tantas distancias que cada uno va creando en el ámbito
laboral y sobre todo el familiar.
Cuantas veces estas fiestas son ocasión para
que recordemos enfrentamientos, conflictos, distancias que hemos creado con
algún familiar, amigo, compañero. Cuantas veces dejamos estas distancias entre
paréntesis, hacemos como que no existen. Bueno la Navidad es la fiesta de las
distancias que se acortan. Si Dios está viniendo a nuestro encuentro ¿porqué no
ir nosotros también al encuentro del otro?
Que compartir esta eucaristía sea el inicio del compromiso de trabajar por un
mundo de encuentros, por un mundo donde se achiquen cada vez más las
distancias. Tanto como que Jesús está entrando en nuestro corazón y haciéndose
uno con nosotros, que también nosotros nos hagamos uno con los demás.
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III Domingo de Adviento, ciclo C
<No buscar hacer grandes cosas para amar, sino
pequeñas cosas con gran amor>
Por el Pbro Alejandro Agustoni
“¿Qué debemos hacer?" Es la pregunta de quienes escuchan
a Juan el Bautista en el desierto. Es la
misma pregunta que nos hacemos en este tiempo previo a la Navidad, en que se nos
invita a una actitud de escucha, esperanza y alegría.
Abrirse al prójimo, estar atento.
Vivir la justicia y la caridad.
Al que tiene de sobra, que de alimento, abrigo, techo,
etc.
Al que recauda los impuestos, que lo haga sin
aprovecharse.
A quien tiene autoridad y poder, que lo haga sin
violencia.
¿Y a nosotros que nos respondería que esté a nuestro
alcance?
Esta respuesta no debería estar motivada por el deber
ser, ni por el castigo a las cosas que no hacemos, sino por una esperanza
superadora. Por el deseo de que Jesús nos encuentre atentos y dispuestos a
recibirlo.
Muchos ven en Juan el Bautista un hombre justo y alguien
que les despierta a preguntarse si es el
salvador esperado. Sin embargo Juan dice claramente que es quien prepara el
camino, un profeta, un signo humilde de quien va a venir. Pero a la vez que se
separa, comparte su visión de cómo será este salvador, muy distinto del que
vendrá realmente. (lo ve como Justiciero e implacable)
Este modo de ver la salvación, es muy humano.
Muchas veces confundimos las mediaciones (personas,
instituciones, lugares) con el salvador. Otras tantas proyectamos y creemos que
la paz, la alegría nos vendrán de una manera, que dista mucho de la verdad que
nos espera.
Cuantas veces le pedimos a “otros”(pareja, Iglesia,
familia, comunidad, país, autoridades) que sean nuestro dios y salvador. Que
nunca se nos vaya de nuestro lado, que nunca se equivoque, que nos diga
exactamente lo que debemos decir, pensar y hacer. Cuantas veces pensando en las
situaciones dolorosas o molestas en que nos encontramos en nuestra realidad,
deseamos que sean transformadas, pero a la vez proyectamos el como deben
cambiar para traer la felicidad.
Es todo esto lo que estamos llamados a identificar y soltar
para vivir dispuestos a recibir el salvador esperado de un modo nuevo.
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III Domingo de Adviento, ciclo C
Solo convirtiéndonos al hermano podemos convertirnos a Dios
Por el Pbro. Ignacio Palau
Llegamos al tercer domingo de Adviento, conocido como domingo de laetare, o alegría. Toda la liturgia nos invita en este domingo a esta actitud. Si bien ya en domingos anteriores la palabra y alguna oración mencionaban la alegría, ahora parece que esta ya no se puede contener, estalla.
Ya la oración colec
ta dice al Padre: “Concédenos festejar con alegría la venida
de tu Hijo, y alcanzar el gozo que nos da su salvación.” Este es el motivo de
tanta alegría, la salvación. La que experimentó Israel, y por eso el Profeta
Sofonías estalla diciendo “Grita de alegría, hija de Sión”; y la que vamos a
experimentar todos al fin de los tiempos, cuando Jesús vuelva, por eso San
Pablo dice “alégrense siempre, en el Señor, vuelvo a decir alégrense; el Señor
está cerca”. Seguimos entonces mirando hacia atrás y dando gracias a Dios por
la salvación realizada, y mirando hacia adelante con esperanza aguardando la
salvación definitiva que nos regalará Dios. En el medio está este presente
nuestro, y es aquí y ahora que no podemos sino estar alegres, por lo que ya
hemos vivido y por lo que vendrá.
La alegría es la actitud que resulta natural a la experiencia del amor. Quien de verdad experimenta el amor no puede sino saltar de alegría. Por eso es que no se entiende a un cristiano que no sea alegre, a no ser que de verdad no hayamos experimentado tanto amor que se nos ha regalado. Si ya Israel era invitado a esta alegría, a dejar de lado todo temor, “porque Dios está en medio de ti”. Cuanto más nosotros!!! Dios está en medio nuestro, camina con nosotros, es el Señor de la Historia, es quien va haciendo con nosotros este mundo mejor. ¿Nos daremos cuenta? Mil veces más que lo que podía sentir Dios con su pueblo, siente hoy nuestro Dios con su Nuevo Pueblo. “El exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría”. Sí, Dios es feliz con la obra de salvación que ha iniciado en la humanidad a partir de la encarnación. Sí, nos renueva cada día con su amor, que nos ha entregado para siempre. Si el mismo Dios está tan alegre ¿cómo es posible que no estallemos de alegría nosotros, y hagamos estallar de alegría a la humanidad?
Yo creo que cuando esto no ocurre es porque no estamos viviendo este camino de amor que viene de Dios, no nos abrimos a él, y no lo estamos viviendo con los demás. Por eso este tiempo sigue siendo de una profunda conversión. Por eso Juan Bautista nos sigue llamando a cambiar de vida y a comprometernos con un mundo más justo. Los domingos anteriores los textos nos llamaban a vivir este valor de la justicia, tanto los profetas, como los evangelios. Hoy la propuesta es animarnos a empezar a hacer concreta esta justicia. Los que salen al encuentro del bautista y escuchan su llamado a la conversión le preguntan “¿qué debemos hacer?” Y a cada uno Juan le da una respuesta de acuerdo a su concreta realidad. Pero sin embargo hay algo en común, todas las respuesta apuntan a la relación con los hermanos, a ser generosos, a ser honestos, a no perjudicar al otro. Pareciera que la única forma de preparar el corazón para recibir la visita de Dios es volcándolo hacia el hermano y haciendo juntos codo a codo un mundo más justo, un mundo mejor.
La gente lo busca a Juan para preguntarle que tiene que hacer para prepararse a recibir a Dios que viene al encuentro del pueblo, como convertir el corazón a Dios. Y Juan lejos de hablarles de más oración, de conocer la Palabra, simplemente les dice que el corazón se vuelve más a Dios cuanto más se acerca al hermano. Hoy nosotros estamos invitados a lo mismo, si somos conscientes del infinito amor de Dios que se hizo uno de nosotros, que se hizo hermano de todos, solidario, compasivo con nuestras dolencias, entonces para abrirnos a él no hay otro camino que hacer lo mismo, hacernos hermanos, solidarios, compasivos con tantos que sufren.
Pero no basta con solo proclamarlo, por eso las respuestas de Juan son muy concretas. Hoy también cada uno estamos invitados a preguntarle a Jesús en el silencio del corazón. ¿Qué querés de mí? ¿Cómo querés que yo viva ese amor al hermano? ¿De qué modo puedo yo en concreto hacer un mundo más justo? Seguro que si hacemos silencio en el corazón vamos a escuchar la respuesta, a como vivir en concreto nuestra profesión, nuestro lugar en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en el estudio.
En el camino de conversión a Dios la oración tiene un lugar importante, ya lo decía Pablo a los de Filipos “en cualquier circunstancia recurran a la oración”. Pero nunca como escape de la realidad. Allí nos encontramos con Dios que nos pregunta “¿Qué has hecho por tu hermano?” y nos encontramos con su gracia que nos impulsa a crecer en esta búsqueda del otro, y con él de un mundo mejor. Que participar hoy en esta eucaristía, sea llenarnos de Jesús para con él salir al encuentro de los más pobres, débiles y sufrientes. De este modo ellos y nosotros experimentaremos la más profunda alegría.
La alegría es la actitud que resulta natural a la experiencia del amor. Quien de verdad experimenta el amor no puede sino saltar de alegría. Por eso es que no se entiende a un cristiano que no sea alegre, a no ser que de verdad no hayamos experimentado tanto amor que se nos ha regalado. Si ya Israel era invitado a esta alegría, a dejar de lado todo temor, “porque Dios está en medio de ti”. Cuanto más nosotros!!! Dios está en medio nuestro, camina con nosotros, es el Señor de la Historia, es quien va haciendo con nosotros este mundo mejor. ¿Nos daremos cuenta? Mil veces más que lo que podía sentir Dios con su pueblo, siente hoy nuestro Dios con su Nuevo Pueblo. “El exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría”. Sí, Dios es feliz con la obra de salvación que ha iniciado en la humanidad a partir de la encarnación. Sí, nos renueva cada día con su amor, que nos ha entregado para siempre. Si el mismo Dios está tan alegre ¿cómo es posible que no estallemos de alegría nosotros, y hagamos estallar de alegría a la humanidad?
Yo creo que cuando esto no ocurre es porque no estamos viviendo este camino de amor que viene de Dios, no nos abrimos a él, y no lo estamos viviendo con los demás. Por eso este tiempo sigue siendo de una profunda conversión. Por eso Juan Bautista nos sigue llamando a cambiar de vida y a comprometernos con un mundo más justo. Los domingos anteriores los textos nos llamaban a vivir este valor de la justicia, tanto los profetas, como los evangelios. Hoy la propuesta es animarnos a empezar a hacer concreta esta justicia. Los que salen al encuentro del bautista y escuchan su llamado a la conversión le preguntan “¿qué debemos hacer?” Y a cada uno Juan le da una respuesta de acuerdo a su concreta realidad. Pero sin embargo hay algo en común, todas las respuesta apuntan a la relación con los hermanos, a ser generosos, a ser honestos, a no perjudicar al otro. Pareciera que la única forma de preparar el corazón para recibir la visita de Dios es volcándolo hacia el hermano y haciendo juntos codo a codo un mundo más justo, un mundo mejor.
La gente lo busca a Juan para preguntarle que tiene que hacer para prepararse a recibir a Dios que viene al encuentro del pueblo, como convertir el corazón a Dios. Y Juan lejos de hablarles de más oración, de conocer la Palabra, simplemente les dice que el corazón se vuelve más a Dios cuanto más se acerca al hermano. Hoy nosotros estamos invitados a lo mismo, si somos conscientes del infinito amor de Dios que se hizo uno de nosotros, que se hizo hermano de todos, solidario, compasivo con nuestras dolencias, entonces para abrirnos a él no hay otro camino que hacer lo mismo, hacernos hermanos, solidarios, compasivos con tantos que sufren.
Pero no basta con solo proclamarlo, por eso las respuestas de Juan son muy concretas. Hoy también cada uno estamos invitados a preguntarle a Jesús en el silencio del corazón. ¿Qué querés de mí? ¿Cómo querés que yo viva ese amor al hermano? ¿De qué modo puedo yo en concreto hacer un mundo más justo? Seguro que si hacemos silencio en el corazón vamos a escuchar la respuesta, a como vivir en concreto nuestra profesión, nuestro lugar en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en el estudio.
En el camino de conversión a Dios la oración tiene un lugar importante, ya lo decía Pablo a los de Filipos “en cualquier circunstancia recurran a la oración”. Pero nunca como escape de la realidad. Allí nos encontramos con Dios que nos pregunta “¿Qué has hecho por tu hermano?” y nos encontramos con su gracia que nos impulsa a crecer en esta búsqueda del otro, y con él de un mundo mejor. Que participar hoy en esta eucaristía, sea llenarnos de Jesús para con él salir al encuentro de los más pobres, débiles y sufrientes. De este modo ellos y nosotros experimentaremos la más profunda alegría.
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8 de Diciembre Purísima Concepción
Por el Pbro. Ignacio Palau
Celebramos hoy la fiesta de la Purísima Concepción de María. Celebramos
el amor de Dios sobre la humanidad que eligió una mujer por madre y la preparó
desde el mismo momento que empezó su existencia en la panzita de Santa Ana.
Como dice el prefacio de esta misa “purísima debía ser la Virgen que nos diera
a tu Hijo, el cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que,
para todos los hombres es ahora abogada de gracia y modelo de santidad”. Mirar entonces a María en su Purísima
Concepción es mirar el inició del momento culminante de la historia de
salvación. Las lecturas que hoy compartimos nos llevan a esta contemplación.
El Génesis y el evangelio de Lucas nos muestran las dos caras de una
misma moneda. Lo primero que surge de la historia del pecado de la humanidad es
el temor. La relación armoniosa con Dios se rompe. El hombre se oculta, algo le
impide abrirse con confianza al Dios que le ha dado la vida y con ella todo.
Dios que no está dispuesto a que su obra de amor se destruya lo busca, lo
llama: “¿Dónde estás?”. “Tuve miedo y me escondí” será la respuesta del hombre.
Desde entonces la historia de la humanidad es una historia de Salvación, es la
historia de un Dios que de una y mil formas, sale al encuentro de esta
humanidad doliente, hundida, escondida por su pecado. Este Dios que busca
incansablemente no se cansa y va a llegar hasta lo que puede parecer imposible,
hacerse él mismo uno de nosotros. Por eso se acerca a una mujer y sabiendo que
desde el principio de la historia, la humanidad, asustada por el pecado, tiene
miedo ante su presencia; se anticipa con su expresión “no temas”. No puede
haber lugar para el temor donde está el amor mismo. Ya no. Dios nunca más puede ser alguien a quien temer,
porque no trae castigo sino salvación.
Como habrá entendido María este mensaje que también ella cambia
radicalmente de actitud respecto de la primera pareja humana. Mientras ante la
realidad de pecado, de ruptura con el amor de Dios se responde con evasivas,
María se hace cargo de la historia de salvación que Dios proyecta. El primer
hombre ante la evidencia de la situación ante Dios le echa la culpa a la mujer,
e incluso a Dios mismo “la mujer, que tú me diste, me dio el fruto y comí”. A
su vez la mujer echará la culpa a la serpiente “la serpiente me sedujo y comí”.
La actitud de estas personas no nos sorprende, porque es la que tantas veces
tenemos nosotros, la de no hacernos cargo de nuestras propias decisiones, sobre
todo cuando conducen a caminos que no tienen un final feliz. Que distinta es la
actitud de María. Ella se hace cargo ya no solo de su propia historia, sino de
la historia de la humanidad. Ella responde con generosa entrega “yo soy la
servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra”. Este sí de María no
es otra cosa que la absoluta confianza en aquel para quien “no hay nada
imposible”.
La confianza de María tiene sustento en donde apoyarse. Dios es fiel,
el cumple las promesas. Es un Dios que no puede sino amar; y aunque la
humanidad se empeñe en alejarse de él, siempre busca la vuelta para volver a
ella. Así se lo juramentó a sí mismo y a la humanidad desde el principio. El
pecado y la fuerza que va llevando hacia él, no puede tener la última palabra.
Habrá “uno” que nacerá de mujer, que vencerá el mal. Ese traerá nueva vida. Si
Eva significa “madre de todos los vivientes”, con toda claridad María es la
nueva Eva, porque en la vida que ella aceptó surge una nueva humanidad. En ese
Hijo, todos nos hacemos hijos. Para que finalmente llegara este Hijo que iba a
destruir el pecado y la muerte Dios preparó a su Madre. La hizo limpia y pura
concepción. De ella, Purísima iba a nacer el que trajera la vida. En este
misterio somos invitados a participar por medio del bautismo. Si bien nosotros no
somos concebidos ni nacemos sin pecado, somos llamados a vivir esta pureza y
santidad que viene de Dios. Por eso es que en nuestra comunidad, que lleva a la
Purísima por patrona, no encontramos mejor manera de celebrar esta fiesta que
con el bautismo. Una vez más este día se vio colmado por una multitud de
familias que desde la mañana pasaron celebrando el bautismo de más de 120 niños
y algún adulto. Qué lindo ver otra vez a tantas personas que recibiendo,
anotando, dando charlas, acompañando las celebraciones hicieron de la fiesta de la purísima la
fiesta del bautismo. No hay mejor manera de encaminarnos a celebrar en
septiembre los 50 años de vida parroquial.
Que cerrar este día ahora con la eucaristía sea un abrirnos con
confianza a la gracia de Dios que desde nuestro bautismo viene renovando
nuestros corazones.
II Domingo de Adviento, ciclo C
Por el Pbro. Ignacio Palau
Vamos avanzando juntos en este camino del adviento. Como compartimos el
domingo pasado un tiempo para mirar a un Dios que viene, pero que ya vino. En
definitiva un Dios que se implica en nuestra historia, y que la acompaña desde
su origen hasta el final. Por eso que bueno es comenzar a escuchar el evangelio
de hoy con esta situación concreta de la historia. No ocurrió cualquier día el
acontecimiento salvador. El Dios que se acerca a nuestra humanidad la asume en
forma concreta y precisa, en un tiempo y en un lugar. Si hoy queremos nosotros
hacernos parte de este plan de salvación lo primero a que se nos invita es a
tener pasión por nuestro presente, por esta realidad concreta que nos toca.
Cuantas veces nostalgiamos con un pasado que ya fue, o nos ilusionamos con un
futuro que no sabemos cómo será. Pero lo concreto, lo nuestro es este presente
de aquí y ahora.
Juan fue alguien que respondió a su tiempo, entendió que esa generación
concreta era la destinataria de su
anuncio. ¿Quién es Juan? Hoy Lucas nos da algunas pistas dice de él que es “una
voz que grita en el desierto”. Es una “Voz”. Él sabe que no es dueño de la
Palabra, no se la cree, es simplemente su portavoz, y no se cansará de ponerlo
de manifiesto. Hoy, Dios también quiere contar con nosotros, con nuestra voz
para que su Palabra siga resonando en este mundo concreto que nos toca. Esta
voz “Grita”. No se trata de una voz suavecita, dulzona, tampoco es el grito que
brota del enojo. Se trata del grito de una voz que no es escuchada, tiene que
ser fuerte esta voz para que en medio de este mundo nuestro, los hombres la
escuchen. Pero no solo es la Palabra de Dios, en cuanto revelada la que no es
escuchada, sino la palabra de una multitud silenciosa, de tantos que no son escuchados,
de tantos que ya ni siquiera intentan ser escuchados. Por eso hoy estamos
llamados a gritar el dolor, el sufrimiento, la postergación de tantos hermanos.
Dios, quiere que gritemos esa que también es su palabra. La voz de Juan grita
en el “Desierto”. Para Israel el desierto es por una parte lugar de encuentro
con Dios, pero también es lugar árido, de pruebas, de dificultades que van fortaleciendo
la fe. Hoy estamos llamados a no dejar de gritar aunque pocos o nadie quiera
escucharnos, estamos llamados a superar las dificultades que hacen que la
Palabra de Dios, en la escritura y en los hermanos resuene en este presente
nuestro.
Y ¿cuál es el mensaje a trasmitir? ¿Cuál es la Palabra que el mundo de
hoy no quiere escuchar? Continuando con el mensaje de Jeremías del domingo
pasado, hoy el profeta Baruc sigue insistiendo: “La Justicia”. Hablándole de
parte de Dios a Jerusalén le dice “vístete para siempre de la gloria de Dios,
cúbrete con el manto de la justicia” “recibirás de Dios este nombre para siempre:
paz en la justicia” “Dios conducirá a Israel…acompañándolo con su misericordia
y justicia”. No se trata solamente de buscar cada uno ser justo, sino que el
deseo de Dios es el de un mundo justo, por eso se nos invita a un valor social, “la justicia”. Y no es
simplemente una tarea nuestra, sino que es un don de Dios, que nos invita a
recibirlo y a comprometernos con él. Pablo lo dice a los filipenses “aquel que
comenzó la obra en ustedes la ira completando hasta el día de Cristo Jesús”.
El adviento es entonces un tiempo especial para trabajar por la
justicia, y una forma muy concreta de hacerlo es a través de la colecta de
adviento de Cáritas. Se trata de que durante estos días tengamos junto a
nuestros pesebres esa pequeña alcancía e ir poniendo allí el fruto de alguna
privación. De ese modo estaremos sosteniendo muchas obras de la diócesis como
jardines maternales, apoyos escolares, centros de formación profesional. Y
desde ellos estaremos trabajando por un mundo mejor, más justo, fraterno y
solidario.
Que Jesús entonces nos conceda seguir este camino del Adviento con un
corazón renovado.
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I Domingo de Adviento, ciclo C
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
“Todo tiempo pasado fue mejor”
Hace un par de semanas celebramos con los colegios de
Pacheco el encuentro de egresados en el anfiteatro. Cuando preparábamos esa
celebración junto a algunos alumnos, hablábamos sobre los sentimientos que
tenían en este tiempo, y alguno dijo. Yo siento miedo y tristeza, porque todos
me dicen que la época de colegio fue la mejor de sus vidas, y ahora se acaba…..
Si esto fuera realmente así, se cumpliría a la perfección
este refrán popular. Sin embrago no para todos fue la mejor época, y para un
Cristiano, que vive en sintonía del Evangelio, descubriendo en su vida la
presencia de Dios y como Él acompaña nuestro crecimiento, lo mejor está por
venir; aunque esto venga con dolores, cruces, soledades y oscuridades en el
camino.
Jesús en el Evangelio nos dice: “tengan ánimo, levanten
la cabeza” invitación a una actitud de esperanza y confianza.
En este tiempo de Adviento, estamos preparándonos a
recibir a Jesús en la humildad, sencillez, anonimato y lo pequeño de un niño.
Así viene Jesús cada día de nuestras vidas, saliéndonos al encuentro en cada
vuelta de esquina. Esto alimenta nuestra esperanza.
Las seguridades más estables van perdiendo su firmeza, y
comienzan a ser relativas. El sol con que se alumbraban y guiaban, lo mismo que
la luna de noche; las estrellas que son quienes guían a los viajantes a
orientarse, ya no sirven.
Depresión, angustia, soledad, desesperanza y
desesperación, son los sentimientos normales ante los cambios grandes, cuando
las cosas que parecían estables e inamovibles, ya dejan de serlo.
Ante esto muchas veces nos evadimos y buscamos la
inmediatez. Buscamos hoy lo que nos lleva a vivir con más plenitud en adelante.
Quemamos etapas. Por eso Jesús nos dice “estén prevenidos, tengan cuidado”
La herramienta que nos regala es la oración. “Oren sin
cesar”. una oración que sea sincera, donde se trae la vida entera, con lo bueno
y malo que vivimos, con lo lindo y feo que sentimos. Esta oración no es repetir
fórmulas establecidas, sino trayendo toda nuestra realidad.
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I Domingo de Adviento, ciclo C
Tengan ánimo, llega la liberación
Tengan ánimo, llega la liberación
Por el Pbro. Ignacio Palau
año.
El que viene es Dios. Un Dios que se nos manifiesta cercano, lleno de amor, que nos cambia la vida, que nos llena de sentido la existencia. El que viene es alguien en quien podemos depositar toda nuestra fe, entendiendo esta como el encuentro con una Persona que da nuevo horizonte a nuestra vida. El que viene es un Dios fiel, que cumple las promesas, que ya vino y volverá. El adviento es entonces este tiempo de esperanza que nos hace tomar conciencia lo que somos permanentemente, un pueblo que peregrina en la historia al encuentro definitivo con su Dios. Por eso comenzamos este camino con lecturas y oraciones que nos invitan a preparar esa venida definitiva. Pero solo podemos entender esa venida y prepararnos adecuadamente si hacemos memoria de la primer venida, por eso a medida que avance este camino vamos a ir poniendo la mirada y el corazón agradecido en ese acontecimiento maravilloso de nuestra historia de salvación que es la Navidad.
Seguramente nos es más sencillo poner la mirada en la ternura de un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Pero la invitación primera es a mirar esta venida gloriosa del Hijo del Hombre. Tanto el final del año litúrgico como el inicio del nuevo están llenos de estos textos, que llamamos apocalípticos. Nos hablan de un tiempo final, pero no para atemorizarnos. Lo que para quienes no creen puede ser motivo de miedo y desconcierto, para los creyentes es motivo de esperanza. De todo el evangelio de hoy lo más importante está en el centro: “Cuando comience a suceder esto tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". El que viene lo hace lleno de gloria, pero no para atemorizar, sino para animar. Esa es la llamada a estar llenos de vida, de ánimo, de confianza. No con la cabeza gacha por temor o vergüenza, sino con la cabeza levantada mirando con confianza el horizonte, porque lo que viene es la plena felicidad que se nos está por regalar. Se trata entonces de abrirnos al regalo a lo que se nos da: “está por llegarles la liberación”. El Dios que viene es el que libera de todo lo que nos oprime y de todo lo que oprime a tantos pueblos y personas a lo largo de la historia. Es el mismo Dios que escuchó el grito de su pueblo y lo liberó de la esclavitud de Egipto el que ahora escucha el clamor de la humanidad sufriente y quiere liberarla.
Porque viene a liberar este Dios trae la justicia. El pequeño texto de Jeremías que hoy leemos habla de un germen justo que practicará la justicia y el derecho y por eso Jerusalén se llamará “el Señor es nuestra justicia”. La liberación que trae el Señor que viene proviene de la justicia. El proyecto de Dios se centra en este valor. Un valor que anhelamos en el mundo y en nuestra patria, y que poniendo la confianza en el Señor sabemos que un día alcanzaremos de verdad.
Si el que viene es un Dios fiel que para cumplir sus promesas llega en su gloria trayendo liberación y para ello el valor de la justicia, ¿cómo deberíamos esperarlo? Simplemente haciendo nosotros concreto este proyecto de liberación de Dios, trabajando cada día por un mundo más justo. Para eso lo primero es tomar conciencia o despertar nuestra conciencia muchas veces adormecida. ¿De qué tenemos que tomar conciencia? De la realidad de un mundo donde hay tantos hermanos nuestros oprimidos por la injusticia. De la realidad del hambre, de la miseria, de la desigualdad. De la realidad de tantos que no acceden a una verdadera educación, de tantos que no tienen un techo. Jesús advierte “tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”. Y es verdad a veces nos vamos haciendo un mundo alrededor que va adormeciendo nuestra conciencia que ya no nos reclama por los demás. No solo se trata de escuchar a Jesús que nos dice “tengan animo levanten la cabeza, llega la liberación” sino de hacer nosotros esta invitación a tantos que están desanimados y desesperanzados, y no solo de animarlos con palabras sino con acciones concretas que les muestren que juntos podemos hacer ya hoy un mundo mejor.
Durante el adviento vamos a llevar adelante la colecta de Cáritas. Este año tiene un destino especial que es el FAS (fondo de ayuda solidaria) que se ha gestado en la diócesis para sostener muchas obras de la iglesia (apoyos escolares, jardines maternales, centros de formación profesional, etc) que están pasando por grandes necesidades. Será una ocasión entonces para hacer realidad esta liberación que Jesús quiere para todos. Que la eucaristía de este primer domingo de adviento sea la ocasión de empezar este camino.
El que viene es Dios. Un Dios que se nos manifiesta cercano, lleno de amor, que nos cambia la vida, que nos llena de sentido la existencia. El que viene es alguien en quien podemos depositar toda nuestra fe, entendiendo esta como el encuentro con una Persona que da nuevo horizonte a nuestra vida. El que viene es un Dios fiel, que cumple las promesas, que ya vino y volverá. El adviento es entonces este tiempo de esperanza que nos hace tomar conciencia lo que somos permanentemente, un pueblo que peregrina en la historia al encuentro definitivo con su Dios. Por eso comenzamos este camino con lecturas y oraciones que nos invitan a preparar esa venida definitiva. Pero solo podemos entender esa venida y prepararnos adecuadamente si hacemos memoria de la primer venida, por eso a medida que avance este camino vamos a ir poniendo la mirada y el corazón agradecido en ese acontecimiento maravilloso de nuestra historia de salvación que es la Navidad.
Seguramente nos es más sencillo poner la mirada en la ternura de un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Pero la invitación primera es a mirar esta venida gloriosa del Hijo del Hombre. Tanto el final del año litúrgico como el inicio del nuevo están llenos de estos textos, que llamamos apocalípticos. Nos hablan de un tiempo final, pero no para atemorizarnos. Lo que para quienes no creen puede ser motivo de miedo y desconcierto, para los creyentes es motivo de esperanza. De todo el evangelio de hoy lo más importante está en el centro: “Cuando comience a suceder esto tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". El que viene lo hace lleno de gloria, pero no para atemorizar, sino para animar. Esa es la llamada a estar llenos de vida, de ánimo, de confianza. No con la cabeza gacha por temor o vergüenza, sino con la cabeza levantada mirando con confianza el horizonte, porque lo que viene es la plena felicidad que se nos está por regalar. Se trata entonces de abrirnos al regalo a lo que se nos da: “está por llegarles la liberación”. El Dios que viene es el que libera de todo lo que nos oprime y de todo lo que oprime a tantos pueblos y personas a lo largo de la historia. Es el mismo Dios que escuchó el grito de su pueblo y lo liberó de la esclavitud de Egipto el que ahora escucha el clamor de la humanidad sufriente y quiere liberarla.
Porque viene a liberar este Dios trae la justicia. El pequeño texto de Jeremías que hoy leemos habla de un germen justo que practicará la justicia y el derecho y por eso Jerusalén se llamará “el Señor es nuestra justicia”. La liberación que trae el Señor que viene proviene de la justicia. El proyecto de Dios se centra en este valor. Un valor que anhelamos en el mundo y en nuestra patria, y que poniendo la confianza en el Señor sabemos que un día alcanzaremos de verdad.
Si el que viene es un Dios fiel que para cumplir sus promesas llega en su gloria trayendo liberación y para ello el valor de la justicia, ¿cómo deberíamos esperarlo? Simplemente haciendo nosotros concreto este proyecto de liberación de Dios, trabajando cada día por un mundo más justo. Para eso lo primero es tomar conciencia o despertar nuestra conciencia muchas veces adormecida. ¿De qué tenemos que tomar conciencia? De la realidad de un mundo donde hay tantos hermanos nuestros oprimidos por la injusticia. De la realidad del hambre, de la miseria, de la desigualdad. De la realidad de tantos que no acceden a una verdadera educación, de tantos que no tienen un techo. Jesús advierte “tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”. Y es verdad a veces nos vamos haciendo un mundo alrededor que va adormeciendo nuestra conciencia que ya no nos reclama por los demás. No solo se trata de escuchar a Jesús que nos dice “tengan animo levanten la cabeza, llega la liberación” sino de hacer nosotros esta invitación a tantos que están desanimados y desesperanzados, y no solo de animarlos con palabras sino con acciones concretas que les muestren que juntos podemos hacer ya hoy un mundo mejor.
Durante el adviento vamos a llevar adelante la colecta de Cáritas. Este año tiene un destino especial que es el FAS (fondo de ayuda solidaria) que se ha gestado en la diócesis para sostener muchas obras de la iglesia (apoyos escolares, jardines maternales, centros de formación profesional, etc) que están pasando por grandes necesidades. Será una ocasión entonces para hacer realidad esta liberación que Jesús quiere para todos. Que la eucaristía de este primer domingo de adviento sea la ocasión de empezar este camino.
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Solemnidad de Cristo Rey, ciclo B
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
Estamos en el último fin de semana del año litúrgico y la
Iglesia nos trae un título de Jesús que en principio nos resulta lejano,
distante y anacrónico. Sin dejar de sumar a esto que el mismo título de Jesús
Rey del Universo, es ambiguo y complejo por su calificativo político.
Por eso es que estamos desafiados a poner atención a unos
detalles de la Palabra.
En primer lugar, Jesús se presenta rey solo cuando se
encuentra encarcelado y acusado de rebeldía. Identificado con los más inocentes,
débiles y víctima de la injusticia.
En segundo lugar, el dice: "Yo para esto he venido al
mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz".
Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas.
Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas.
Para esto he nacido y para esto he venido. (Vocación) Así
como Jesús define, y muestra cuál es su vocación en este día, también para
nosotros recorrer el camino tras sus pasos, nos ayuda a descubrir también la nuestra
propia….
En tercer lugar, dice que esta realeza no es de este
mundo porque si no se impondría la violencia contra la injusticia.
El objetivo final del seguimiento es llegar a Jesús, que
reina en medio de los hombres. Ser un poquito más suyos.
Un reinado que no es de este mundo (lógica humana), sino
que es un planteo bien distinto.
Seguir con la lógica humana lleva a imponerse frente a
los demás.
Por último hablar por boca de otros, o por la propia.
La pregunta de Jesús es un desafío a hacerse cargo de las
acciones tanto a favor como en contra de Jesús.
Después de un año de seguimiento en comunidad e invitados
al protagonismo, podríamos preguntarnos si realmente para nosotros Jesús es
rey, dueño, amigo, amado, etc. porque otros nos lo han dicho en la historia, en
la catequesis, en la misa, en la vida, o porque realmente lo hemos
experimentado cercano y cautivó nuestro corazón un poquito más.
¿Gobierna en nosotros el Bien, la solidaridad, la
compasión, el perdón, la mirada profunda que descubre la dignidad de hijos de
Dios en cada uno, la mansedumbre, la alegría; o más bien estamos gobernados por
la violencia, el egoísmo, lo superficial, la crítica, etc?
Pidamos que Jesús nos ayude siempre a vivir en nuestra
verdad, a buscarla en cada situación y persona y a ser testigos jugados de la
misma.
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Solemnidad de Cristo Rey, ciclo B
Por el Pbro. Ignacio Palau
¿Es Rey Jesús?
Llegamos al final del año litúrgico y nos encontramos como siempre con
la fiesta de Cristo Rey. Cada vez nos suena más contracultural asignarle este
nombre a Jesús. Pero a la vez la palabra que compartimos sigue hablándonos de
reyes, de reinos. Sin embargo las lecturas que hoy compartimos nos hablan de
distintas maneras de entender este reinado. Daniel habla de un Hijo de hombre al
que le dan “el dominio, la gloria y el reino”, y a quien “lo sirvieron todos los
pueblos y naciones”. El apocalipsis dice
de Jesucristo “a él sea la gloria y el poder”. Toda esta imaginería contrasta
fuertemente con el “rey” que está ante Poncio Pilatos, prisionero en un juicio,
y más va a contrastar cuando se lo vea humillado, coronado de espinas y
crucificado. ¿Es entonces Jesús un Rey? Y si lo es ¿Qué clase de Rey?
Para empezar a responder es bueno hacer memoria del camino de Jesús, y
especialmente el que hemos recorrido este año de la mano de Marcos. Jesús ha
recorrido la Galilea anunciando “el Reino de Dios”. Pero a la vez cada vez que
lo han querido hacer Rey se ha escapado. ¿Qué significa esto? El Reino de Dios
es el anuncio de la presencia de Dios en medio de su pueblo, un Dios que no
está en las alturas, olvidándose de la realidad dolorosa y sufriente de su
pueblo, sino que sale al encuentro de todos, que viene a consolar, a sanar, a
renovar la esperanza, a hacer sentir la experiencia más grande que es la del
amor de Dios. El Reino de Dios es una presencia nueva de Dios que trastoca toda
concepción de aquel momento. Es un Dios de la misericordia el que manifiesta
Jesús, ante quien no hay que hacer méritos para recibir su amor y su perdón,
porque él nos ama primero. Este Reino pone todo patas para arriba resulta que
los primeros que son invitados a este Reino nos son los ricos, los importantes,
los prestigiosos, sino los más pobres, pecadores, enfermos, publicanos y
prostitutas, los pequeños en toda forma como los niños. Jesús entonces recorre
las aldeas de Galilea con este anuncio.
Pero eso no significa que él quiera ser Rey, mucho menos en la
concepción religiosa-política de ese tiempo. Israel esperaba que en algún
momento iba a aparecer un Rey que iba a restaurar a Israel como una nación
libre y poderosa, que se iba a liberar de la opresión del Imperio Romano. Jesús
no viene a traer esa liberación, ni toma las armas, ni pretende que nadie las
tome en su nombre. Por eso escapa cada vez que lo quieren hacer Rey. Solo
cuando no puede escapar más, cuando está prisionero, reconoce ante la pregunta
que se le hace que él es Rey, pero no desde la concepción de Israel, tampoco
desde la concepción política que podía tener Pilatos, su reino no es de este
mundo. En su diálogo con Pilatos Jesús dice que él es Rey porque vino al mundo
para dar testimonio de la Verdad. Dar este testimonio es haber manifestado,
hasta dar la vida, el amor infinito de Dios, como lo hizo recorriendo la
Galilea.
Pero entonces podemos caer en una concepción errónea. Si Jesús no es un
rey en sentido político, como lo podría entender Pilatos, alguien que venía a
destituir del poder al imperio; ni tampoco en un sentido religioso-político,
como lo entendía Israel, un Rey Mesías enviado por Dios. Entonces ¿es simplemente
algo espiritualista su Reino, algo que no afecta la realidad? De ningún modo.
El Reino de Jesús viene a cambiar radicalmente las cosas, lo quiso hacer en su
generación y lo quiere seguir haciendo ahora. Jesús no quiso ni quiere un mundo
para pocos, sino para todos, no quiso ni quiere un mundo individualista,
indiferente ante la realidad de los demás. No quiso ni quiere la marginación de
nadie, ni de las mujeres, ni de los más pobres, ni de los que tienen alguna
discapacidad. Jesús no quiso ni quiere que algunas personas se adueñen del
poder en ninguno de los ámbitos de la vida, y en todo caso a los que lo ocupan
circunstancialmente los llama a que lo descubran como servicio. Jesús vino para
que todos tengan vida, y para que esa vida sea de calidad, que realmente sea un
anticipo de la vida eterna. En este sentido el Reino de Jesús tiene
necesariamente consecuencias políticas. No en el sentido de una política
partidaria, sino en el gran sentido de la palabra Política, que es la
organización de la polis, la sociedad. Nunca podemos desencarnar la Palabra,
nunca la fe puede quedar meramente espiritualizada. Si de verdad somos
cristianos estamos llamados a transformar día a día este mundo. Reconocer
entonces a Cristo Rey, o mejor reconocer que su Reino ya está en medio de
nosotros, y que somos parte de él es comprometernos profundamente con nuestra
sociedad y desde nuestras acciones concretas transformarla, para que este
proyecto se haga realidad.
Que celebrar este día nunca sea ocasión para soñar con una Iglesia
empoderada, como alguna vez fue la nuestra, sino que sea ocasión para
redescubrir la vocación común a ser una comunidad del Reino, que desde su
humilde servicio lo va construyendo día a día desde lo pequeño, de la mano de
Jesús.
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XXXII domingo durante el año, ciclo B
Pbro. Alejandro Agustoni
Estamos llegando al fin del año litúrgico. De la mano de
Marcos hemos seguido a Jesús desde Galilea a Jerusalén. Y así, como cada año en
este tiempo, la Iglesia nos recuerda que todo tiene un fin.
Las imágenes sobre el fin generalmente son de catástrofe
y caos, de terror, impactantes y notorias (como en las películas). Hoy el
Evangelio pone imágenes de los astros que se apagan, o las estrellas que caen,
de un Dios que viene rodeado de ángeles sobre las nubes, lleno de poder. Este
modo de dar un mensaje es propio del genero Apocalíptico, que lejos de suscitar
en los lectores el miedo, son mensajes de esperanza y confianza, ya que Dios ha
vencido el mal.
Me preguntaba: ¿Realmente creo que este hombre sencillo,
de amor, que lo único que hizo es amar, sanar y tener compasión por cada hombre
o mujer, va a venir y ejercer un poder
violento? ¿Es esta la imagen que tengo de Dios, después de un año de escucha de
la Palabra?
Hoy Jesús habla a través de una imagen. La Higuera que va
floreciendo, que va siendo más dócil y flexible, y que muestra de esta manera
que llega el verano. Pasa del frío del invierno, de la impresión de muerte, de
la rigidez y espesura de la savia, al calor, al verdor, a dar paso a la nueva
vida….
¿Será que con nosotros pasará del mismo modo? La Palabra
y el seguimiento de Jesús nos van moldeando, nos quitan estructuras y
rigideces, nos hacen dóciles y maduros, capaces de dar mucho fruto, etc.
La palabra habla del verano que viene, es por eso que
estamos invitados a imaginar este fin como algo lindo, más pleno, a mirarlo con
esperanza y confianza. No nos olvidemos nunca que Dios es amor, y seremos
juzgados en el amor y la Misericordia.
Reconocer que hay un fin, nos ayuda a prepararnos, no
tanto para lo que vendrá, sino para volver a poner el corazón en el presente, a
saber discernir las cosas importantes de las que no lo son tanto.
Es una invitación a poner nuestra mirada en Dios y su
Palabra, que no pasa, y dejarnos moldear y vivificar por
Ella.
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XXXII domingo durante el año, ciclo B
Pbro. Ignacio Palau
ante sus consejos finales. Jesús los comparte en el
templo, en el corazón del sistema religioso de Israel, un sistema que se apoya
en lo cultual, en lo que se “hace” frente a Dios, y que termina creando grandes
discriminaciones y centrándose en lo externo. En este sistema casi no queda
lugar para Dios, todo lo hace el hombre, y ya no importa el corazón sino las
apariencias. Las últimas enseñanzas de Jesús entonces van a ser una invitación
a cuidarse de este sistema y a descubrir la iniciativa de Dios que nos invita a
responder con amor a su amor primero.
La primera enseñanza de Jesús es en torno a los escribas, grupo religioso que es conocedor de las escrituras, que se dedican a enseñarlas a los demás, pero que en lugar de que la Palabra de Dios los lleve a la humildad se han encerrado en sí mismos, en su conocimiento, en su propio orgullo. Por una parte en lo único que piensan es en su propio reconocimiento y brillo, que todos los saluden y aplaudan. Por otra parte la codicia los ha llevado hasta incluso enriquecerse a costa de los más pobres como las viudas, y finalmente le mienten al mismo Dios fingiendo ante los demás ser grandes orantes. Jesús en el corazón de la actividad de los escribas le dice a la gente que ese no es el camino. El camino, lo ha venido predicando pasa por la humildad, por hacerse último, servidor. El camino pasa por vaciarse de uno mismo y de todo. El camino pasa por un corazón abierto a Dios con quien para comunicarnos no hace falta muchas palabras sino más bien hacer silencio. Este camino de Jesús se lleva a contrapelo de todo lo que el templo de Jerusalén representa e invita a vivir en cada uno de los grupos dominantes que giran en torno a él, como los escribas. De ahí la advertencia de Jesús, no sea que después de mucho tiempo recorriendo la Galilea sencilla y pobre se dejen obnubilar por la grandeza de Jerusalén.
Como contrapartida en medio de ese templo grande y donde Jesús descubre tanta apariencia y falsedad, su mirada serena y detenida le permite descubrir también los corazones sencillos, pequeños y humildes como el de una viuda pobre. Esto es la ocasión para enseñar a sus propios discípulos a que tengan capacidad de no quedarse con las apariencias. Seguramente esta mujer para ellos pasaba desapercibida, seguramente su ofrenda les sería insignificante, sin embargo Jesús descubre que allí hay alguien que se está dando por entero. Dio “todo” lo que tenía. No se guardó nada. Esta mujer sin hablar, sin que Jesús le dirija la palabra, es alguien que sintetiza toda la enseñanza del evangelio. De ella no sabemos nada, ni su nombre, ni de donde es, ni su historia. Sin embargo siendo la última enseñanza de Jesús se transforma en el ejemplo a seguir para todos los cristianos de todos los tiempos. Ella es la que ha entendido la enseñanza que nos dejó Jesús el domingo pasado sobre el amor a Dios. Nos decía Jesús que ese amor es con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu. Ella, no sabemos si escuchó esas palabras, pero si sabemos que las vivía plenamente. Amó a Dios “con todo”, se entregó por entero. Desde su pobreza se dio cuenta que todo lo que tenía no le era sino dado, y por eso con corazón generoso lo pone de nuevo en las manos de Dios. Los otros llenos de riquezas se sentían “dueños” y aunque daban mucho en cantidad nunca abandonaron su propia seguridad.
Hoy somos nosotros los que somos interpelados por esta última enseñanza de Jesús. ¿Tendremos nuestro corazón como el de los escribas y los ricos, encerrados en las apariencias y falsedades? O ¿tendremos un corazón pobre y humilde como el de la viuda capaz de darse por entero a Dios y a los hermanos?
Que compartir la eucaristía nos permita acercarle al Señor, junto al pan y al vino, lo mejor de nosotros; y que llenos de él, en la comunión, sigamos construyendo su Reino desde lo pequeño y sencillo de nuestra existencia.
* * * * * * * * * *
XXXI Domingo durante el año, ciclo B
Pbro. Alejandro Agustoni
En Facebook hay una de esas reflexiones muy buenas, que me ayudaban a
iluminar la Palabra de hoy.
Un padre le dice a su hijo: ten cuidado por donde caminas.
El Hijo le responde: Ten cuidado tú, acuérdate que yo sigo tus pasos.
Definitivamente este es un evangelio que no deja de confrontarnos,
tanto en nuestros modos de actuar como en nuestras miradas.
Jesús está en Jerusalén después de hablar mucho a los discípulos en su
camino desde Galilea de ser sencillos y humildes, de buscar los últimos
lugares, de hacerse como niños; y los discípulos en Jerusalén encuentran algo
diametralmente opuesto: Fariseos que
buscan ser reconocidos y saludados en las plazas, los primeros puestos en las
mesas y en la sinagoga.
Jesús también habla de una oración simple como el Padre nuestro, sincera
y oculta en la habitación, y estos hombres hacen largas oraciones para que los
vean.
Por último Jesús también invita a vivir en atención al más débil, y
marginado, como las viudas, sien embargo ellos no solo no las atienden con lo
que ponen aquellos que se acercan al templo a depositar su parte, sino que Devoran
los bienes de las viuda.
Pareciera que el comportamiento de estos hombres seduce a quienes van
siguiendo a Jesús, es por esto que Jesús invita a estar muy atentos, a
discernir y no dejarse engañar. A desenmascarar el mal que se oculta en formas
de bien (2ª regla de san Ignacio).
EL EVANGELIO ES LA NORMA DE DISCERNIMIENTO. ES EL CAMINO A SEGUIR, LA
HUELLA TRAZADA POR JESÚS.
Nosotros estamos invitados a ser discípulos como niños, a ir tras las
huellas de Jesús, es por eso que reconocer la necesidad de crecimiento
constante junto a otros. Es muy importante, también estar atentos a los caminos que otros llevan,
ya que ser discípulos de Jesús es también un llamado a “ser padres” de otros en
la fe, en darles alimento (Palabra), ejemplo y ser signo que cautive a
encontrarse con Jesús.
Por otro lado aparece esta viuda que es puesta como ejemplo de alguien
que vive realmente el Evangelio.
Ella es anónima, una de tantas, sencilla, y confiada. Pone todo lo que
tiene, confiando que ese darse ayuda a la dignidad de todos.
La semana pasada Jesús nos invitaba a poner toda nuestra fuerza,
corazón, alma, es decir nuestra existencia en el amor a Él, a uno mismo, y al
prójimo. Es decir estar realmente con el corazón donde están nuestros pies.
Dar todo, dar lo mejor de uno mismo más allá de los resultados de
“éxito o fracaso”.
Cuando jugaba al fútbol me pasaba seguido que quienes jugaban muy bien
y eran competitivos me criticaban porque no pasaba la pelota, porque no iba
donde debía, etc. Esta mirada exitista que ve los resultados y no el esfuerzo,
muchas veces nos lleva a la injusticia, a la crítica, a la discriminación,
etc….
Esto que pasa en u juego es también lo que nos pasa en la vida, en las
relaciones personales, cuando miramos desde nuestros parámetros que buscan
resultados, desde nuestra mirada a veces de lo que nos sale bien naturalmente,
y no dándonos cuenta que muchas veces el otro hace un esfuerzo enorme, que a mí
me resultaría simple y fácil.
Esto es lo que estamos llamados los cristianos a compartir. Un camino,
un estilo de vida, es por eso que es importante descubrir el modo de
recorrerlo, ya que detrás nuestro hay muchos que se suman, especialmente
quienes son más pequeños.
Todos estamos llamados a ser padres, es por eso que Jesús nos llama a
estar atentos al camino que vamos recorriendo como hijos, para no dejarnos
tentar por el jardín del de al lado; a no dejarnos engañar por actitudes o
comportamientos aparentemente buenos,
pero que encierran muchas veces motivaciones muy erróneas, egoístas, mezquinas
o injustas.
Ver con los Ojos del Evangelio para no quedarnos en
superficialidades y así lograr un verdadero encuentro con el corazón del
prójimo.
XXXI Domingo durante el año, ciclo B
Pbro. Ignacio Palau
Como venimos compartiendo en los últimos domingos la entrada de Jesús
en Jerusalén no es un paseo. Si en las aldeas de galilea ya tenía conflictos
con los escribas y fariseos en el centro del poder religioso, en torno al
templo, los conflictos se agudizan. Escribas, fariseos, saduceos, distintos
grupos religiosos lo confrontan en sus enseñanzas. Pero entre ellos hay un escriba que parece
que se acerca con buena intención. Dice el evangelio de Marcos (aunque hoy no
lo leamos entero) “un escriba que los oyó discutir (a Jesús con unos saduceos),
al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó ¿cuál es el
primero de los mandamientos?”. Es un hombre en búsqueda este escriba, toma la
iniciativa de acercarse él a Jesús, y de acercarse con respeto. Le va a hacer
una pregunta, como aquel hombre rico de unos domingos atrás. Pero ahora no
quiere saber cuántas cosas tiene que hacer para heredar la Vida, sino que
partiendo de lo que ya sabe quiere saber qué es lo más valioso e importante de
los 613 mandamientos de la Escritura que contabilizaban los rabinos. Algunos
pensaban que todos eran igualmente importantes, otros priorizaban algunos por
encima del resto. Este escriba que ve a este Maestro nuevo en Jerusalén, que le
despierta respeto y reconocimiento, quiere saber su opinión. Se ve que él está
buscando algo que unifique toda su práctica religiosa, que de sentido a todo lo
que hace. Sin embargo sigue planteándose las cosas desde el “deber ser”, desde
el cumplimiento, desde lo mandado. Cuantas veces somos ese escriba nosotros, a
veces necesitamos que se nos diga desde afuera “que tenemos que hacer”, y peor
aún muchas veces desde ese “deber ser” creemos que todo es igualmente
importante y nos vamos quedando en una práctica superficial y culposa de una
serie de preceptos y mandamientos.
Jesús le responde desde otro lado. Citando la misma palabra, el texto
que hoy también nosotros leemos del Deuteronomio, le dice lo mismo que reza el
pueblo creyente de Israel al comenzar cada día. Se trata de una larga oración
que comienza con estas palabras “Escucha Israel el Señor nuestro Dios es el
único Señor…” No hay que buscar entonces mucho afuera, la misma oración hecha
con amor cada mañana va mostrando el camino. No se puede separar la oración de
la vida, la fe compartida con Dios y con el pueblo en la oración es la que
después hay que hacer vida. Pero para esto lo primero y más importante es
“escuchar”. Dos veces el texto del Deuteronomio hace esta invitación en la
lectura de hoy. Para escuchar hay que saber hacer silencio, dejar de lado
tantas voces que desde afuera nos dicen que hacer, dejar de lado aún nuestras
propias voces, hacer silencio para escuchar la voz de Dios que es la que nos va
a conducir a la verdad plena. Si hacemos silencio y escuchamos a Dios vamos a
tomar conciencia que solo él es el Señor, es el único, y es el que nos da
unidad a nosotros. Haciendo silencio y escuchando a Dios vamos a reconocerlo en
lo que es: Amor. Y desde esta experiencia profunda de amor vamos a darnos
cuenta que también en nuestra vida es el amor el que da sentido a todo lo
demás. Tan central es el amor en la vida de quien busca a Dios que ni siquiera
tiene fuerza de “mandamiento”. Si así se lo llama es debido a nuestra
incapacidad de abrirnos a Dios y de dejar que su presencia amorosa brote
libremente desde nuestro interior.
Y ¿cómo es este amor al que estamos llamados? Es como el de Dios,
totalizante. No es un mero sentimiento. Se nos invita a amar “con todo” nuestro
corazón, alma, espíritu, fuerzas. Todo lo que somos y tenemos está llamado a volcarse en este amor. Es un
amor que supone la entrega total, hasta dar la vida. Este amor tiene un primer
destinatario que es Dios, de él viene y a él vuelve. En el encontramos la
unidad de toda nuestra existencia. Pero, desde él, el mismo amor se dirige a
los demás. Como tan claramente lo dirá Juan en su primera carta “miente el que
dice que ama a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve”. No son
dos amores, ni se los puede separar de tal modo que amemos a Dios primero y
después al hermano. Simplemente no existe uno sin el otro. Y aún más ese amor a Dios y al hermano es el mismo amor
que cada uno tiene por sí mismo.
Pareciera que el escriba entiende la enseñanza de Jesús, por eso la
ratifica, y agrega que ese amor es más valioso que todos los sacrificios
cultuales. Decir eso en las puertas del Templo donde se vive toda una
religiosidad centrada en el culto es muy fuerte. No es que el culto sea malo,
ni tener un lugar sagrado para sentir la presencia de Dios. Pero todo eso es
cáscara si no se vive desde lo profundo de un corazón que busca a Dios, que se
abre a su amor y que quiere vivir este amor con Dios y los hermanos. Lo mismo
podríamos decir hoy nosotros que venimos a este supremo acto de culto que es la
Eucaristía. Si esto se queda en una práctica externa y superficial que no nos
cambia el corazón no tiene ningún valor. Justamente la Eucaristía es la fiesta
del Amor, de un Jesús que se entrega por entero. Que participar de esta mesa
nos lleve una vez más a decirle a Jesús como lo hacemos en cada consagración:
“que en el eucaristía encontremos la razón para entregarnos por amor”.
* * * * * * * * * *
XXXI Domingo durante el año, ciclo B
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
Donde estén tus pies esté tu corazón.
Estar realmente presente donde uno está es siempre es
difícil, pero más que nunca en esta era de la comunicación. Si uno sacara una
foto en un restaurant, vería varias mesas de gente sentada mandando mensajitos
o hablando por teléfono una frente a la otra. Si abrimos alguno de las redes
sociales y vemos lo que se postea, nos damos cuenta que la gente cuenta cosas
importantes en el mismo momento que las “está viviendo”, pero parece que está
más pendiente que otros se entere que de disfrutar ese instante.
La oración que recita el judío piadoso al salir el sol,
al mediodía y al atardecer.
Shemá Israel, Adonai…..
Escucha Israel, El Señor nuestro Dios es solo uno, amarás
al Señor con toda tus fuerzas, con toda tu alma y con todo el corazón…. El
Señor habla cada día… Los preceptos y mandatos que hoy te doy…..
Encontrar novedad en el día a día, encontrar a Dios en
cada instante.
Solo si uno está presente de cuerpo y alma, podrá
descubrir la novedad de cada día, escuchar la voz de Dios, hacer de su día una
oración, y unir la oración a la vida.
¿Para qué escuchar? Porque como le dice Moisés a su
Pueblo, para que tengan vida ellos y sus hijos. Ellos y el prójimo.
Amarás. Habla de un futuro, de un proceso en el tiempo de
un horizonte sin límites. No dice tenés que amar ahora completamente, aunque
está dentro de esto, sino llegarás a hacerlo si escuchas a Dios cada día.
Llegaremos a amar verdaderamente si
seguimos a Jesús cada día.
A veces lo más cotidiano y rutinario es lo más importante,
y por tenerlo a nuestro lado lo despreciamos. Esta es la respuesta de Jesús al
Escriba. Lo central de la ley, lo rescitas cada día.
Para nosotros la gran novedad de Jesús es el Padre y a Él
le rezamos cada día varias veces en el Padre Nuestro, lo que hace que nos
reconozcamos hermanos, y por ende pidamos para todos lo mismo que pido para mí.
Amar al prójimo como a ti mismo
Si somos sobre exigentes e inflexibles, si nos juzgamos
con dureza: ¿Cómo vamos a practicar la misericordia, la compasión, la
aceptación de las fragilidades de los demás?
¿Cuidamos toda nuestra vida? ¿La alimentamos como se
debe, integralmente? ¿Sabemos darnos espacio de necesario ocio?
No tranquilizar nuestra conciencia con ritos o prácticas
exteriores, sino vivir cada acción con toda nuestra existencia.
La respuesta del Escriba, es profunda, ya que en la
puerta del templo dice que este modo de vivir, es más importante que cualquier
otra cosa, por lo tanto las energías, las fuerzas y el corazón no hay que
ponerla en los medios, sino que ellos sean expresión y ayuda para vivir esto.
Es lo que decimos cada Domingo al elevar la Eucaristía. Que en ella encontremos la razón para entregarnos por amor.
Pidámosle al Señor que nos ayude a vivir en actitud de
escucha cotidiana, aprendiendo a descubrir lo nuevo de cada día.
Que en esta semana meditemos sobre el amor que nos
tenemos, observando nuestros modos, comportamientos y cuidados para nosotros
mismos y nuestra relación con el prójimo.
Por último podemos terminar nuestro día preguntándonos:
¿Hoy amé un poco más que ayer?
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XXXI Domingo durante el año, ciclo B
Como venimos compartiendo en los últimos domingos la entrada de Jesús
en Jerusalén no es un paseo. Si en las aldeas de galilea ya tenía conflictos
con los escribas y fariseos en el centro del poder religioso, en torno al
templo, los conflictos se agudizan. Escribas, fariseos, saduceos, distintos
grupos religiosos lo confrontan en sus enseñanzas. Pero entre ellos hay un escriba que parece
que se acerca con buena intención. Dice el evangelio de Marcos (aunque hoy no
lo leamos entero) “un escriba que los oyó discutir (a Jesús con unos saduceos),
al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó ¿cuál es el
primero de los mandamientos?”. Es un hombre en búsqueda este escriba, toma la
iniciativa de acercarse él a Jesús, y de acercarse con respeto. Le va a hacer
una pregunta, como aquel hombre rico de unos domingos atrás. Pero ahora no
quiere saber cuántas cosas tiene que hacer para heredar la Vida, sino que
partiendo de lo que ya sabe quiere saber qué es lo más valioso e importante de
los 613 mandamientos de la Escritura que contabilizaban los rabinos. Algunos
pensaban que todos eran igualmente importantes, otros priorizaban algunos por
encima del resto. Este escriba que ve a este Maestro nuevo en Jerusalén, que le
despierta respeto y reconocimiento, quiere saber su opinión. Se ve que él está
buscando algo que unifique toda su práctica religiosa, que de sentido a todo lo
que hace. Sin embargo sigue planteándose las cosas desde el “deber ser”, desde
el cumplimiento, desde lo mandado. Cuantas veces somos ese escriba nosotros, a
veces necesitamos que se nos diga desde afuera “que tenemos que hacer”, y peor
aún muchas veces desde ese “deber ser” creemos que todo es igualmente
importante y nos vamos quedando en una práctica superficial y culposa de una
serie de preceptos y mandamientos.
Jesús le responde desde otro lado. Citando la misma palabra, el texto
que hoy también nosotros leemos del Deuteronomio, le dice lo mismo que reza el
pueblo creyente de Israel al comenzar cada día. Se trata de una larga oración
que comienza con estas palabras “Escucha Israel el Señor nuestro Dios es el
único Señor…” No hay que buscar entonces mucho afuera, la misma oración hecha
con amor cada mañana va mostrando el camino. No se puede separar la oración de
la vida, la fe compartida con Dios y con el pueblo en la oración es la que
después hay que hacer vida. Pero para esto lo primero y más importante es
“escuchar”. Dos veces el texto del Deuteronomio hace esta invitación en la
lectura de hoy. Para escuchar hay que saber hacer silencio, dejar de lado
tantas voces que desde afuera nos dicen que hacer, dejar de lado aún nuestras
propias voces, hacer silencio para escuchar la voz de Dios que es la que nos va
a conducir a la verdad plena. Si hacemos silencio y escuchamos a Dios vamos a
tomar conciencia que solo él es el Señor, es el único, y es el que nos da
unidad a nosotros. Haciendo silencio y escuchando a Dios vamos a reconocerlo en
lo que es: Amor. Y desde esta experiencia profunda de amor vamos a darnos
cuenta que también en nuestra vida es el amor el que da sentido a todo lo
demás. Tan central es el amor en la vida de quien busca a Dios que ni siquiera
tiene fuerza de “mandamiento”. Si así se lo llama es debido a nuestra
incapacidad de abrirnos a Dios y de dejar que su presencia amorosa brote
libremente desde nuestro interior.
Y ¿cómo es este amor al que estamos llamados? Es como el de Dios,
totalizante. No es un mero sentimiento. Se nos invita a amar “con todo” nuestro
corazón, alma, espíritu, fuerzas. Todo lo que somos y tenemos está llamado a volcarse en este amor. Es un
amor que supone la entrega total, hasta dar la vida. Este amor tiene un primer
destinatario que es Dios, de él viene y a él vuelve. En el encontramos la
unidad de toda nuestra existencia. Pero, desde él, el mismo amor se dirige a
los demás. Como tan claramente lo dirá Juan en su primera carta “miente el que
dice que ama a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve”. No son
dos amores, ni se los puede separar de tal modo que amemos a Dios primero y
después al hermano. Simplemente no existe uno sin el otro. Y aún más ese amor a Dios y al hermano es el mismo amor
que cada uno tiene por sí mismo.
Pareciera que el escriba entiende la enseñanza de Jesús, por eso la
ratifica, y agrega que ese amor es más valioso que todos los sacrificios
cultuales. Decir eso en las puertas del Templo donde se vive toda una
religiosidad centrada en el culto es muy fuerte. No es que el culto sea malo,
ni tener un lugar sagrado para sentir la presencia de Dios. Pero todo eso es
cáscara si no se vive desde lo profundo de un corazón que busca a Dios, que se
abre a su amor y que quiere vivir este amor con Dios y los hermanos. Lo mismo
podríamos decir hoy nosotros que venimos a este supremo acto de culto que es la
Eucaristía. Si esto se queda en una práctica externa y superficial que no nos
cambia el corazón no tiene ningún valor. Justamente la Eucaristía es la fiesta
del Amor, de un Jesús que se entrega por entero. Que participar de esta mesa
nos lleve una vez más a decirle a Jesús como lo hacemos en cada consagración:
“que en el eucaristía encontremos la razón para entregarnos por amor”.
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XXX Domingo durante el año, ciclo B
Pbro. Alejandro Agustoni
Cuando uno comienza a ver las
cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz
de Jesús, se convierte.
Hace un tiempo se pusieron de
moda unos cuadros llenos de puntitos que a simple vista eran eso, pero cuando
uno fijaba su vista se encontraba con una imagen en 3D. Creo que eso mismo pasa
cuando el Evangelio se mete en nuestras vidas, aporta una mirada distinta,
profunda, dinámica y colorida.
Otra experiencia que salía a la
luz al rezar con el Evangelio de este día era esta.
Muchas veces me pasa que viene
gente a hablar conmigo y me comparte sus problemas, conflictos, dolores y
tristezas, y después de un rato de conversar la persona se va. Siempre me
sorprende que el problema, el conflicto sigue estando, e incluso uno muchas
veces le dice que ese dolor o conflicto lejos de solucionarse va a crecer, y
sin embrago la persona se va agradecida y en paz. Es que ponerle nombre a las
cosas, ser escuchado, mirar desde otro ángulo o irme con alguna que otra
herramienta más para la vida, ya es un gran paso.
Lo que nosotros podemos estar
pensando que es la solución o la búsqueda de quien se acerca a pedirnos ayuda,
no siempre es la repuesta al problema.
Yo me preguntaba: ¿realmente
este hombre recobró la vista física? O más bien será que encontró un horizonte
de integración, de futuro en el seguimiento de Jesús.
Lo primero que hace la palabra
hoy es ponernos en contexto.
Bartimeo, es un nombre. Este
mendigo ciego que está marginado, al borde del camino, es nombrado por su
nombre, su identidad. El nombre es signo de dignidad. Él no es un mendigo más,
porque para Dios ninguno de nosotros es un hombre más. Somos únicos e
importantes para Él, cada uno de nosotros.
Bartimeo escucha que Jesús pasa,
grita. Grita más fuerte. Pide. Tira el
manto, pide y lo sigue. Bartimeo se desinstala, se arriesga, tira el manto en
el que juntaba las monedas para su sustento.
Jesús lo llama a través de sus
discípulos. “Animo Él te llama” que linda frase llena de esperanza. Tal vez
esta misma expresión es la que deberíamos tener en nuestras pastorales,
generando un ámbito que invita al encuentro, a salir de la comodidad y
mendicidad en que muchas veces nos encontramos, para ser sanados de nuestras
cegueras y oscuridades.
“Maestro que yo pueda ver”. ¿No
es este nuestro deseo también? Ver con los ojos de la fe, ver más allá de las
apariencias, no quedarnos en la superficialidad de las cosas y personas.
Un diálogo que muestra respeto.
Jesús pasa y se frena. Lo hace llamar. Le pregunta. Le da lo que venía
pidiendo.
Todos tenemos algo para dar y
para recibir. Tanto Jesús, como Bartimeo, nos muestran con esta actitud de
diálogo, que ni uno actúa desde la superioridad, ni el otro se pone en posición
de inferioridad. Se establece un dialogo de igualdad.
Frente a Jesús Bartimeo se
descubre sanado y se pone a seguirlo. El es rescatado de su marginalidad y
comienza a vivir como discípulo, con hermanos que lo acompañan,
Podemos preguntarnos:
¿Cuáles son mis cegueras? ¿Qué
grito? ¿Qué gritos escucho? Quienes me animan al encuentro con Jesús? ¿Yo animo
a otros a encontrarse con Él? ¿Dialogo con Jesús? ¿Me animo a salir de mi
comodidad, estancamiento, mendicidad para ponerme en camino?
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XXX Domingo durante el año, ciclo B
Ver, escuchar y seguir a Jesús
Pbro. Ignacio Palau
Llegamos al final del camino a Jerusalén, la última ciudad que queda atrás y que invita a meterse de lleno en el único destino por delante es Jericó. Mucha gente acompaña a Jesús, entre ellos sus discípulos. Sin embargo aún estos, como vimos el domingo pasado, no terminan de tomar conciencia de lo que significa caminar con Jesús a
Jerusalén. Para caminar con Jesús hay que ver donde se
van poniendo las pisadas, pero sobre todo hay que escuchar con el corazón para
saber hacía donde se va y querer libremente seguirlo. La escena del evangelio
de hoy tan rica nos invita a mirar a Jesús, a mirar a un ciego, y desde este
encuentro decidir que hacemos nosotros.
Bartimeo era un mendigo ciego de Jericó, no era un anónimo tenía su identidad. Pero la sociedad civil y religiosa de su tiempo lo había dejado “al costado del camino”. Su ceguera le impedía trabajar, de modo que se ganaba el pan mendigando. Pero además a pesar de estar tan cerca de Jerusalén no se le ocurría emprender el camino de peregrinación a la ciudad santa, porque su situación le impedía entrar al templo. En aquella mirada obtusa se creía que si era ciego era por su pecado. Sin embargo a pesar de tanta marginación hay en su corazón una fuerza interior y una convicción de que en algún momento va a salir de esa situación, y esto es lo que se pone de manifiesto ante el paso de Jesús.
Lo primero que hace este mendigo ciego es gritar. Un grito que sale desde lo profundo de su corazón, un grito que está dispuesto a que sea escuchado cueste lo que cueste, si el mundo a su alrededor lo quiere callar el grita más fuerte. Es un grito que por una parte expresa la profunda fe de este hombre. Para él quien pasa por el camino no es simplemente “el Nazareno”, es el “Hijo de David”, título mesiánico que denota su fe. Sin ver parece que el escucha más que los demás, pero escucha con el corazón lo que sus mismos discípulos vienen rechazando. El que pasa por el camino es el Mesías que vino como el “siervo sufriente” a asumir el dolor de su pueblo, a compadecerse. Por eso va a gritar “ten piedad de mí”, ten compasión. Tal es la fe de este hombre que el mismo Jesús la va a confirmar, sin que Jesús haga nada el va a recobrar la vista, “tu fe te ha salvado”. Tanto ha escuchado con su corazón el mensaje de Jesús que otros no querían escuchar que “lo siguió por el camino”. Ese camino que ya en la cercanía de Jerusalén lleva directo a la cruz. Es un hombre apasionado Bartimeo, que sabe lo que quiere, y está dispuesto a todo con tal de alcanzarlo, nada más le importa. “Señor que vea”, va a ser su deseo expresado desde lo más profundo de su corazón. No le importan sus posesiones a diferencia de aquel rico que se encontró con Jesús y se fue triste porque tenía muchos bienes. Él de un salto va al encuentro de Jesús y abandona todo lo que tiene: “arroja su manto”. Cuanto tenemos que aprender hoy de Bartimeo!!! La fe de este hombre es la que se nos invita a renovar en este año, una fe que es antes que nada confianza en Jesús, y una fe que nos hace ver por dónde nos invita a caminar el Señor, que nos hace escuchar su propuesta del Reino y comprometernos con él hasta las últimas consecuencias, que nos hace seguirlo a él por el camino de la entrega y de la Cruz. Una fe que desde la humildad reconoce sus límites y por eso grita desde los más profundo su necesidad. Será así nuestra fe?
Pero este grito y esta búsqueda tiene un destinatario, Jesús. Como actúa Jesús ante el ciego? Lo primero que hace es detenerse. No es posible escuchar el grito del otro si no nos detenemos, si no paramos nuestra marcha. Tantas veces hay tanto grito a nuestro alrededor que no escuchamos. Cuantas veces aunque podemos ver nos ponemos anteojeras y seguimos nuestro camino indiferentes a lo que pasa alrededor (no hay peor ciego que el que no quiere ver). Hoy Jesús nos invita a detenernos frente al dolor del otro, que se expresa en tantos gritos. Lo segundo que hace Jesús es preguntar: “¿Qué quieres que haga por ti?”. No da por supuesto nada, aunque parezca evidente cual es el motivo del grito Jesús da posibilidad para que el otro se exprese, diga su necesidad. Cuantas veces aún desde nuestro deseo de ayudar al otro decidimos nosotros que es lo bueno para él, y no escuchamos de verdad su grito, sino que nos hacemos intérpretes del mismo. Para establecer un verdadero vínculo de comunión, Jesús nos enseña que además de detenernos tenemos que abrir el diálogo, preguntar, dar lugar a la palabra del otro. Por último lo que hace Jesús es dar lugar a la libertad del otro y confirmarlo en su búsqueda y en su fe. “Vete”, le dice. El responder a su necesidad no es con interés proselitista de conseguir adeptos. Como tenemos que crecer en esto como Iglesia, entregar generosamente el evangelio y nuestro amor sin esperar nada a cambio. “Tu fe te ha salvado”, es un confirmar s actitud, su búsqueda, su lucha. Seguramente desde esta fe vivida en libertad la decisión de Bartimeo de seguirlo por el camino a Jesús ha sido una elección libre y madura que comprometió su vida.
Que podamos aprender de Jesús a salir al encuentro de tantos hermanos que están al costado del camino, y que gritan hoy su necesidad de inclusión. Quizás a muchos los hemos dejado nosotros como Iglesia en esa situación, quizás muchos se descubren marginados por una actitud de querer formar una iglesia de “puros”. Que Jesús siga pasando en medio nuestro enseñándonos a escuchar los gritos de tantos y a saber dar una respuesta evangélica a sus pedidos.
Bartimeo era un mendigo ciego de Jericó, no era un anónimo tenía su identidad. Pero la sociedad civil y religiosa de su tiempo lo había dejado “al costado del camino”. Su ceguera le impedía trabajar, de modo que se ganaba el pan mendigando. Pero además a pesar de estar tan cerca de Jerusalén no se le ocurría emprender el camino de peregrinación a la ciudad santa, porque su situación le impedía entrar al templo. En aquella mirada obtusa se creía que si era ciego era por su pecado. Sin embargo a pesar de tanta marginación hay en su corazón una fuerza interior y una convicción de que en algún momento va a salir de esa situación, y esto es lo que se pone de manifiesto ante el paso de Jesús.
Lo primero que hace este mendigo ciego es gritar. Un grito que sale desde lo profundo de su corazón, un grito que está dispuesto a que sea escuchado cueste lo que cueste, si el mundo a su alrededor lo quiere callar el grita más fuerte. Es un grito que por una parte expresa la profunda fe de este hombre. Para él quien pasa por el camino no es simplemente “el Nazareno”, es el “Hijo de David”, título mesiánico que denota su fe. Sin ver parece que el escucha más que los demás, pero escucha con el corazón lo que sus mismos discípulos vienen rechazando. El que pasa por el camino es el Mesías que vino como el “siervo sufriente” a asumir el dolor de su pueblo, a compadecerse. Por eso va a gritar “ten piedad de mí”, ten compasión. Tal es la fe de este hombre que el mismo Jesús la va a confirmar, sin que Jesús haga nada el va a recobrar la vista, “tu fe te ha salvado”. Tanto ha escuchado con su corazón el mensaje de Jesús que otros no querían escuchar que “lo siguió por el camino”. Ese camino que ya en la cercanía de Jerusalén lleva directo a la cruz. Es un hombre apasionado Bartimeo, que sabe lo que quiere, y está dispuesto a todo con tal de alcanzarlo, nada más le importa. “Señor que vea”, va a ser su deseo expresado desde lo más profundo de su corazón. No le importan sus posesiones a diferencia de aquel rico que se encontró con Jesús y se fue triste porque tenía muchos bienes. Él de un salto va al encuentro de Jesús y abandona todo lo que tiene: “arroja su manto”. Cuanto tenemos que aprender hoy de Bartimeo!!! La fe de este hombre es la que se nos invita a renovar en este año, una fe que es antes que nada confianza en Jesús, y una fe que nos hace ver por dónde nos invita a caminar el Señor, que nos hace escuchar su propuesta del Reino y comprometernos con él hasta las últimas consecuencias, que nos hace seguirlo a él por el camino de la entrega y de la Cruz. Una fe que desde la humildad reconoce sus límites y por eso grita desde los más profundo su necesidad. Será así nuestra fe?
Pero este grito y esta búsqueda tiene un destinatario, Jesús. Como actúa Jesús ante el ciego? Lo primero que hace es detenerse. No es posible escuchar el grito del otro si no nos detenemos, si no paramos nuestra marcha. Tantas veces hay tanto grito a nuestro alrededor que no escuchamos. Cuantas veces aunque podemos ver nos ponemos anteojeras y seguimos nuestro camino indiferentes a lo que pasa alrededor (no hay peor ciego que el que no quiere ver). Hoy Jesús nos invita a detenernos frente al dolor del otro, que se expresa en tantos gritos. Lo segundo que hace Jesús es preguntar: “¿Qué quieres que haga por ti?”. No da por supuesto nada, aunque parezca evidente cual es el motivo del grito Jesús da posibilidad para que el otro se exprese, diga su necesidad. Cuantas veces aún desde nuestro deseo de ayudar al otro decidimos nosotros que es lo bueno para él, y no escuchamos de verdad su grito, sino que nos hacemos intérpretes del mismo. Para establecer un verdadero vínculo de comunión, Jesús nos enseña que además de detenernos tenemos que abrir el diálogo, preguntar, dar lugar a la palabra del otro. Por último lo que hace Jesús es dar lugar a la libertad del otro y confirmarlo en su búsqueda y en su fe. “Vete”, le dice. El responder a su necesidad no es con interés proselitista de conseguir adeptos. Como tenemos que crecer en esto como Iglesia, entregar generosamente el evangelio y nuestro amor sin esperar nada a cambio. “Tu fe te ha salvado”, es un confirmar s actitud, su búsqueda, su lucha. Seguramente desde esta fe vivida en libertad la decisión de Bartimeo de seguirlo por el camino a Jesús ha sido una elección libre y madura que comprometió su vida.
Que podamos aprender de Jesús a salir al encuentro de tantos hermanos que están al costado del camino, y que gritan hoy su necesidad de inclusión. Quizás a muchos los hemos dejado nosotros como Iglesia en esa situación, quizás muchos se descubren marginados por una actitud de querer formar una iglesia de “puros”. Que Jesús siga pasando en medio nuestro enseñándonos a escuchar los gritos de tantos y a saber dar una respuesta evangélica a sus pedidos.
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DOMINGO XXIX durante el
año, ciclo B
Pbro. Alejando Agustoni
“El poder cuando se absolutiza tiende a descalificar y a
eliminar a todos los que hacen oír una voz distinta” (EloíLeclerc)
Este evangelio es como “la frutilla del postre” para los
mensajes que Marcos en los evangelios de los Domingos nos venía anunciando: Ser
humildes como niños; la mirada complementaria y unitaria desde el génesis del
hombre y la mujer, y de toda diversidad; y el mensaje del Domingo pasado que
nos invitaba a redescubrir nuestra relación con los bienes y los preceptos
religiosos como medios para vivir junto al prójimo, y no como fines en sí mismo
que nos puedan traer la felicidad.
Hoy el planteo final es el de nuestra mirada sobre la
búsqueda de poder (reconocimiento, privilegios, tener la posta) en nuestra vida
cotidiana.
El planteo de hoy es muy sencillo y claro: <No se
puede vivir verdaderamente la fraternidad si buscamos la solución a los
conflictos desde un lugar de poder>
Estos hermanos se permiten, con cierta ingenuidad, pero
con rapidez por encima del resto acercarse a Jesús para pedirle algún modo de
poder. Sentarse de un lado y el otro del rey, cómo en el Señor de los anillos,
o cómo tantas veces se ve en distintos tipo de gobernantes que su palabra es la
verdad y el resto antes de cualquier decisión se la consultan….
Si miramos la vida de los discípulos y de estos dos
hermanos, Santiago y Juan en particular, y cómo terminaron dando la vida en el
martirio, podemos descubrir cómo el seguimiento de Jesús transformó tanto su
vida que de su deseo de poder llegaron entregar la vida por el Evangelio.
El cambio al que nos invita Jesús en el Evangelio es
difícil, casi contra nuestra misma naturaleza quebrada por el pecado, que
tergiversa realmente nuestra naturaleza creada por Dios.
Así como estos dos hermanos en el caminar y escuchar de
cerca a Jesús, en el verlo entregar su vida hasta las últimas consecuencias, en
su camino posterior a la resurrección, con la misma Iglesia fueron
transformando su corazón y su mentalidad hasta que el Evangelio se hizo carne
en ellos, también nosotros estamos llamados a recorrer este camino de pasar de
nuestra sed de poder a la necesidad de ponernos al servicio de los hermanos.
Reconocer que todos tenemos sed de poder, de
reconocimiento es indispensable para la conversión. “La verdad los hará libres”
Pensaba en este día de la madre, cómo las mujeres tienen
el gran poder (regalo-don) de traer vida al mundo, de acompañarla y hacerla
crecer, sin embargo cuando este poder se absolutiza, puede llegar a creerse que
son dueñas de ese don y decidir sobre la vida o no de esos hijos por nacer, de
dirigirles la vida, el futuro, las decisiones, en definitiva conducirlos como
“si fueran dueñas”, y no como mediadoras que Dios eligió.
El poder mal entendido es el que nos saca libertad,
cuando lo buscamos como un fin….
Entre ustedes no debe ser así, generar libertad,
plenitud, servir…..es la búsqueda tanto personal como comunitaria.
Si vivimos como un fin el poder, los vínculos con los
demás, con lo religioso o con los bienes, nos quedamos tristes como el hombre
de la semana pasada; o lo que les pasa a los discípulos, que se generan
envidias y divisiones.
En cambio si miramos desde Jesús, el poder ponerse a
servir, para encontrar la felicidad
Para poder vivir un proceso es necesario saber dónde
estamos parados, por eso podemos preguntarnos:¿Cómo vivimos nuestros ámbitos de poder? Ser padres, jefes en un
trabajo, lo político, pastorales, relaciones con familia, amistades,
compañeros, sociedad?
Podríamos preguntarnos también como nos posicionamos en
nuestros servicios de la caridad…
Doy pero exijo cierta respuesta o reconocimiento, me
molesta la confrontación, voy hacia los pobres, necesitados o enfermos desde un
lugar de superioridad; no doy espacio al trabajo y la novedad que el otro trae,
tiendo a desvalorizar la palabra del otro porque es chico, porque no estudio
tal o cual cosa, porque no participa cotidianamente, porque es de tal o cual
manera, porque es de tal clase social…..
¿Cuáles son mis deseos, que se expresan en necesidades y
búsquedas muchas veces ocultas? ¿Cuáles de estas reconocemos como atentas al
prójimo, y cuáles solo miran mi felicidad sin tenerlos en cuenta?
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DOMINGO XXVIII durante el
año, ciclo B
Pbro. Alejandro Agustoni
Hace un tiempo comenzamos con los chicos de Confirmación
un curso de formación para coordinadores de grupos con un psicólogo social, y
entre muchas de las cosas que veíamos era la de revisar nuestra historia
educativa. Ahí veíamos como todos más o menos veníamos de un modo de educación
“bancaria” (directiva donde uno dice y
el otro hace). Y el planteo novedoso era el de una educación “problemática”,
donde no hay blancos y negros, donde uno busca la verdad disparada por
preguntas más que por soluciones y respuestas absolutas.
Creo que hoy se ve claro que el Evangelio de Jesús pasa
por este segundo modo de acompañar el crecimiento y vínculo con los hombres.
Si el fin de semana anterior escuchábamos a Jesús con un
planteo superador y complicado para la vida cotidiana, la de integrar y
enriquecerse con las diferencias, con la tensión que eso lleva. Hoy con mucha
claridad toca nuestra sensibilidad ya que lo material y lo religioso son dos
aspectos tensionantes e imprescindibles en nuestra vida y tanto el tenerlos
como, el no, es ya un obstáculo difícil de superar.
Marcos va a mostrarnos el pensamiento de este hombre
anónimo (que podemos ser nosotros) con sus gestos y palabras. El hombre corre
para que Jesús no se le escape, se arrodilla como signo de humildad y reverencia,
pregunta para dar a conocer lo que busca
y por último se fue entristecido.
El diálogo se centra en lo que se debe hacer o no, lo que está bien o
no.
¿Que debo hacer para heredar la Vida eterna?
Cuando uno analiza más en detalle la pregunta, hay
implícito un pensamiento posesivo, que se traslada a todas las dimensiones de
la existencia del hombre. Sabemos que las herencias se reciben, pero cuando uno
tiene una experiencia o mirada distinta al modo del hijo mayor de la parábola
de Lucas, entonces hay que ganarse el afecto, la confirmación de nuestros
padres, o de Dios.
Podemos decir que es un hombre religioso, que busca y que
no termina de encontrar la felicidad. Del mismo modo que la semana pasada
Marcos confrontaba un modo cultural equivoco y que llevaba a la injusticia ente
las diferencias (hombre y mujer), hoy rompe con un pensamiento de relación con
el dinero y los bienes, y el trato con Dios.
La riqueza en el tiempo de Jesús era signo de bendición,
de que Dios estaba a su lado. Dios bendecía con riquezas, bienes y descendencia
a aquellos que eran fieles. Es por eso que los discípulos se sorprenden ante
esta afirmación tajante de Jesús de que a los ricos les será difícil entrar en
el Reino de los cielos.
Jesús le cita al hombre los mandamientos que están en
relación con el prójimo pero son los de no hacer daño, este planteo es el piso
de toda religiosidad y comportamiento humano, pero nunca puede ser el techo el
ser solo alguien bueno. El hombre que religioso está llamado a superarse y
crecer y esto lo lleva indefectiblemente a estar atento al prójimo, a ocuparse
de su dignidad, bienestar, salud, compañía, etc.
Para nosotros es imprescindible vivir el seguimiento de
Jesús como un camino de inclusión y apertura al prójimo, ya que son nuestros hermanos,
porque todos somos “Hijos amados de Dios”, y esa buena noticia estamos
invitados a llevarla a todos. Por eso todos los medios de que disponemos deben estar al servicio y ser medio para
vivir en atención a los hermanos.
Sabemos que esto no tiene una respuesta para todos igual,
y por eso esa tensión debemos vivirla a la luz del Evangelio que con una mirada
de amor nos invita a crecer en la entrega y solidaridad.
Por último podemos preguntarnos. ¿Venimos buscando una
respuesta a nuestra vida? Y estamos dispuestos a ser confrontados, o solo
queremos una palmada en la espalda como signo de aprobación por nuestro buen
obrar?
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DOMINGO XXVII durante el
año, ciclo B
El hombre y la mujer en igualdad de condiciones.
Pbro. Alejandro Agustoni
No se puede vivir el Reino y la fraternidad que Jesús
vino a proclamar y hacer presente en medio de los hombres, si no se vive sin
poder y en el servicio.
Siguiendo la enseñanza de los domingos anteriores, sobre
el volver a ser niños, a no escandalizar, Marcos pone esta enseñanza sobre la
licitud del divorcio por parte del hombre con la mujer.
El planteo de fondo es la vivencia y concepción del
matrimonio en tiempos de Jesús, donde el hombre tenía el poder sobre la mujer,
y la ley lo amparaba.
Sin embargo para que el Reino de Dios se haga presente en
medio de los hombres no se puede vivir en el sometimiento de unos a otros, sino
solo en fraternidad y complementariedad. Así lo hizo Dios desde el principio y
esto se ve sobre todo en el matrimonio llamado a ser una unidad de amor y
entrega mutua.
La pregunta es sobre la ley: ¿está permitido esto o
aquello?
Jesús va a explicar a qué se debe el motivo de esa ley, pero
después va a iluminar con la Palabra de Dios. Una mirada de un mundo machista
que por la dureza de corazón tiene que legislar para defender a la parte más
débil.
Sin embargo Jesús viene con una mirada superadora,
siempre ve el poder como algo a desterrar, para implantar un nuevo reino, donde
se viva como hermanos, en amor y servicio de unos con otros, para llegar a la
plenitud.
En este sentido se enraíza la enseñanza del Evangelio. Entre
dos personas no debe haber nunca uno que tenga poder y otro que obedezca, sino
que desde siempre están hechos el uno para el otro complementarios, para
ayudarse mutuamente, para la búsqueda de la felicidad.
Viviendo el Evangelio de Jesús ya en el seno de la
pareja, es clarísimo que el servicio de uno hacia el otro, la búsqueda de
felicidad de mi marido o mujer, serán el camino de crecimiento y plenitud,
tanto personal como comunitario.
Dos tentaciones surgen siempre cuando se encuentran entre
los hombres las diferencias, tanto en las parejas como en las familias, comunidades
y sociedades hechas de personas diversas en modos, miradas, afectividades,
sentimientos.
Estas dos tentaciones son la uniformidad que plantea un
modo aparentemente superador de los conflictos, pero que no enriquece ni hace
crecer; la segunda tentación es la de la separación, tan acostumbrados en
nuestra cultura, ya que al no poder llegar a una mirada uniforme, debemos
solucionar el conflicto alejándolo y desterrándolo para no verlo.
Que desafío volver a descubrir en nosotros nuestro ser
niños necesitados de crecimiento, alimento, protección, educación y afecto,
para vivir en constante camino de superación e integración de lo que otros
traen para mi, y lo que yo puedo aportar a los demás.
Escandalizar a los más pequeños, no impedirles que se
acerquen, no juzgarlos. Es en esta situación donde Jesús se enoja
verdaderamente, ya que los Apóstoles se adjudican un poder que no es el del
servicio, sino el de la admisión o no de aquellos más necesitados, frágiles,
enfermos, solos, etc.
Cuantas veces
impedimos que la gente se acerque a Jesús por nuestras leyes eclesiásticas, por
nuestras normas morales, por nuestros juicios apresurados y distantes, por
nuestros preconceptos, en definitiva por nuestra falta de empatía y compasión.
Pensemos entonces de que manera nos relacionamos con los
demás, en nuestro matrimonio, en nuestras familias, en nuestra comunidad y
sociedad.
¿Realmente valoramos la diversidad como una ayuda
necesaria?
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DOMINGO XXVI durante el
año, ciclo B
¡¡¡“OJALÁ TODOS FUERAN PROFETAS EN EL PUEBLO DEL SEÑOR,
PORQUE ÉL LES INFUNDE SU ESPÍRITU”!!!
Pbro. Alejandro Agustoni
Qué fuertes estas palabras de Moisés, que actuales que
resultan también para los tiempos de hoy.
Yo también hago mías estas palabras: ¡Ojalá todos
fuéramos verdaderos profetas del Reino!
¿Qué es ser profeta?
Fijando nuestra mirada en Jesús podríamos decir que ser
profetas es ponerse a luchar contra el mal, codo a codo con los más débiles,
vulnerables, enfermos, solos, esclavos de diferentes males (adicciones,
violencias, carentes de educación, etc.), injusticias, pobres, ninguneados, y
tantas situaciones que parten de los
poderosos que viven encerrados y mirando su propio bienestar.
El Evangelio también nos dice que hay profetas en su
tiempo que actúan en nombre de Jesús sin ser del círculo íntimo.
¿Necesitamos un título, un lugar, autorización, un tiempo
para hacer el bien?
En primer lugar, desde el Bautismo somos sumergidos en el
Espíritu Santo, que nos hace profetas.
Por eso podríamos preguntarnos si ampliar nuestra mirada
no sería dejar de pensar que solo los papas, obispos, sacerdotes, catequistas o
algún otro que tenga un título que le de autoridad, son quienes tienen la
verdad; y hacernos cargo de realizar lo que esté a nuestro alcance en los
distintos ámbitos en que me muevo, donde también hay injusticias y necesidad
del Evangelio.
En segundo lugar, no podemos encerrar el Espíritu en
normas claras y distintas, porque “…Él Espíritu sopla donde quiere, tu hoyes su
voz, pero no sabes de donde bien, ni a donde va…” (Jn 13, 8).
Cuantas veces encontramos por ejemplo padres que se ponen
mal porque sus hijos no van a misa o no viven los valores del mismo modo que
ellos y se preguntan qué hicieron mal, pero por esta mirada demasiado cerrada
en donde supuestamente debe actuar el Espíritu, no logran ver todo el bien que
hacen cada día en su trabajo, en sus amistades, familia, y que muchas veces es
el Evangelio puesto en acción más que profesado para afuera. Qué desafío
descubrir en lo distintos modos de acción el Evangelio vivido de manera
implícita y ayudar a explicitarlo, para que crezca.
En Tercer lugar, se nos invita a la apertura de nuevos y
distintos modos de hacer el bien y a no juzgar, sino a hacer lo que a cada uno
le corresponda…
Esta sociedad va buscando y encontrando otros modos de
plenifica y acompañar la vida de los hombres; y como lo distinto por ser
molesto, desconocido, riesgoso, lo juzgamos y desechamos como paso por ejemplo
con la psicología.
Pidamos entonces en nuestra oración que nos haga a todos
verdaderos profetas del Reino de Dios, que lucha contra la injusticia, el mal
en sus diferentes formas, y sobre todo la comodidad….
* * * * * * * * * *
XXVI Domingo durante
el año, ciclo B
Del poder a la intolerancia
Pbro Ignacio Palau
A medida que Jesús se va acercando a Jerusalén la
propuesta de su seguimiento se va volviendo más exigente, claro que no es
cualquier exigencia la suya, sino simplemente la exigencia del amor. Una vez
más un incidente entre los discípulos lo lleva a mostrar cual es el camino.
Camino que se ve claramente que sus amigos no terminan de entender, y pareciera
que nosotros tampoco.
Jesús viene de enseñarles que no tienen que buscar el
poder, el prestigio, el protagonismo. Los invitó a hacerse pequeños servidores
de los demás. Ahora ya el problema que traen entre manos no es una lucha
interna sino el querer oponerse juntos, en forma corporativa a alguien que
dicen “no es de los nuestros”, y por eso le pretenden impedir hacer un bien,
expulsar demonios en nombre de Jesús. Cuando Jesús escucha el planteo pareciera
desesperarse, como si sintiera adentro suyo: “no entienden nada”. Y la reacción
es instantánea: “no se lo impidan”. Lo primero es frenar la acción desacertada
y luego con serenidad dar explicaciones.
Hay dos problemas en la actitud de los discípulos. El
primero es poner por encima del bien de las personas el propio interés del
grupo. No valoran que hay personas que son liberadas, que dejan de sufrir
terriblemente. No se dan cuenta que a esto mismo vino Jesús, y que lo que se
pasa haciendo es darle a cada persona pleno valor a su vida, incluso a costa de
enfrentarse con quienes no lo entienden, rompiendo con estructuras religiosas
tan fuertes como la institución del sábado. A Jesús nada le importa más que
cada persona viva con total dignidad. Por eso reacciona así: “Por Dios, no se
lo impidan. Dejen que estos hermanos que sufren sean liberados. Nada es más
valioso que eso”. El segundo problema es que entienden ellos por “pertenecer”,
al grupo de Jesús. Por estar ellos tan cerca de Jesús no se dan cuenta que hay
muchas formas de vincularse con él, y se creen con derechos a decidir quién
está vinculado con él y quién no. Si antes luchaban por problemas internos, por
poder, puestos y prestigios, ahora se han abroquelado juntos y lo que reluce es
la total intolerancia a quien no es del grupo. Una vez más Jesús les va a
aclarar que nadie es dueño de él, y que él es tan amplio como para aceptar a
cualquiera, y que la única forma de no ser parte del Reino es ponerse
claramente en la vereda de enfrente y querer destruirlo.
Decíamos que a medida que Jesús se acerca a Jerusalén su
seguimiento se va haciendo más exigente. Cada vez más siente Jesús que a su alrededor
hay un mundo que le es hostil, que no lo entiende, pero esto no lo lleva a
abroquelarse, a encerrarse hacia adentro con su pequeño grupo, al contrario lo
abre más al mundo, se entrega en mayor medida, y cada vez más a todos, a nadie
deja afuera. Hoy también la Iglesia vive en un mundo que cada vez la entiende
menos, que quizás vive caminos muy distintos al evangelio. Pero la respuesta
nunca puede ser sentir al mundo como enemigo y abroquelarnos como “grupo”,
teniendo criterios cada vez más cerrados, sintiéndonos los dueños de la verdad.
En el mundo hay un sinfín de personas que van también construyendo el Reino,
que van haciendo el bien, no podemos sino alegrarnos por sus obras. Y en el
mundo hay un sinfín de personas que van necesitando ser liberadas de tantos
males, que van necesitando encontrarse con Jesús, no podemos quedarnos en
“estructuras”, en “normas”, que terminan siendo un impedimento para que esas
personas encuentren a Jesús. Hoy también Jesús nos grita a nosotros “ ¡¡¡no se
lo impidan!!!”.
El Evangelio termina con el tema del escándalo. Es bueno
recordar que esta palabra significa “piedra de tropiezo”, impedimento. Jesús
nos invita a que nada se transforme en impedimento para que los pequeños
creyentes se acerquen más a él. Quizás esos pequeños creyentes son hoy todos
aquellos que a tientas lo van buscando y a veces nosotros con nuestras estructuras
impedimos el encuentro. Con imágenes
fuertes Jesús nos invita a dejar de lado todo lo que sea un obstáculo interno
para cada uno en el seguimiento, pero también todo lo que impide que otros lo
sigan. ¿Podremos ir avanzando como
Iglesia en este deshacernos de tantas “estructuras seguras” que para muchos son
impedimentos? Hace un mes partió al encuentro de Jesús un
profeta de este tiempo, el Cardenal Martini. En su última entrevista decía:
-La Iglesia ha quedado 200 años atrás. ¿Cómo puede ser
que no se mueva? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de coraje? Sin embargo, la fe
es el fundamento de la Iglesia. La fe, la confianza y el coraje. Yo soy viejo y
enfermo y dependo de la ayuda de los demás. Las personas buenas a mi alrededor
me hace sentir el amor. Este amor es más fuerte que el sentimiento de
desconfianza que tan a menudo percibo en las confrontaciones de la Iglesia en
Europa. Sólo el amor vence el cansancio. Dios es amor. Todavía tengo una
pregunta para ti: ¿qué puedes hacer tú por la Iglesia?
* * * * * * * * * *
DOMINGO XXV durante el
año, ciclo B
Los conflictos con Jesús en el medio, son fuente de
crecimiento
Pbro. Alejandro Agustoni
El Domingo pasado Jesús nos invitaba a preguntarnos quién
era Él para cada uno de nosotros. Esta respuesta tendrá en nosotros una
consecuencia directa en el seguimiento, en las expectativas que nos hacemos de su persona y de su
mesianismo, como también el modo de escuchar sus enseñanzas.
Ir detrás de Él significa seguir conociéndolo y a la vez
conociéndonos a nosotros mismos, nuestras virtudes y defectos, nuestras
grandezas y pequeñeces.
En este camino los discípulos discuten sobre quién era el
más grande, por tanto quién ocuparía los primeros puestos en el Reino de Dios.
Luchas de poder, deseos de ser reconocidos… estos mismos deseos que tenemos
cada uno de nosotros. Un ejemplo claro de esto, es cuando se pasan videos en
los cumpleaños o casamientos de gente conocida, cómo se nos hincha el pecho si
aparecemos, nos sentimos cerca, valorados, queridos, importantes.
El evangelio es claro, los discípulos están en una
sintonía y Jesús en otra. Discuten porque entienden el Reino de Dios, del cual
Jesús viene predicando, como un reino con características humanas, no como una
familia, donde tenemos un Dios (Padre-Madre) que nos ama incondicionalmente y
que nos hace hermanos.
Jesús habla de entrega total y absoluta por cada hombre,
un amor que no deja a nadie fuera de este reino, ni buenos ni malos, ni justos
ni injustos; Él da la vida por todos porque son hijos del Padre. (cambia los
paradigmas, las miradas)
Jesús reúne a sus discípulos y les enseña a mirarse como
hermanos, a descubrir que le mejor modo de solucionar los conflictos y de no
generarlos, es ponerse a servir con humildad. A llevar la Buena Noticia de este
Padre amoroso a cada hombre o mujer.
Los ubica nuevamente y con esto resuelve un conflicto de
intereses.
Cuando en nuestras vidas dejamos que Jesús entre con su
buena noticia nos reubica, pone en evidencia cuánto hay de egoísmos, de miradas
pequeñas y mundanas, de deseos de ser queridos y valorados, de heridas
disfrazadas, etc.
Un gesto que vale más que mil palabras
Los niños en el tiempo de Jesús no tenían valor alguno,
eran ninguneados, como tantos otros en la sociedad, sin embargo, Él con
paciencia y cariño nos enseña a mirar de manera nueva. Poniendo a un niño en
medio, signo de los más desprotegidos, indefensos, pobres, ignorados, se
identifica con su persona, y por tanto a recibirlos como al mismo Jesús.
Para Jesús no hay nadie que no sea tenido en cuenta en el
Reino de Dios. Todos valen, todos valemos porque somos hijos.
¿Nos animamos a escuchar a Jesús y su Buena Noticia en el
camino de la vida?
¿Creemos que los conflictos vividos de la mano de Jesús
nos enriquecen?
¿Estamos dispuestos a cambiar nuestros paradigmas de
quienes y que cosas son importantes para
nosotros, para cambiar a los valores del Evangelio?
* * * * * * * * * *
XXIII Domingo durante el año, ciclo B
Un corazón compasivo para anunciar a Jesús
Pbro. Ignacio Palau
Jesús, después de habernos enseñado que la verdadera religiosidad y la verdadera pureza de corazón no pasa por el cumplimiento de una serie de prácticas externas, sino por una verdadera apertura al hermano desde la justicia y la solidaridad, ahora nos lo muestra con hechos concretos.
Por lo pronto ya la geografía que
recorre Jesús nos habla de apertura de horizontes, no se
limita a su tierra, a Israel, sino que recorre regiones llamadas paganas, donde
vivía gente que no conocía a al Dios de Israel, ni seguía sus prácticas
religiosas. Allí sucede este encuentro con alguien que está realmente
necesitado de su compasión, un sordomudo. Esta persona se encuentra
verdaderamente al margen de la comunidad, esta limitación física lo ha hecho
vivir cierta parálisis, cierto encerramiento, tanto que el evangelista dice que
se “lo presentaron”, como que no se pudo acercar por sí mismo, hizo falta que
otros lo acercaran a Jesús. Este hombre tenía una gran dificultad para
comunicarse no podía hablar normalmente, hasta que por la acción de Jesús “se
le soltó la lengua”. Padecía el mal que aqueja a tantos y tantas en este mundo.
Muchas veces vivimos esta realidad de no poder expresar con claridad lo que
tenemos en el corazón, tantas veces nos cuesta verbalizar los sentimientos,
tantas veces sentimos que los demás, el mundo que nos rodea no nos va a
escuchar, no nos va a comprender, y entonces nos metemos hacia adentro, y
dejamos de decir lo que nos pasa. Hace falta que alguien nos ayude a “soltar”
la lengua, que nos muestren que somos capaces de abrirnos y expresarnos. Hace
falta tantas veces un corazón que escuche. Pero este hombre tenía otro problema
no solo estaba paralizado para expresarse, sino que además le costaba a él
mismo escuchar. Tan encerrado estaba en el mismo que no podía acceder a
palabras que surgieran del corazón de los demás y que llegaran a su corazón. No
podía recibir buenas noticias, y mucho menos “la Buena Noticia” del amor de
Dios. Lo mismo sigue ocurriendo hoy a tantos y tantas. A veces por la dureza
del corazón, a veces porque hay tanto ruido alrededor que este nos impide
escuchar las palabras más verdaderas y profundas que surgen del interior del
corazón de los otros, del Otro.
Jesús responde ante esta necesidad con tres actitudes. La primera es la de establecer con esta persona una vinculación personal “lo separó de la multitud, lo llevó aparte”. No es uno más del montón, es alguien concreto que requiere una atención personal. No hay forma de llegar al corazón del otro sino desde vínculos personales, a esto nos invitaban los obispos argentinos hace un tiempo cuando nos hablaban de la misión: En la tarea pastoral ordinaria la gran “conversión pastoral” pasa por el modo de relacionarse con los demás. Es un tema “relacional”. Importa el vínculo que se crea, que permite transmitir “actitudes” evangélicas. La pastoral, entonces, parece desarrollarse en lo vincular, en las relaciones, para que los programas pastorales no terminen siendo “máscaras de comunión”. Lo segundo que hace Jesús es establecer una cercanía, le habían pedido que imponga las manos, y el evangelista dice que le toco los oídos. Hace falta este encuentro cercano, este “tocar” la herida del otro. Solo llegaremos a la realidad del hermano si rompemos distancias, si nos acercamos, si nos animamos a dejarnos “afectar” por su realidad de dolor. Y el que sufre necesita esa cercanía, esa empatía con su realidad de parte de nosotros. Finalmente Jesús pone este encuentro en el contexto de la oración “levanta los ojos al cielo, suspira”. Para que la Buena Noticia llegue al corazón del hermano hace falta que se nos descubra como personas de Dios, que vivimos esa comunión con Dios y que lo mejor que tenemos para dar al otro es esta presencia que tantos buscan y no terminan de encontrar.
Hoy Jesús nos está invitando a salir al encuentro de los demás, especialmente de todo aquel que sufre, que tiene alguna necesidad. Y para esto nos invita a tener estas actitudes, de establecer vínculo personales con el otro, de animarnos a acercarnos a su dolor, tocando su realidad, y de saber poner estos vínculos cercanos en el contexto de la oración y la presencia de Dios que es lo mejor que tenemos para dar al otro. Son muchos en nuestra patria los que necesitan todo esto, y a pesar de muchos corazones en la iglesia que se quieren brindar no siempre están los recursos para que se haga posible el encuentro. Por eso este domingo tenemos la posibilidad de ayudar a este encuentro también desde lo económico. La colecta +x- es la posibilidad de ayudar a las Iglesias más necesitadas de nuestro país para que tengan los recursos necesarios para que la obra evangelizadora de ellas no sea solo un deseo sino una realidad.
Finalmente este domingo 9 de septiembre nos invita a poner la mirada en un santo a quien la Iglesia celebra en este día. Yo cada año cuando llega mi cumpleaños los invito a los que me acompañan en la misa a mirarlo y a pedirle a Jesús que me dé un corazón como el suyo. Me refiero a Pedro Claver. Desde que hace muchos años tuve la posibilidad de estar en Cartagena, en la pequeña habitación donde él vivía, y desde cuya ventana se ve el puerto adonde llegaban los barcos cargados de esclavos venidos del áfrica, no dejo de admirar su pasión por brindar a esos hermanos sus consuelos y ayudarlos a en medio de ese sistema injusto que era la esclavitud encontrar algo de dignidad. Cada vez que él veía llegar uno de esos barcos salía corriendo al encuentro de esos “hermanos”, así los llamaba él, y les mostraba gestos de ternura y compasión. Pidamos a Jesús que nos dé un corazón así y que como también Santiago nos invita hoy en su carta sepamos hacer cada día una verdadera opción por nuestros hermanos más pobres, débiles y sufrientes.
Jesús responde ante esta necesidad con tres actitudes. La primera es la de establecer con esta persona una vinculación personal “lo separó de la multitud, lo llevó aparte”. No es uno más del montón, es alguien concreto que requiere una atención personal. No hay forma de llegar al corazón del otro sino desde vínculos personales, a esto nos invitaban los obispos argentinos hace un tiempo cuando nos hablaban de la misión: En la tarea pastoral ordinaria la gran “conversión pastoral” pasa por el modo de relacionarse con los demás. Es un tema “relacional”. Importa el vínculo que se crea, que permite transmitir “actitudes” evangélicas. La pastoral, entonces, parece desarrollarse en lo vincular, en las relaciones, para que los programas pastorales no terminen siendo “máscaras de comunión”. Lo segundo que hace Jesús es establecer una cercanía, le habían pedido que imponga las manos, y el evangelista dice que le toco los oídos. Hace falta este encuentro cercano, este “tocar” la herida del otro. Solo llegaremos a la realidad del hermano si rompemos distancias, si nos acercamos, si nos animamos a dejarnos “afectar” por su realidad de dolor. Y el que sufre necesita esa cercanía, esa empatía con su realidad de parte de nosotros. Finalmente Jesús pone este encuentro en el contexto de la oración “levanta los ojos al cielo, suspira”. Para que la Buena Noticia llegue al corazón del hermano hace falta que se nos descubra como personas de Dios, que vivimos esa comunión con Dios y que lo mejor que tenemos para dar al otro es esta presencia que tantos buscan y no terminan de encontrar.
Hoy Jesús nos está invitando a salir al encuentro de los demás, especialmente de todo aquel que sufre, que tiene alguna necesidad. Y para esto nos invita a tener estas actitudes, de establecer vínculo personales con el otro, de animarnos a acercarnos a su dolor, tocando su realidad, y de saber poner estos vínculos cercanos en el contexto de la oración y la presencia de Dios que es lo mejor que tenemos para dar al otro. Son muchos en nuestra patria los que necesitan todo esto, y a pesar de muchos corazones en la iglesia que se quieren brindar no siempre están los recursos para que se haga posible el encuentro. Por eso este domingo tenemos la posibilidad de ayudar a este encuentro también desde lo económico. La colecta +x- es la posibilidad de ayudar a las Iglesias más necesitadas de nuestro país para que tengan los recursos necesarios para que la obra evangelizadora de ellas no sea solo un deseo sino una realidad.
Finalmente este domingo 9 de septiembre nos invita a poner la mirada en un santo a quien la Iglesia celebra en este día. Yo cada año cuando llega mi cumpleaños los invito a los que me acompañan en la misa a mirarlo y a pedirle a Jesús que me dé un corazón como el suyo. Me refiero a Pedro Claver. Desde que hace muchos años tuve la posibilidad de estar en Cartagena, en la pequeña habitación donde él vivía, y desde cuya ventana se ve el puerto adonde llegaban los barcos cargados de esclavos venidos del áfrica, no dejo de admirar su pasión por brindar a esos hermanos sus consuelos y ayudarlos a en medio de ese sistema injusto que era la esclavitud encontrar algo de dignidad. Cada vez que él veía llegar uno de esos barcos salía corriendo al encuentro de esos “hermanos”, así los llamaba él, y les mostraba gestos de ternura y compasión. Pidamos a Jesús que nos dé un corazón así y que como también Santiago nos invita hoy en su carta sepamos hacer cada día una verdadera opción por nuestros hermanos más pobres, débiles y sufrientes.
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XXII Domingo durante el año, ciclo B
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Muchas veces nos encontramos que la religiosidad vivida desde las normas rígidas e inamovibles va contra el sentido común. Algo de esto pasa en el Evangelio de hoy.
Les pregunto a los chicos que hacen antes de comer y me responden que se lavan las manos. Cuando pregunto ¿por qué? Me miran con cara… y me dicen porque están sucias y tienen gérmenes y si no los sacamos podemos enfermarnos. Sin embargo cuando les pregunto si alguna vez pasaron por alto esta recomendación me dicen que obvio, y que no les pasó nada.
¿Piensan que Dios nos dejaría de querer por dejar de ir a misa uno o más Domingos, que si mañana nos morimos nos deja fuera del cielo? Obviamente todos contestan que no, pero sin embargo después nuestro sentimiento y comportamiento frente a lo que nos enseñaron desde chicos es otro. Nos sentimos fuera de la comunión, etc.
Volvemos después de estar cincoDomingos escuchando el Evangelio de Juan, a la lectura de Marcos y nos encontramos con este texto de confrontación, de cuestionamiento e incomprensión.
Marcos muestra el motivo del escándalo para quienes están leyendo y no conocen las tradiciones judías, eso que escandaliza y lleva al juicio de los discípulos.
Jesús invita a vivir en la interioridad ya que ahí se apoya todo lo que vemos y mostramos a los demás y a nosotros mismos. Esta invitación a la interioridad no es nueva, pero hoy Jesús lo hace con mucha fuerza, ya que vivir en lo exterior, en la apariencia y en la superficie lleva a la hipocresía y nos daña y daña a los demás.
No sé si sabían que los Icebergs suelen mostrar arriba de la superficie del mar, solo un tercio de su tamaño real. Esta imagen me ayudaba a reflexionar sobre el Evangelio de hoy. Esto que tiene oculto debajo del agua es capaz de hundir un gran barco como el Titanic, y es por eso que estamos llamados a conocerlo y darlo a conocer, para no dañar.
En nuestro interior hay historia, imágenes de Dios, leyes, experiencias, valores, búsquedas, personas, heridas, encuentros y desencuentros, vicios y virtudes, que nos van definiendo y que condicionan nuestro actuar. Cuanto más las conozcamos más libres seremos. Como dijo Jesús: “La verdad los hará libres” es por eso que conocernos es algo irrenunciable para todo discípulo suyo.
Jesús dice algo muy duro hipócritas. Es como decir ustedes viven en la mentira, muestran una cosa y viven otra completamente distinta. Esto que les dice a los Fariseos y Escribas también nos lo puede estar diciendo a nosotros.
Vivir como hipócritas es vivir en y de la apariencia, vivir sin interioridad y de normas externas.
En este tiempo estamos en la parroquia con las comuniones de los chicos, y muchas veces vemos que las familias, las catequistas o las comunidades están más en el detalle de la fiesta y de las fotos que en la celebración en sí. En las familias, en los grupos hay divisiones, distancias, envidias y críticas de unos con otros, esto es una forma de Hipocresía. También pienso en cuantos de nosotros podemos dedicar largo tiempo a la oración, a participar en la misa, a cumplir lo que la Iglesia institución nos pide, pero no dedicamos tiempo a la escucha y el diálogo con quienes están a mi lado. O los chicos que se van a casar que están dedicados durante casi un año en mandar tarjetitas a los amigos, a conseguir el salón de fiesta, el vestido, la música, etc. y para la celebración ni siquiera se toman un ratito para buscar una lectura que los acompañe en ese momento importante de la vida.
¿Desde donde miramos a la realidad, desde la ley, desde nuestra experiencia, desde nuestras heridas o desde Jesús?
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XXI Domingo durante el año, ciclo B
La Fe es un don que se vive en libertad
y con compromiso.
Por el Pbro Alejandro Agustoni
Jesús dice “nadie puede venir a mi si el Padre no se lo
concede”. Esta frase debería quedarse bien grabada en el corazón y en
nuestra inteligencia, ya que no podemos forzar a nadie a creer. LA FE ES UN DON
DE DIOS.
Ahora bien ¿Podemos ayudar
nosotros a creer? Seguro, ya que como sabemos la fe es algo que vamos transmitiendo
unos a otros con palabras, pero sobre todo con gestos.
La semana pasada preguntaba
sobre la fe en la Eucaristía. ¿Está verdaderamente Jesús en el pan y el vino
consagrado? ¿Lo creemos?
Esto que nos viene por
tradición de boca en boca por nuestros padres, abuelos, familia, catequistas,
por la Palabra escrita, lo afirmamos como una verdad inamovible, sin embargo
otras verdades tan profundas como estas y que también eran sabidurías de la
Iglesia, escritas, entramos a dudarlas, a dejarlas de lado.
Acá pienso en el mandamiento
del amor, entregado en la última cena. Lávense unos a otros….., o en la
fidelidad del matrimonio donde Jesús resalta que el hombre y la mujer están
hechos para estar juntos desde su génesis, y tantos otros modos de vivir el
amor que hoy culturalmente estás en crisis.
Así como la semana pasada me
preguntaba sobre mi fe en la Eucaristía, hoy me preguntaba sobre la libertad y
mi seguimiento. ¿Por qué lo sigo, el porqué de mi consagración?
Cuando estaba pensando en
entrar en el seminario el sacerdote que me acompañaba me decía: Cuando Dios te
llama no podes decir que no…. Esto más
adelante fue algo que entró en crisis, ya que me daba cuenta que yo podía ser
feliz en otro camino, y que Dios jamás me iba a dejar de querer. Por eso empecé
a preguntarme con libertad qué quería hacer yo verdaderamente.
Mi respuesta es esta, y cada
día vuelvo a elegir con libertad, sabiendo desde la fe, desde la confirmación
de los demás, pero sobre todo desde una certeza interior que mi vida en Jesús se
plenifica, y cada día me siento y veo más Cucu.
Esto es mío, pero cada uno de
los que estamos acá deberíamos escuchar a Jesús.
¿También ustedes quieren irse? Esta pregunta suena mucho en mi
corazón, porque habla de libertad, de honestidad, de protagonismo, de compromiso.
Este es un tiempo en que
muchas de las cosas a las que estábamos acostumbrados culturalmente, por
tradición, inamovibles, pasaron a un plano relativo. Muchos eligen vivir de
otro modo, con otros valores.
Hoy en muchos casos los padres
no eligen el Bautismo para sus hijos, porque creen que tienen que ser ellos los
que lo hagan libremente.
(Matrimonios que se separan
porque la fidelidad deja de ser un dogma y pasa a ser una elección, lo mismo
con las relaciones entre hombre y mujer vividas en un cierto marco de cuidado o
la atención al prójimo en el respeto a los mayores, el cuidado del bien común,
las leyes que sirven para protegernos, etc.).
Yo encuentro en Jesús Palabras de vida Eterna, cuando lo veo
obrar, cuando veo su cercanía con los niños, con los indefensos, con los
enfermos, su misericordia con los publicanos y prostitutas, el cambio de
actitud de quienes hacían el mal como Leví o Zaquéo, su cercanía con las
mujeres, etc.
Ahora me pregunto si este amor
que me sostiene lo transmito de modo que otros encuentren en Jesús también
Palabras de Vida Eterna, o solo meras palabras vacías, imposiciones de normas
para llenar las iglesias o sostener a distancia una estructura social, etc.
¿cómo contestar a esto? ¿por
qué lo sostenemos?
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XXI Domingo durante el año, ciclo B
La opción de seguir a Jesús
La opción de seguir a Jesús
Por el Pbro. Ignacio Palau
Después de haber escuchado durante varios domingos una larga enseñanza sobre la Eucaristía, llegamos este domingo al final del capítulo 6 del Evangelio de Juan. Ya no hay más enseñanzas ahora, ante todo lo que venimos escuchando, se nos invita a dar una respuesta. ¿Qué es lo que nos ha dicho Jesús? Que él es Pan de Vida, que su vida
es ser un pan partido para los demás, que es tanto el amor que nos tiene
que da su misma vida por nosotros, y que en cada Eucaristía esto se hace
realidad aquí y ahora. Y ¿qué implica en nosotros? Que si de verdad celebramos
la Eucaristía estamos llamados a hacer de nuestra vida, una vida para los
demás; que estamos invitados a trabajar con él por un mundo mejor; que entrar
en comunión con él es animarnos a vivir su vida y hacerlo presente en medio del
mundo. Celebrar la Eucaristía entonces es aceptar de parte de Jesús un planteo,
tomar conciencia de que lo que hacemos cada domingo en torno a esta mesa es
ponernos en situación de renovar una opción de vida. O seguimos a Jesús con
todo lo que esto implica o buscamos otros caminos. Llega un momento de la vida
del discípulo en que ya no hay lugar para medias tintas.
Esto es lo que entendieron quienes escuchaban a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Allí no solo estaba la gente “que había comido pan hasta saciarse”, estaban los discípulos de Jesús, aquellos que lo venían siguiendo de aldea en aldea, que iban encontrando en Jesús palabras que daban sentido a su vida. Son muchos de ellos los que ahora, después de escuchar con claridad la propuesta de Jesús han sentido que esas palabras son duras. Muchos dejaron de seguirlo. También a los doce, aquellos que comparten más cercanamente su vida, Jesús les muestra que seguirlo a él es una opción de vida, no están obligados, si quieren pueden irse. Sin embargo ellos con una respuesta que expresa sus corazones sedientos de Jesús le contestan “¿A quién vamos a ir?”. Es como si dijeran “desde que te conocimos nos damos cuenta que sin vos la vida no tiene sentido, aunque tus palabras sean exigentes, y a veces difícil de vivir solo en ellas encontramos luz, verdad, vida”.
Hoy también nosotros estamos invitados a hacer ante Jesús una opción de vida. Y de hecho la hacemos nosotros y la hace el mundo. Vivimos en un mundo donde justamente cada vez más podemos y tenemos que hacer opciones. No hace mucho tiempo la misma sociedad nos iba marcando el camino, vivíamos inmersos en culturas donde los valores eran claros y no vivirlos era ponerse a contramano. La misma Iglesia sobre todo en la enseñanza de sus pastores era reconocida como maestra y sus enseñanzas no se cuestionaban. Pero hoy hay un grado tal de libertad interior que hace que cada uno pueda elegir sin condiciones como vivir. Antes un matrimonio pensaba mil veces antes de llegar a un divorcio, hoy se ve más fácilmente esta opción ante el conflicto. Antes las adicciones eran un peligro que enfrentaban algunos jóvenes en situación de gran riesgo, hoy cada joven se enfrenta a esta opción. Antes la sexualidad previa al matrimonio no tenía lugar de ningún modo, hoy quienes elijen llegar vírgenes hasta el altar lo hacen a contramano de una cultura que no los entiende. Y podríamos hacer una larga lista de ejemplos, no se trata de Juzgar a nadie, sino de tomar conciencia que nuestra vida de hoy nos exige hacer permanentes opciones. Y como cristianos que somos esas opciones las hacemos delante de Jesús. Conocer a Jesús y seguirlo es una opción fundamental en nuestra vida, y si queremos ser coherentes con esa opción tendremos que saber poner delante de él las demás para ver si lo estamos siguiendo. Él nunca nos va a obligar a seguirlo, pero siempre será bueno tomar conciencia que el camino es exigente, tiene la exigencia del amor.
Ser parte de esta comunidad eucarística que domingo a domingo sigue a Jesús es venir a decirle a él: “solo vos tenés palabras de Vida eterna, nosotros creemos y sabemos que sos el santo de Dios. Queremos seguirte, te necesitamos, sin vos nuestra vida no tiene sentido”. Pero seguir a Jesús no puede ser solo una elección para nosotros, estamos llamados a mostrar el camino a otros, respetando su decisión, pero dando lugar a que conozcan el camino que nos llena de vida a nosotros. Hoy se nos invita a mirar el ejemplo de Josue. El en un momento determinante para el pueblo dice “Elijan a quien quieren servir, a quien quieren seguir, yo y mi familia serviremos y seguiremos al Señor”. La vida de este hombre y su familia no tiene sentido sin el Señor y lo proclama, la gente que lo ve se da cuenta. ¿Seremos así de testigos nosotros? ¿Qué aspecto de nuestra vida es una interpelación para los demás? ¿Es Jesús el centro y el sentido de nuestra vida? ¿Se pone esto de manifiesto? Este domingo es una ocasión para muy adentro nuestro volver a responder a Jesús una pregunta muy personal que él nos hace a cada uno: “¿querés seguirme o queres irte?” Ojalá que cada uno le podamos decir desde lo profundo del corazón: “Señor a quien voy a ir. Solo vos tenés palabras de Vida eterna”.
Esto es lo que entendieron quienes escuchaban a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Allí no solo estaba la gente “que había comido pan hasta saciarse”, estaban los discípulos de Jesús, aquellos que lo venían siguiendo de aldea en aldea, que iban encontrando en Jesús palabras que daban sentido a su vida. Son muchos de ellos los que ahora, después de escuchar con claridad la propuesta de Jesús han sentido que esas palabras son duras. Muchos dejaron de seguirlo. También a los doce, aquellos que comparten más cercanamente su vida, Jesús les muestra que seguirlo a él es una opción de vida, no están obligados, si quieren pueden irse. Sin embargo ellos con una respuesta que expresa sus corazones sedientos de Jesús le contestan “¿A quién vamos a ir?”. Es como si dijeran “desde que te conocimos nos damos cuenta que sin vos la vida no tiene sentido, aunque tus palabras sean exigentes, y a veces difícil de vivir solo en ellas encontramos luz, verdad, vida”.
Hoy también nosotros estamos invitados a hacer ante Jesús una opción de vida. Y de hecho la hacemos nosotros y la hace el mundo. Vivimos en un mundo donde justamente cada vez más podemos y tenemos que hacer opciones. No hace mucho tiempo la misma sociedad nos iba marcando el camino, vivíamos inmersos en culturas donde los valores eran claros y no vivirlos era ponerse a contramano. La misma Iglesia sobre todo en la enseñanza de sus pastores era reconocida como maestra y sus enseñanzas no se cuestionaban. Pero hoy hay un grado tal de libertad interior que hace que cada uno pueda elegir sin condiciones como vivir. Antes un matrimonio pensaba mil veces antes de llegar a un divorcio, hoy se ve más fácilmente esta opción ante el conflicto. Antes las adicciones eran un peligro que enfrentaban algunos jóvenes en situación de gran riesgo, hoy cada joven se enfrenta a esta opción. Antes la sexualidad previa al matrimonio no tenía lugar de ningún modo, hoy quienes elijen llegar vírgenes hasta el altar lo hacen a contramano de una cultura que no los entiende. Y podríamos hacer una larga lista de ejemplos, no se trata de Juzgar a nadie, sino de tomar conciencia que nuestra vida de hoy nos exige hacer permanentes opciones. Y como cristianos que somos esas opciones las hacemos delante de Jesús. Conocer a Jesús y seguirlo es una opción fundamental en nuestra vida, y si queremos ser coherentes con esa opción tendremos que saber poner delante de él las demás para ver si lo estamos siguiendo. Él nunca nos va a obligar a seguirlo, pero siempre será bueno tomar conciencia que el camino es exigente, tiene la exigencia del amor.
Ser parte de esta comunidad eucarística que domingo a domingo sigue a Jesús es venir a decirle a él: “solo vos tenés palabras de Vida eterna, nosotros creemos y sabemos que sos el santo de Dios. Queremos seguirte, te necesitamos, sin vos nuestra vida no tiene sentido”. Pero seguir a Jesús no puede ser solo una elección para nosotros, estamos llamados a mostrar el camino a otros, respetando su decisión, pero dando lugar a que conozcan el camino que nos llena de vida a nosotros. Hoy se nos invita a mirar el ejemplo de Josue. El en un momento determinante para el pueblo dice “Elijan a quien quieren servir, a quien quieren seguir, yo y mi familia serviremos y seguiremos al Señor”. La vida de este hombre y su familia no tiene sentido sin el Señor y lo proclama, la gente que lo ve se da cuenta. ¿Seremos así de testigos nosotros? ¿Qué aspecto de nuestra vida es una interpelación para los demás? ¿Es Jesús el centro y el sentido de nuestra vida? ¿Se pone esto de manifiesto? Este domingo es una ocasión para muy adentro nuestro volver a responder a Jesús una pregunta muy personal que él nos hace a cada uno: “¿querés seguirme o queres irte?” Ojalá que cada uno le podamos decir desde lo profundo del corazón: “Señor a quien voy a ir. Solo vos tenés palabras de Vida eterna”.
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XX Domingo durante el año, ciclo B
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
Pablo en la segunda lectura
nos habla de llenarnos del Espíritu Santo. Esto es llenarnos de Dios, motivo
por el cual estamos acá reunidos Domingo tras Domingo. Él dice que nos
asiduamente, que recitemos canticos inspirados y compartamos la mesa. En definitiva
compartir la vida, rezar y alimentarnos juntos en comunidad.
La semana pasada les comentaba que la Eucaristía es
poco atractiva, insulsa, incolora. (dar de probar a los chicos las hostias sin
consagrar). “tiene gusto a papel o cartón”
Ahora la pregunta que sigue
es: ¿Creen que este es verdaderamente Jesús en Cuerpo y Sangre? ¿Cómo llegan a
saber esto? (Por familia y catequistas, por la Palabra, por fe). ¿Creen que es
realmente eficaz, que nos ayuda a crecer?
Si algo tan chiquito, sencillo,
y sin atractivo puede dar tanta vida, no será que Jesús en ese modo de darse
nos está enseñando que muchas de las cosas que vivimos cotidianamente y que se
volvieron rutina, sin el atractivo del primer momento (como palabras, gestos,
entregas, etc.) siguen realmente siendo efectivas a pesar de todo sentimiento
contrario, o incluso sin sentimiento
Por eso debemos preguntarnos
hoy ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en
nuestra vida?
Me acordaba en estos días
pensando el lugar que ocupa en mi la Eucaristía, en el tiempo previo a entrar
al seminario, un tiempo de discernimiento y espera, donde quería escuchar y
seguir con mucha fuerza la voluntad de Dios, y como sin darme cuenta ni
proponérmelo de manera consciente, empecé a ir a misa todos los días, a rezar
mucho con la Palabra, para escuchar lo que Jesús quería de mí. Ese tiempo fue
muy intenso y necesitaba sentirme más cerca de Dios, y lo elegía libremente, no
por un precepto, sino por necesidad.
Tal vez hoy el celebrar la
Eucaristía todos los días, me haya acostumbrado a alimentarme de Él, y no
termine de darme cuenta lo necesario que es para mi vida, aunque lo creo
sinceramente.
Hace unos días estuvimos
atentos a las olimpíadas, a los deportistas y sus logros. En varias entrevistas
les preguntaban por su alimentación ya que cada deporte necesita uno específico
si se quiere llegar al máximo rendimiento.
Esto mismo es lo que muchos
podrían preguntarnos si viviéramos nuestro ser cristiano de manera plena. Y no
tanto por nuestros éxitos externos, por comparación, sino por nuestro
testimonio de entrega, solidaridad, de escucha, de silencios, de cercanía, de
ternura y compasión, etc.
Los que escuchan las palabras
de Jesús no logran entender, siguen una lógica y no comprenden que la fe es ir
más allá, adentrarse en un modo más profundo de existencia,, que hace que lo
imposible para el hombre sea posible, por estar Dios con nosotros, en nosotros
y entre nosotros.
Comer y beber a Jesús en su
Cuerpo y Sangre, para que Jesús viva en mí y yo en Él, del mismo modo que Él vive
en el Padre y el Padre en Jesús.
Entrar en comunión con todo su
ser, con su Palabra, con su entorno de amigos, etc.
¿Qué lugar ocupa en nosotros la Eucaristía? ¿Cómo la concibo, como
premio al buen rendimiento, o como alimento para rendir al máximo?
Entrar en comunión, es comer a
Dios de tal manera que mi vida sea llevarlo donde vaya, como lo hizo María al
visitar a Isabel, en el servicio, en el camino montañoso de la vida, en cada
encuentro personal, con palabras o sin ellas.
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XX Domingo durante el año, ciclo B
Eucaristía, Comunión con Jesús para estar en comunión con el mundo
Eucaristía, Comunión con Jesús para estar en comunión con el mundo
Por el Pbro. Ignacio Palau
Llegamos hoy al final de la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de haberles dado de comer a una multitud. En estas largas palabras les mostró a quienes lo buscaron que el mismo es Pan de Vida, Pan bajado del cielo. Si estas palabras nos fueron ayudando en estos domingos a entender que Jesús nos está hablando de la Eucaristía, hoy ya queda definitivamente claro. Si ver a Jesús partir el pan nos hacia descubrir que cada eucaristía es celebrar a un Jesús que hizo de toda su vida una entrega, un pan partido. Si escuchar a Jesús invitándonos a trabajar por el pan que permanece era una invitación a traer a cada eucaristía nuestros trabajos y proyectos, para ofrecérselos con el pan y el vino. Si recibir de Jesús la invitación a comer del Pan de Vida eterna lo descubrimos como una invitación a alimentarnos en el camino de la vida en cada Eucaristía. Hoy ya no quedan dudas de que Jesús nos está hablando de la Eucaristía. Jesús nos ofrece su “carne para la vida del mundo”, y nos invita a comer su carne y beber su sangre. Los primeros cristianos que escuchaban y leían estas palabras entendieron que aquí se encontraba el sentido de lo que celebraban en comunidad. Hoy se nos ofrece a nosotros.
Creo que en este final se nos invita a valorar tres dimensiones de la Eucaristía. Lo primero es a reconocer la presencia real de Jesús en la Eucaristía. No se trata de una simulación, no se trata de una escenificación. En cada Eucaristía se hace presente de un modo único el mismo Jesús en medio de nosotros. Se hace presente aquí y ahora la pascua de Jesús. Es el mismo el que se entrega en este altar, es él resucitado el que está ante nuestros ojos. Por eso es que tenemos estos gestos sencillos pero realizados desde el corazón para expresar nuestro reconocimiento, como el arrodillarnos y mirarlo en silencio después de la consagración. Por eso es que aún después de la misa guardamos con respeto este pan consagrado en el sagrario, porque él sigue ahí y podemos venir aquí a adorarlo. Pero si bien todo esto es verdad lo más importante es para que se queda en medio de nosotros, no en primer lugar para que lo adoremos y le rindamos culto, sino antes que nada para que comamos y bebamos. Y esto nos lleva a la segunda dimensión de la Eucaristía que se nos invita a valorar en las palabras que escuchamos de Jesús.
Antes que nada la Eucaristía es banquete, es lugar de encuentro con Jesús y con la comunidad, es fiesta de “comunión”. Que Jesús nos invite a comer y beber no es un detalle, es el centro de la Eucaristía. ¿Para que esta comunión? ¿Qué supone esta comunión? Jesús lo dice muy claro: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Esta comunión es el camino para un maravilloso intercambio nosotros nos hacemos parte de Jesús y él se hace parte de nosotros. Cada vez que nos acercamos a esta mesa nos vamos llenos de la presencia de Jesús en nuestro corazón. Por eso esta comunión a la vez que es un don es una tarea. Jesús nos dice: “el que me come vivirá por mí”. Esto tiene un doble sentido. Por una parte es darnos cuenta que lo que alimenta nuestra vida es Jesús, es él mismo quien vive en nosotros, es su vida. Pablo lo tenía muy claro cuando decía “no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí”. Se trata de un vivir “desde” Jesús. Pero por otra parte “vivir por Jesús” también tiene un sentido de finalidad de nuestra existencia. El es el sentido de todo lo que somos y hacemos, vivimos “para” él. Entrar en comunión con Jesús entonces es un llamado a hacer de toda nuestra vida una Eucaristía, como Jesús, con Jesús, por Jesús, hacer de nuestra vida entera una vida para los demás.
Finalmente Jesús nos dice que este vivir “por él” es al mismo modo que él vive “por el Padre, que lo envió”. Con lo cual, aunque no lo diga explícitamente ahora lo ha dicho en otros momentos, el que vive por él es un enviado de él. Vivir la vida de Jesús a partir de la Eucaristía es entonces una invitación a descubrir la misión que recibimos al final de cada misa. Cuando se nos dice que “vayamos en paz”, no significa que simplemente nos vayamos a disfrutar del resto del día, sino que es la misión de ir a llevar la paz al mundo que la necesita. De hecho de aquí viene el nombre que le damos a la Eucaristía, Misa. Cuando antiguamente se celebraba la misa en latín se decía al finalizar “Ite missa est”, es decir “vayan en misión”. Celebrar la Misa es celebrar el encuentro con Jesús, entrar en comunión con él para llenos de él llevar su presencia al mundo que lo busca. Y no se trata tanto de salir de ahí a “predicar”, sino sencillamente a testimoniar este encuentro con la vida. Si realmente nos hemos encontrado con él, si él vive en nosotros, entonces esto se debería respirar. En definitiva citando una vez más a Pablo se trata de tener su ideal de vida: “que con solo vivir predique el evangelio”.
Que cada Eucaristía sea entonces una renovación de nuestra fe en la presencia real de Jesús, que creyendo en esta presencia abramos el corazón para verdaderamente entrar en comunión con él, y que llenos de su presencia en nuestro interior salgamos con alegría a mostrarlo a los hermanos.
* * * * * * * * * *
XIX Domingo durante el año, ciclo B
De la atracción al conocimiento, del conocimiento a la comunión. De lo
cotidiano a la trascendencia.
Por el Pbro Alejandro Agustoni
La atracción lleva al
conocimiento, el conocimiento al amor y por ende comunión.
Así pasa con los hombres y las
mujeres en un matrimonio, y lo mismo sucede en la amistad.
Esta atracción, curiosidad,
misterio que encierra la otra persona, es algo que no se da por voluntarismo,
sino espontáneamente, muchas veces sin siquiera uno darse cuenta, cosa que pasa
mucho en las amistades. Casi no sabemos cuándo fue que pasamos de ser conocidos
a una relación de amistad sincera.
Pero para alimentar la
amistad, las relaciones personales, debemos dedicarle tiempo para comprender mejor al otro/a.
Jesús en el Evangelio nos dice
que quienes somos atraídos por Él, conocerán a Dios. Es por esta razón que
escucharlo a Él se convierte en una invitación y desafío permanente para
descubrir su intimidad, para conocer verdaderamente a Dios y no una imagen hecha
desde nosotros.
La fe es ya un regalo que hay
que alimentar, no se puede adquirir por voluntad, pero definitivamente después
de este primer paso, está nuestro trabajo de permanencia y profundización.
Otra característica de la
comunión de las personas es que engendran vida: en los matrimonios se ve claro
con la vida de los hijos, pero también en las amistades encontramos que ellas
hacen crecer.
Así pasa con la fe en Jesús,
él se nos vuelve alimento de vida para engendrar vida, para vivir de modo más
pleno nuestra vida cotidiana y con este alimento en nuestro interior, ser
hombres y mujeres de comunión que viven de un modo distinto su relaciones por
tenerlo a Él como centro.
Suele pasar en las relaciones
que entran en un estado de meseta, de cotidianidad, donde lo novedoso del
primer momento se pierde en la rutina, y perdemos la capacidad de alimentarnos
del día a día, de descubrir ahí el amor que permanece.
Lo cotidiano se puede volver
rutina, y la rutina un desierto duro de atravesar. Así pasa en nuestra vida, en
nuestras relaciones, en nuestra fe. Por eso necesitamos un alimento que nos
ayude a trascender, que nos alimente de un
modo distinto, al igual que Elías en el desierto, un alimento que nos
venga desde el cielo, no para sacarnos de la tierra, sino todo lo contario, para
llegar a descubrir la presencia de Dios hasta en lo más sencillo e insulso.
Esto es lo que nos da Jesús en
cada Eucaristía, un alimento más que sencillo, sin sabor, ni color, ni
atracción alguna, pequeño, pero eficaz para alimentar la comunión de todos los
hombres y mujeres.
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XIX Domingo durante el año, ciclo B
Eucaristía, alimento cotidiano para una vida trascendente
Eucaristía, alimento cotidiano para una vida trascendente
Por el Pbro. Ignacio Palau
El domingo pasado la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm nos llevaba a pensar en lo cotidiano del trabajo, y la necesidad de este para ganarnos el pan. Pero se nos invitaba también a una mirada más trascendente, “trabajen por el alimento que permanece, el que les dará el hijo del Hombre”, nos
decía Jesús. Hoy se nos invita a volver a poner la mirada en lo
cotidiano, pero a descubrirlo desde otra perspectiva. Cuando hablamos de lo
cotidiano nos referimos a lo de todos los días, aquello que conocemos bien, que
vivimos casi ritualmente, casi como de memoria, y hasta rutinariamente. Lo
cotidiano es nuestra jornada de trabajo o de estudio, nuestros ámbitos donde
nos movemos todos los días, nuestra casa, nuestro barrio, las calles que
recorremos, nuestro lugar de trabajo o de estudio. Cotidianos son también
muchos de nuestros vínculos, las relaciones con aquellos que convivimos,
familia, compañeros de viaje, compañeros de trabajo. Vivimos toda una vida
cotidiana, pareciera que nada de lo que hacemos se sale de una rutina, no hay
nada que nos pueda sorprender, sentimos que todo lo conocemos, todo lo
controlamos. Nuestro mundo se parece tantas veces al mundo de la Película “The
Truman Show”. Nada se puede salir de su carril. Pero cuando descubrimos que hay
algo más allá, cuando descubrimos que aún lo cotidiano tiene un sentido de
trascendencia empezamos a vivir la vida de otro modo, vivimos la vida con una
pasión y un sentido nuevo. Esto es lo que le costaba a la gente que estaba con
Jesús. El los invitaba a una mirada nueva, a descubrir que si lo miraban a él
de un modo distinto iban a encontrar un pleno sentido a sus vidas, pero ellos
se quedan con viejos criterios, no quieren salir de sus rutinas, de sus
esquemas: “ya lo conocemos, conocemos a su padre y a su madre, es Jesús, el
hijo de José”. Lo mismo nos puede pasar a nosotros o nos quedamos con esta
mirada estrecha sobre los demás, y sobre las cosas de todos los días, o nos
animamos a descubrir cada día un mundo nuevo.
Para hacerlo con Jesús no alcanza solo con nuestra voluntad, hoy Jesús nos dice “nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me envió”. No hay otra forma de acercarnos a Jesús de verdad, y descubrir en él a alguien más que un carpintero si no es por el Padre. Y esto nos lleva a la fe. La fe es don de Dios, un don al que podemos acceder si nos abrimos con confianza. Solo desde esta confianza en Dios vamos a buscar el conocerlo, el recibir sus enseñanzas, en la Palabra, en el testimonio de tantas personas que nos han precedido en este camino de la fe. Desde esta apertura a Dios vamos a sentir esta verdadera necesidad de encuentro con Jesús, vamos a exclamar como el domingo pasado “danos siempre de este pan”, vamos a decirle “te necesitamos”. En definitiva cuando nos abrimos al don de la fe descubrimos que nuestra vida sin Jesús no tiene sentido, descubrimos que con él y desde él todo se mira distinto, experimentamos una Vida Nueva. Y esto es justamente lo que nos dice hoy Jesús: “les aseguro que el que cree tiene vida eterna”.
¿Qué es esta vida eterna? Generalmente cuando hablamos de esto pensamos en una vida después que dejemos este mundo. Pensamos en la resurrección final, y de hecho Jesús hoy nos dice que aquel que llegue hasta el atraído por el Padre él lo va a resucitar en el último día, pero a la vez dice que el que cree ya tiene vida eterna. Esta Vida Eterna entonces si bien un día será plena en el cielo, ya es real aquí y ahora. Es el llamado a vivir una vida nueva, a darle a lo cotidiano un sentido de trascendencia, a descubrir que podemos mirar al otro y cada acontecimiento diario de tal modo que allí encontremos Vida.
Para vivir así hace falta alimentarnos, y eso es justamente la Eucaristía: alimento para el camino, para este camino de la fe que tiene un destino de eternidad. Por eso uno de los nombres de la Eucaristía es el de Viático, es decir pan para este viaje que recorremos a lo largo de la vida. Que cada vez que nos acerquemos a esta mesa nos vayamos fortalecidos por este pan, y que nunca esta celebración se nos transforme en rutina, sino más bien que celebrando cada domingo esta fe volvamos a la vida cotidiana con el deseo de descubrir allí la permanente novedad que Dios nos regala.
Para hacerlo con Jesús no alcanza solo con nuestra voluntad, hoy Jesús nos dice “nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me envió”. No hay otra forma de acercarnos a Jesús de verdad, y descubrir en él a alguien más que un carpintero si no es por el Padre. Y esto nos lleva a la fe. La fe es don de Dios, un don al que podemos acceder si nos abrimos con confianza. Solo desde esta confianza en Dios vamos a buscar el conocerlo, el recibir sus enseñanzas, en la Palabra, en el testimonio de tantas personas que nos han precedido en este camino de la fe. Desde esta apertura a Dios vamos a sentir esta verdadera necesidad de encuentro con Jesús, vamos a exclamar como el domingo pasado “danos siempre de este pan”, vamos a decirle “te necesitamos”. En definitiva cuando nos abrimos al don de la fe descubrimos que nuestra vida sin Jesús no tiene sentido, descubrimos que con él y desde él todo se mira distinto, experimentamos una Vida Nueva. Y esto es justamente lo que nos dice hoy Jesús: “les aseguro que el que cree tiene vida eterna”.
¿Qué es esta vida eterna? Generalmente cuando hablamos de esto pensamos en una vida después que dejemos este mundo. Pensamos en la resurrección final, y de hecho Jesús hoy nos dice que aquel que llegue hasta el atraído por el Padre él lo va a resucitar en el último día, pero a la vez dice que el que cree ya tiene vida eterna. Esta Vida Eterna entonces si bien un día será plena en el cielo, ya es real aquí y ahora. Es el llamado a vivir una vida nueva, a darle a lo cotidiano un sentido de trascendencia, a descubrir que podemos mirar al otro y cada acontecimiento diario de tal modo que allí encontremos Vida.
Para vivir así hace falta alimentarnos, y eso es justamente la Eucaristía: alimento para el camino, para este camino de la fe que tiene un destino de eternidad. Por eso uno de los nombres de la Eucaristía es el de Viático, es decir pan para este viaje que recorremos a lo largo de la vida. Que cada vez que nos acerquemos a esta mesa nos vayamos fortalecidos por este pan, y que nunca esta celebración se nos transforme en rutina, sino más bien que celebrando cada domingo esta fe volvamos a la vida cotidiana con el deseo de descubrir allí la permanente novedad que Dios nos regala.
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XVIII Domingo durante el año, ciclo B
Eucaristía, pan, trabajo y fiesta
Eucaristía, pan, trabajo y fiesta
Por el Pbro. Ignacio Palau
Después de haber compartido el domingo pasado el signo de la multiplicación de los panes nos encontramos hoy junto a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm dispuestos a escuchar una larga enseñanza de Jesús en torno a la Eucaristía. Hoy lo primero que nos dice Juan es que la gente fue “a Cafarnaúm en búsqueda de Jesús”, y Jesús l
es dice que lo buscan “porque comieron pan hasta saciarse”. Todos en la
vida andamos permanentemente en búsqueda, buscamos lo que va saciando nuestros
anhelos, de acuerdo a cuan profundos sean los anhelos serán de profundas
nuestras búsquedas. Por eso quizás una buena pregunta para hacernos este
domingo es ¿cuáles son nuestras búsquedas? Seguramente son muchas y variadas,
pero ¿cuales son aquellas en las que más se va nuestra vida? Y aún más ¿Qué
buscamos en Jesús? ¿Qué buscamos cada vez que venimos a su encuentro en cada
Eucaristía?
Jesús ante los que lo buscan los invita a trabajar. Si de algún modo podemos definir al trabajo es diciendo que es lo que sostiene nuestras búsquedas. A veces porque es el camino que pudimos elegir para desarrollar una vocación, una profesión. A veces aunque no sea el trabajo ideal por el cual sentimos que se canaliza nuestra vocación, sí es el que nos permite sustentarnos y llevar adelante nuestros proyectos de vida. De un modo u otro también vamos descubriendo que junto a otros muchos desde nuestro trabajo vamos construyendo la sociedad, vamos encontrando nuestro lugar en el mundo. Por eso el trabajo nos vivifica. Cuando alguien no tiene trabajo de algún modo vive cierta muerte, no encuentra su lugar en la vida, y no puede llevar adelante sus proyectos de vida. Pero el trabajo no es todo, cuando termina siendo el centro de nuestra vida, cuando no trabajamos para vivir sino que vivimos para trabajar entonces también de algún modo vamos muriendo a nuestro ser más profundo. Entonces para empezar a responder sobre nuestras búsquedas tenemos que empezar a responder sobre nuestro trabajo. ¿Qué sentido le damos al trabajo? ¿Para qué trabajamos? ¿Qué hacemos con el fruto de nuestro trabajo? Muchas veces lo que buscamos es satisfacer nuestras necesidades, saciar nuestras hambres, desde lo más elemental de tener el pan en nuestras mesas, hasta tener garantizada la seguridad, la salud, la educación, en definitiva sostener nuestra familia. ¿Alcanza? ¿Nos sentimos saciados? Jesús nos invita hoy a algo más. Ante aquellos que quedaron saciados de pan, Jesús los invita a una búsqueda más profunda, y para eso a un trabajo distinto, o a trabajar desde otra perspectiva. “Trabajen por el alimento que permanece hasta la vida eterna”. Y acá se abre una paradoja este alimento se consigue con el trabajo, pero a la vez es don “el que les dará el Hijo del hombre”. Es que así es nuestra vida cristiana, es poner lo mejor de nosotros nuestros esfuerzos, anhelos, búsquedas, trabajos al servicio de los demás y del Reino, pero sabiendo que solo desde Jesús y con Jesús esto será posible. Sin Jesús nuestra vida se va vaciando de sentido, terminamos en la chatura de simplemente satisfacer nuestras necesidades. Con Jesús se abren nuevos horizontes, hacia más hermanos y hacia valores más profundos y trascendentes.
Esta realidad del don y la tarea es la que celebramos en cada Eucaristía. Porque descubrimos que nuestro trabajo desde Jesús tiene un valor distinto lo traemos a cada celebración, traemos nuestra vida, nuestros anhelos, nuestras búsquedas. La queremos poner en común con los demás porque ningún sueño se puede hacer realidad si no es con los otros. Y juntos en comunidad queremos ofrecérselo a Jesús, ponerlo en sus manos, y con él en las manos del padre. Todo eso estamos diciendo al acercar el pan y el vino, y sobre todo al acercar nuestra ofrenda económica. Pero a la vez que traemos todo este trabajo por el alimento que permanece, somos conscientes que solo lo alcanzaremos si Jesús nos lo da, por eso le decimos a Jesús “danos siempre de ese Pan”. Y él nos dice “Yo soy el Pan de Vida”, y se nos ofrece en la comunión. La Eucaristía es así la cumbre y la fuente de la vida cristiana. A ella venimos trayendo nuestras búsquedas y trabajos y de ella nos vamos alimentados del Pan de Vida para hacer realidad esas búsquedas.
Finalmente así como decíamos que el trabajo no es todo, no podemos vivir para trabajar, es bueno descubrir la necesidad del descanso, de la fiesta. Cada día cuando llegamos a nuestras casas y compartimos con los nuestros vamos tomando conciencia del porque del trabajo cotidiano. Ese descanso y encuentro familiar y con amigos que se hace especial cada fin de semana nos va diciendo de nuevo que la vida no es solo trabajo, la vida es fiesta. Ese día distinto da sentido a lo cotidiano del resto de la semana. La Eucaristía dominical es justamente para los cristianos esta fiesta, este encontrarnos con Jesús y en comunidad para celebrar y para encontrar acá el sentido de la entrega cotidiana de toda la semana.
Que cada vez que vengamos a esta mesa de Jesús traigamos con mucho amor nuestras búsquedas y trabajos, y que nos vayamos alimentados con el Pan de Vida y con la alegría de haber vivido la fiesta del Señor.
Jesús ante los que lo buscan los invita a trabajar. Si de algún modo podemos definir al trabajo es diciendo que es lo que sostiene nuestras búsquedas. A veces porque es el camino que pudimos elegir para desarrollar una vocación, una profesión. A veces aunque no sea el trabajo ideal por el cual sentimos que se canaliza nuestra vocación, sí es el que nos permite sustentarnos y llevar adelante nuestros proyectos de vida. De un modo u otro también vamos descubriendo que junto a otros muchos desde nuestro trabajo vamos construyendo la sociedad, vamos encontrando nuestro lugar en el mundo. Por eso el trabajo nos vivifica. Cuando alguien no tiene trabajo de algún modo vive cierta muerte, no encuentra su lugar en la vida, y no puede llevar adelante sus proyectos de vida. Pero el trabajo no es todo, cuando termina siendo el centro de nuestra vida, cuando no trabajamos para vivir sino que vivimos para trabajar entonces también de algún modo vamos muriendo a nuestro ser más profundo. Entonces para empezar a responder sobre nuestras búsquedas tenemos que empezar a responder sobre nuestro trabajo. ¿Qué sentido le damos al trabajo? ¿Para qué trabajamos? ¿Qué hacemos con el fruto de nuestro trabajo? Muchas veces lo que buscamos es satisfacer nuestras necesidades, saciar nuestras hambres, desde lo más elemental de tener el pan en nuestras mesas, hasta tener garantizada la seguridad, la salud, la educación, en definitiva sostener nuestra familia. ¿Alcanza? ¿Nos sentimos saciados? Jesús nos invita hoy a algo más. Ante aquellos que quedaron saciados de pan, Jesús los invita a una búsqueda más profunda, y para eso a un trabajo distinto, o a trabajar desde otra perspectiva. “Trabajen por el alimento que permanece hasta la vida eterna”. Y acá se abre una paradoja este alimento se consigue con el trabajo, pero a la vez es don “el que les dará el Hijo del hombre”. Es que así es nuestra vida cristiana, es poner lo mejor de nosotros nuestros esfuerzos, anhelos, búsquedas, trabajos al servicio de los demás y del Reino, pero sabiendo que solo desde Jesús y con Jesús esto será posible. Sin Jesús nuestra vida se va vaciando de sentido, terminamos en la chatura de simplemente satisfacer nuestras necesidades. Con Jesús se abren nuevos horizontes, hacia más hermanos y hacia valores más profundos y trascendentes.
Esta realidad del don y la tarea es la que celebramos en cada Eucaristía. Porque descubrimos que nuestro trabajo desde Jesús tiene un valor distinto lo traemos a cada celebración, traemos nuestra vida, nuestros anhelos, nuestras búsquedas. La queremos poner en común con los demás porque ningún sueño se puede hacer realidad si no es con los otros. Y juntos en comunidad queremos ofrecérselo a Jesús, ponerlo en sus manos, y con él en las manos del padre. Todo eso estamos diciendo al acercar el pan y el vino, y sobre todo al acercar nuestra ofrenda económica. Pero a la vez que traemos todo este trabajo por el alimento que permanece, somos conscientes que solo lo alcanzaremos si Jesús nos lo da, por eso le decimos a Jesús “danos siempre de ese Pan”. Y él nos dice “Yo soy el Pan de Vida”, y se nos ofrece en la comunión. La Eucaristía es así la cumbre y la fuente de la vida cristiana. A ella venimos trayendo nuestras búsquedas y trabajos y de ella nos vamos alimentados del Pan de Vida para hacer realidad esas búsquedas.
Finalmente así como decíamos que el trabajo no es todo, no podemos vivir para trabajar, es bueno descubrir la necesidad del descanso, de la fiesta. Cada día cuando llegamos a nuestras casas y compartimos con los nuestros vamos tomando conciencia del porque del trabajo cotidiano. Ese descanso y encuentro familiar y con amigos que se hace especial cada fin de semana nos va diciendo de nuevo que la vida no es solo trabajo, la vida es fiesta. Ese día distinto da sentido a lo cotidiano del resto de la semana. La Eucaristía dominical es justamente para los cristianos esta fiesta, este encontrarnos con Jesús y en comunidad para celebrar y para encontrar acá el sentido de la entrega cotidiana de toda la semana.
Que cada vez que vengamos a esta mesa de Jesús traigamos con mucho amor nuestras búsquedas y trabajos, y que nos vayamos alimentados con el Pan de Vida y con la alegría de haber vivido la fiesta del Señor.
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XVII Domingo durante el año, Ciclo B
Jesús, Pan para el Camino
Jesús, Pan para el Camino
Por el Pbro. Ignacio Palau
En estos últimos domingos venimos compartiendo en el evangelio de Marcos la primera experiencia misionera de los discípulos y el encuentro que tienen a su regreso, con Jesús. Le quieren contar a Jesús todo lo que hicieron y enseñaron. Jesús les hace una propuesta “Vengan ustedes solos a un lugar desierto a descansar”. Pero ese descanso les dura poco, Jesús al contemplar a una gran muchedumbre que lo buscaba tiene compasión de ellos y les dedica un largo rato enseñándoles la Palabra. Si seguimos el evangelio de Marcos, el nos cuenta que en esa jornada cuando va cayendo el sol los discípulos le piden a Jesús que despida a la gente que tiene hambre. Y es entonces que sucede la multiplicación de los panes. La liturgia nos propone tomar la misma escena pero relatada por Juan, y en los próximos cuatro domingos continuar escuchando la larga enseñanza que Juan pone en boca de Jesús a partir de esta multiplicación de los panes, conocida como el discurso del Pan de Vida.
El evangelio de Juan es muy distinto a los otros tres evangelios. Por ejemplo para describirnos la última cena dedica cuatro capítulos enteros. Sin embargo a pesar de darle tanto espacio no hace allí mención a la institución de la Eucaristía. Pareciera que no le interesa a Juan la Eucaristía, pero nada más alejado de esto. Tanto le interesa que le dedica un capítulo entero, el seis, que comenzamos a compartir hoy. Esta enseñanza no la hará en el contexto de la última cena, sino a partir de este signo de la multiplicación de los panes.
Si nos preguntamos que venimos a buscar en cada eucaristía seguramente diríamos que buscamos, comunión, fortaleza para el camino, encuentro con Jesús y la comunidad, perdón, sanación, y podríamos seguir con una larga lista. Es lo que la gente busca en torno a Jesús. Hoy Juan nos dice que la multitud seguía a Jesús al ver los signos que hacía curando a los enfermos. En esta búsqueda de Jesús la gente no le importa más nada, lo siguen a Jesús incluso a lugares desiertos, alejados, para ellos de algún modo ese Jesús es pan para el camino. Si nos preguntamos porque Jesús eligió para quedarse una comida acá vamos a ir encontrando una respuesta. El quiere que lo descubramos como ese alimento necesario para nuestro caminar, no porque si uno de los nombres que se le da a la eucaristía es el de “Viático”. Pero si Jesús se quiso quedar como alimento y lo hizo de un modo especial en la última cena, para entender todo lo que esta significa tenemos que saber mirar todas las mesas que él comparte. En cada comida de Jesús narrada por los evangelios hay elementos eucarísticos. En cada una de ellas nos deja las enseñanzas más vitales y más profundas. Juan toma esta comida de una multitud para dejarnos la mayor enseñanza eucarística. Por eso nos dice que ocurrió cerca de la Pascua, y por eso describe en Jesús los mismos gestos de la última cena: “tomo el pan, pronunció la bendición y lo entregó”.
Que es lo que la gente ve en este Jesús que da de comer partiendo y repartiendo el pan. Descubren que en realidad no solo esta partiendo el pan con sus manos, sino que el mismo es un pan que se parte. El ha elegido hacer de su vida un alimento para los demás, entregándose en largas jornadas, consolando, escuchando, enseñando, sanando. Toda la vida de Jesús es una verdadera entrega, y esta entrega encuentra su culminación en la Eucaristía, en la Última Cena. Cuando Jesús toma el pan y pronuncia la bendición y lo entrega diciendo “es mi cuerpo” se está entregando por entero. Pero no solo allí Jesús celebra la Eucaristía, su vida entera es una eucaristía; es una vida eucaristizada, una vida entregada a los demás. Por eso venir hoy nosotros a la Eucaristía no puede ser solamente venir a buscar como decíamos antes la comunión, la paz, la sanación, el perdón, la fortaleza y tantos dones más. Venir a la Eucaristía y compartir esta mesa con Jesús es una invitación a hacer también nosotros de nuestra vida una vida eucarística, una vida para los demás. Entrar en comunión con Jesús es animarnos a salir con él al encuentro de los hermanos y a ser alimento para la vida de los otros. Es animarnos a dejarnos comer por los demás.
En el relato de la multiplicación de los panes que nos deja Juan hay un detalle que no es menor. Para que se pueda hacer realidad fue necesario que un niño, un pequeño, alguien que en esa cultura era insignificante, aportara también algo pequeño e insignificante en medio de la multitud: cinco panes y dos peces. Esto poco era su mucho. Uno puede imaginarse a una madre previsora que le dijo si te vas a ir con ese Jesús tan lejos mejor llevate un poco de alimento para el camino. Seguramente esa madre nunca sospechó que eso sería fuente de comunión para una multitud. Este niño podría haber dicho es mi comida, sin embargo su generosidad hizo posible el signo. Hoy se nos invita a nosotros a hacer lo mismo. Hay mucha hambre en el mundo, hambre de pan, hambre de justicia, hambre de muchos valores, hambre de Dios. Y cada uno puede pensar que no puede hacer nada para saciar tanta hambre. Sin embargo poniendo nuestro poco al servicio de los demás, ese poco compartido se hace mucho. Esto es lo que expresamos en cada eucaristía cuando acercamos los dones, en ese pan y ese vino, y en la ofrenda económica le vamos diciendo a Jesús: “Señor tengo cinco panes y dos peces, y veo tanta hambre a mi alrededor, lo pongo en tus manos, dale de comer a mis hermanos, acá está tu siervo mi Señor”.
Que en cada Eucaristía nos acerquemos con mucha confianza al encuentro de Jesús, que podamos encontrar todo lo que venimos a buscar, pero que descubramos también que compartiendo lo que somos y lo que tenemos con Jesús y los hermanos podemos empezar a saciar el hambre de muchos. Y que cada día más hagamos de nuestra viada una vida eucaristizada, una vida, en comunión con Jesús, para los demás.
* * * * * * * * * *
Volver con la necesidad de compartir
Así volvieron los discípulos después de su experiencia de misión, así
volvieron las mujeres al encontrarse con Jesús resucitado en el camino, así
también regresaron con la necesidad de contar como habían reconocido a Jesús al
partir el pan los discípulos de Emaús. Por último, creo que así volvemos
después de cada experiencia fuerte que vivimos en nuestras vidas, ya sea de un
retiro, de una misión, o algo vivido en nuestra vida familiar o laboral.
Los hombres y mujeres necesitamos compartir la vida, porque esto
termina de darle realidad a la experiencia vivida.
Esta necesidad queda insatisfecha muchas veces cuando no encuentra el
espacio o tiempos necesarios para realizarlo, y creo que es una de las grandes
dificultades del tiempo presente. Vivimos y experimentamos infinidad de
situaciones en cada día, pero pocas veces nos damos el tiempo para digerirlas.
La primera pregunta que podemos hacernos: ¿Qué cosas deseamos compartir
con los demás?
Creo firmemente que Jesús nos vino a enseñar a vivir de manera plena,
por eso es tan importante volver nuestra mirada, nuestros oídos, en definitiva,
nuestros sentidos a su persona.
Hoy invita a los discípulos a retirarse a un lugar solitario a
descansar. Esta invitación surge de una necesidad real, no tenían tiempo ni
siquiera para comer a causa de la gran cantidad de gente que se les acercaba. También
nos lo dice a nosotros, ya que nuestra vida puede estar pasando por la misma
necesidad.
La segunda pregunta que nos podemos hacer es: ¿Nuestro cansancio es
porque nos entregamos para los demás, para generar vida, para alimentar, para
hacer crecer, etc.? en definitiva ¿un cansancio necesario fruto de la misión
que Dios nos encomendó?
Marcos describe muy bien la escena, dice que subieron a la barca para
cruzar a la otra orilla, mientras la gente iba a pie y lo esperaban porque
estaban como ovejas sin pastor.
Nuevamente la mirada de Jesús se vuelve a la realidad que se le
presenta, y se conmueve. Por eso se pone a enseñarles.
Siempre me sorprende esta actitud de Jesús. Aun cuando sabe del
cansancio y de la necesidad de silencio, Él se da más. Jesús sabe que tenemos más
fuerza y energía de la que suponemos y experimentamos. Lejos de actuar desde la
sobre-exigencia, su motivación es más profunda: La compasión, el dolor y
desorientación de la gente. (no cualquiera, sino la que tiene frente a Él)
Por eso es importante discernir siempre desde donde actuamos en
nuestros quehaceres cotidianos, cuáles son nuestras motivaciones, cuál es la
realidad que sale a mi encuentro.
Ver con profundidad y claridad nos lleva a un buen actuar.
La tercera pregunta que podemos hacernos entonces, es: ¿Qué realidades
vemos con necesidades que salen a nuestro encuentro? ¿Las vemos con el deseo de
responder a ellas?
Para culminar, la comunidad está puede encarnar perfectamente este
Evangelio en su seno.
Por un lado, terminamos una misión con varias personas de nuestra
comunidad en el bajo pacheco durante 4 días. Sentimos la necesidad de contarles
varias experiencias de encuentro, necesidades, gozos, dolores y tristezas
vividas en estos días, que nos daban ganas de crecer cada vez más en comunión con
Jesús y entre nosotros, que irán saliendo en el boletín parroquial, en las
charlas, o en algún testimonio personal.
Por otro lado hoy Jesús nos invita a nosotros a retirarnos.
En nuestra comunidad vamos a vivir el próximo fin de semana este
encuentro en el retiro espiritual parroquial. Quienes vamos lo hacemos con la
convicción de que es Jesús quien nos invita como lo hizo con los apóstoles. La
invitación de Jesús es a ir al “desierto”. Para hacer experiencia de soledad
con el Señor. Tenemos que animarnos a dejar nuestra vida de todos los días. El
evangelista describe la situación que rodeaba a los apóstoles y a Jesús “era
tanta la gente que iba y venía…” Es lo mismo que nos ocurre hoy a nosotros más
en la ciudad, ruidos, multitudes, carreras, preocupaciones, una comunicación
permanente con todos, celulares, internet, televisión, radio. Así es difícil
entrar en la propia soledad de la mano del Señor, más bien todo eso termina
siendo un escapismo a la soledad. Por eso hoy Jesús nos sigue invitando a ir a un
lugar desierto.
El retiro de la comunidad parroquial es ocasión para hacerlo; si no es nuestra ocasión no dejemos de buscar de otro modo
esta experiencia de alejarnos en algún momento para estar con el Señor.
Finalmente la invitación de Jesús dice para que esta soledad y este desierto
“para descansar”. El Señor que conoce el cansancio sabe que la preocupación y
entrega por el Reino trae este cansancio. Es necesario descansar, no solo el
cuerpo, también el espíritu. Esta búsqueda de la intimidad del grupo será una
ocasión para un dialogo sereno, para abrir el corazón y compartir unos con
otros; habrá lugar para las risas y para alguna lágrima, para una mesa más
distendida, y todo esto con Jesús en el centro. Cuanto necesitamos nosotros de
estos espacios de descanso del alma. Necesitamos lugar para la escucha, para
abrir el corazón, para ser reconocidos, y los demás necesitan lo mismo de
nosotros. Nuestras mismas familias, los amigos, la vida en nuestra comunidad
pueden ser lugar para encontrar todo esto y para ayudar a que los demás lo
encuentren. Solo depende de nosotros que hacemos con esos espacios.
* * * * * * * * * *
XVI Domingo durante el año, ciclo B
Comunión para la misión
Comunión para la misión
Por el Pbro. Ignacio Palau
Cuando el domingo pasado el evangelista Marcos nos
invitaba a mirar el envío misionero de los discípulos por parte de Jesús, nos hacía pensar entre otras cosas en la
vinculación entre Comunión y Misión. Jesús enviaba de dos en dos, invitando ya
de entrada a que quien recibe esta buena noticia vaya conociendo la “comunidad”
que la anuncia y a la que se invita a ser parte. Porque esta comunidad vive la
experiencia de la comunión tiene necesidad de llevarla a los demás. Esta
experiencia nunca puede llevar al encierro si Jesús esta en medio. No solo él
envía, sino que hay una sensación de urgencia por salir a compartir, en el
discípulo. Y esto es lo que vivieron los Doce, su ir al encuentro del otro los
llenó tanto de alegría, de entusiasmo, que sintieron a su regreso la necesidad
de compartir esa experiencia con los demás y con el mismo Jesús. Si la vida en
común con Jesús impulsa a la misión, la experiencia misionera vuelve a hacer
sentir la necesidad del encuentro, de la comunión. Y ¿qué es lo que necesitan compartir?
Quieren contarle a Jesús que ellos están empezando a vivir como él vive; han
incorporado tanto la vida de Jesús a sus vidas que son un reflejo de él. Y esto
entonces no es mérito propio es el mismo Jesús que los lleva a esto. Ellos
también como Jesús han enseñado con la palabra y han acompañado esa palabra con
gestos concretos de un amor compasivo, por eso le cuentan a Jesús “todo lo que
han hecho y enseñado”.
Si bien la misión es una urgencia, Jesús no
desautoriza esa necesidad de encuentro íntimo que le plantean los apóstoles. No
les dice “bueno está bien que quieran compartir conmigo su primer experiencia
misionera, pero hay mucho por hacer sigamos evangelizando”. Al revés es el
mismo el que hace la invitación “vengan ustedes solos a un lugar desierto a
descansar”. Cuando de verdad se vive una vida misionera, entregada a los demás,
de servicio, de apertura, entonces no hay peligro en la intimidad. Esa
intimidad no es un escapismo de la realidad sino la necesidad de alimentar la
comunión para volver a la misión. En esta búsqueda de intimidad y comunión, la
invitación de Jesús tiene tres elementos. Vengan ustedes “solos”. Soledad y
comunión no son opuestos. Nada más que en la experiencia de la soledad se abre
el corazón a una profunda comunión. Hay que animarse a entrar en lo más
profundo del corazón de cada uno, donde nos encontramos solo cada uno con el
Señor, para poder entonces abrir de verdad el corazón al otro. Jesús, que
tantas veces busca el solo el encuentro con el Padre para poder brindarse mejor
a los demás, invita a sus amigos a hacer esta misma experiencia. Y hoy nos
invita a nosotros. En nuestra comunidad vamos a vivir el próximo fin de semana
este encuentro en el retiro espiritual parroquial. Quienes vamos lo hacemos con
la convicción de que es Jesús quien nos invita como lo hizo con los apóstoles.
La invitación de Jesús es a ir al “desierto”. Para hacer experiencia de soledad
con el Señor tenemos que animarnos a dejar nuestra vida de todos los días. El
evangelista describe la situación que rodeaba a los apóstoles y a Jesús “era
tanta la gente que iba y venía…” Es lo mismo que nos ocurre hoy a nosotros, más
en la ciudad: ruidos, multitudes, carreras, preocupaciones, una comunicación
permanente con todos, celulares, internet, televisión, radio. Así es difícil
entrar en la propia soledad de la mano del Señor, más bien todo eso termina
siendo un escapismo a la soledad. Por eso hoy Jesús nos sigue invitando a ir a
un lugar desierto. El retiro de la comunidad parroquial es ocasión para hacerlo
si no es nuestra ocasión no dejemos de buscar de otro modo esta experiencia de
alejarnos en algún momento para estar con el Señor. Finalmente la invitación de
Jesús dice para que es esta soledad y este desierto: “para descansar”. El Señor
que conoce el cansancio sabe que la preocupación y entrega por el Reino trae
este cansancio. Es necesario descansar, no solo el cuerpo, también el espíritu.
Esta búsqueda de la intimidad del grupo de los doce será una ocasión para un
dialogo sereno, para abrir el corazón y compartir unos con otros; habrá lugar
para las risas y para alguna lágrima, para una mesa más distendida, y todo esto
con Jesús en el centro. Cuanto necesitamos nosotros de estos espacios de
descanso del alma. Necesitamos lugar para la escucha, para abrir el corazón,
para ser reconocidos, y los demás necesitan lo mismo de nosotros. Nuestras
mismas familias, los amigos, la vida en nuestra comunidad pueden ser lugar para
encontrar todo esto y para ayudar a que los demás lo encuentren. Solo depende
de nosotros que hacemos con esos espacios.
Decíamos antes que para Jesús y para una comunidad que
vive en torno a él esta búsqueda de intimidad nunca es un escapismo. Tan es así
que en esta ocasión les duro poco el descanso. En seguida la realidad le impuso
otra necesidad. La búsqueda de descanso no lo hace entrar en la indiferencia,
más bien alimenta ese corazón compasivo de Jesús. Él “ve” una muchedumbre,
percibe, se abre ante la situación. Todo su ser se deja afectar. Para traducir
el verbo griego que es usado para describir sus sentimientos se nos dice que
“se compadeció” si quisiéramos traducirlo más literalmente tendríamos que decir “se le movieron las
entrañas”. Ese sentimiento profundo, porque ve la realidad de un pueblo sin
horizontes, necesitado de guía, de luz, de sentido de la vida, lo lleva a estar
“largo rato” enseñándoles. Hoy Jesús, así como nos invita a valorar la
intimidad, la comunión, la soledad, el descanso, también nos invita a descubrir
que todo eso es para la misión, y que a veces cuando la realidad lo requiere es
necesario saber postergar esto en pos de la misión. Si por una parte no es
bueno que por nosotros mismos nos sobrecarguemos de actividad de manera de caer
en un activismo vacío, por otra parte es bueno no escapar nunca a la realidad cada
vez que se nos manifiesta exigente. Se trata de saber discernir cuando es el
Señor que nos pide una entrega mayor, y confiar que si es él quien lo pide es
porque podemos responder. Quizás una buena oración en este sentido puede ser la
de San Agustín: “Señor dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras”.
Que Jesús nos conceda seguir creciendo en comunión con
él y entre nosotros y nos dé un corazón cada vez más misionero.
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Domingo XV
Domingo XV
Por el
Pbro. Alejandro Agustoni
¿Qué es Evangelizar? Texto de Sabiduría de un
pobre.
Evangelizar a un hombre es decirle: <Tú
también eres amado de Dios en el Señor Jesús> y no solo decírselo, sino
pensarlo realmente. Y no solo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal
manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y
más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia
de sí… esto no podemos hacerlo más que ofreciendo nuestra amistad; una amistad
real, desinteresada, sin condescendencia hecha de confianza y estima profundas…
es preciso que no aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos
ser en medio de ellos testigos pacíficos, hombres sin avaricias y sin
desprecios.
Jesús
envía a sus discípulos de dos en dos. El complemento y la compañía. Para que un
mensaje sea digno de fe, se necesitan al menos dos testigos. Solo basta un
amigo para anunciar la alegría del Evangelio.
Estas son
las instrucciones, con un bastón en la mano, sin alimentos, sin seguridades
para la subsistencia o el frío. Esto nos recuerda a la cena pascual del pueblo
de Israel en Egipto. Esta cena que es de liberación. Comienzo de un camino
itinerante por el desierto, camino de purificación y consolidación de un
pueblo. Encuentro de identidad.
El
Cristiano está llamado a ser un peregrino austero y siempre dispuesto a
emprender el camino a imagen de Jesús. Las necesidades de los hombres no pueden
preverse, no se pueden estructurar, hay que responder al paso. En ese salir el
hombre encuentra su verdadera identificación con Cristo, y consigo mismo
Jesús les
recomienda a los discípulos que permanezcan en las casas de quienes los alojan.
Esto es una condición necesaria para el encuentro, para la verdadera comunión.
No podemos dar una buena noticia, compartir el mensaje de la cercanía de Dios
en la vida de los hombres si no “perdemos tiempo” en escuchar la realidad que
viven los hermanos, si no nos hacemos vulnerables también nosotros.
Liberar de
los espíritus impuros, sanar enfermos.
Este poder no es para usar a las personas, sino para liberar de
esclavitudes y ataduras. Es el poder que nos da Jesús, su Espíritu. No nos deja
librados a nuestras propias fuerzas. (muchas veces cuando converso con personas
me pasa que si pienso desde una óptica meramente humana, no encuentro salida a
los conflictos; mi empatía con ciertas situaciones, hacen que pierda esta
dimensión profética y anuncie desde mí y no desde el Evangelio, sin embargo,
cuando logro entrar en contacto con aquel a quien creo verdaderamente, con su
fuerza sanadora y liberadora, con la capacidad de la resurrección, entonces el
acompañamiento se convierte realmente en un mensaje de libertad y sanación,
lleno de esperanza).
En nuestra
comunidad comenzamos el jueves una pequeña misión por el barrio del bajo, con
la finalidad de estar más cerca de la gente. No tiene otra motivación que esta.
No es para conseguir más gente en nuestra comunidad, para hacer proselitismo o
responder de manera competitiva a otras religiones.
El cristiano que anuncia y sale al encuentro del otro, escucha
estas palabras de Jesús que nos envían a compartir la buena noticia del Reino
que está cerca, que preparan el corazón para recibir a Jesús en sus vidas con
mayor intensidad.
Pidamos al
buen Dios que nos abra los oídos para escuchar su envío, que seamos dóciles y
nos encuentre dispuestos a emprender el camino con la esperanza de profundizar
en nuestra propia identidad de discípulos, y cada uno desde su lugar pueda
compartir el mensaje de cercanía de Jesús.
* * * * * * * * * *
XV domingo durante el año, Ciclo B
Enviados a llevarla
Buena Noticia del Reino
Enviados a llevar
Por el Pbro. Ignacio Palau
Después que
Jesús recorre buena parte de Galilea, enseñando en las sinagogas, sanando
enfermos, liberando a las personas de lo que aprisiona su corazón; ahora es
tiempo de que los discípulos que lo vienen acompañando se lancen a la misión.
Se produce entonces el primer envío que hace Jesús. Y quizás esta justamente es
la primera característica del misionero, el ser enviado. Así como leímos hoy
que el profeta Amós no tiene esta misión de anunciar la palabra porque a él se
le ocurrió, ni siquiera porque lo heredó de su padre, sino porque fue el mismo
Dios el que lo sacó de su vida habitual y profesión y lo envió; del mismo modo
los discípulos de Jesús son enviados por él. Es lo primero que dice Marcos hoy
en su Evangelio “Jesús recorría las poblaciones enseñando. Entonces llamó a los
doce y los envió”. Hoy también Jesús
sigue recorriendo nuestras calles y barrios, le gusta hacerse presente en medio
de nuestra vida urbana, pero no lo quiere hacer solo, nos sigue llamando y
enviando. Nadie puede por sí mismo arrogarse el título de misionero, pero a la
vez nadie puede desentenderse de este llamado que Jesús sigue haciendo cada
día.
En nuestra
comunidad queremos en este tiempo volver a despertar esta conciencia misionera.
La última Asamblea Parroquial fue un momento muy importante en este sentido,
ahí escuchamos a Jesús que nos invitaba a ser más abiertos, a salir al
encuentro de los demás, a ser más acogedores. Lo vivimos desde el grupo de
Misión que en estos días vuelve a recorrer el Bajo Pacheco, lo vivimos a través
de la catequesis que cada año recibe a nuevas familias que se acercan buscando
a Jesús. Pero no puede quedar esta tarea reducida a algunos miembros de la
comunidad que escucharon este llamado específico, cada uno deberíamos discernir
como y donde nos llama Jesús a la misión; hoy su llamado vuelve a resonar entre nosotros ¿lo escucharemos?
Pero Jesús no
envía de cualquier modo. La primer característica de este envío es que es de a
dos. Hay un claro deseo de que se descubra que la misión no deja lugar al
protagonismo personal. Es la comunidad la que es enviada, y la invitación es a
que quienes se abren a esta buena noticia se descubran llamados a experimentar
ellos mismos la vida en comunidad. Hay una fuerte conexión entre comunión y
misión. De la experiencia de comunión con Jesús y los demás surge la necesidad
de invitar a otros a que se sumen. Hay también una necesidad de experimentar la
fraternidad entre los discípulos misioneros, algunos de estos doce llamados y
enviados son hermanos. Desde estos hermanos de sangre, y desde esta comunidad
de vida que se va formando en torno a Jesús hay una vocación a lograr una
verdadera fraternidad con toda la humanidad. Jesús es el hermano de todos,
quienes anuncian su Reino no pueden dejar a nadie afuera, este anuncio de una
nueva fraternidad universal se realiza ya desde la misma experiencia de ir de
dos en dos.
La segunda
característica del envío es la pobreza del misionero. No es porque si esta
actitud. Por una parte ayuda a lograr una total disponibilidad. Al vaciarse de
todo el misionero se vacía de si mismo ya decíamos antes que no hay lugar para
el protagonismo personal en la misión, tampoco hay lugar para el egoísmo, la
comodidad, la búsqueda de uno mismo, el puro placer. El misionero es un testigo
de Jesús, y Jesús el hermano de todos
hizo de su vida una “vida-para-los-demás”.
La pobreza entonces es un decirle al otro no tengo nada ni aspiro a
nada, mi vida se enriquece en la medida en que se da. La pobreza también es una
condición para el peregrinar, libres de todo pero con bastón y sandalias. El
misionero no puede “instalarse” está llamado a “salir” al encuentro del otro.
Una vez más tendremos que revisar nuestros modo de vida personal y comunitario
y preguntarnos si tenemos un corazón libre para entregarnos a los demás,
si el Señor puede disponer de nosotros, si sabemos desinstalarnos para ir al
encuentro de los demás.
La tercera
característica de la misión es el llamado a establecer vínculos. Jesús les dice
“permanezcan en la casa donde les den alojamiento”. Ir al encuentro del otro
llevándole la presencia del Reino
requiere de un corazón dispuesto a establecer nuevos y duraderos vínculos. La
misión nos compromete con el otro, no somos meros mensajeros, comunicadores
externos de una noticia por más buena que sea. Evangelizar es comunicar la
propia experiencia, es llevar al otro un Jesús vivo que nos cambió la vida a
nosotros. Por eso no se puede misionar si no hay disposición a que el compartir
con otro esta experiencia me lleve a un nuevo vínculo con el hermano. Esta apertura al otro es en definitiva lo que
empieza a manifestar que no hay nada más gozoso que vivir la comunión con Jesús
y con los demás. De este modo ya el anuncio es una invitación a vivir en comunidad.
Finalmente el
quehacer misionero muestra que la misión no les pertenece a los discípulos,
como veíamos al principio ellos son “enviados”; no es su obra, es la obra de
Jesús la que realizan. Hoy la
Iglesia está llamada a continuar la obra de Jesús que
comenzaron los apóstoles. La misión consiste en predicar la Buena Noticia para
que el corazón de cada uno se convierta a Jesús. Pero no alcanza con predicar
hacen falta gestos concretos que hagan presente el amor. El evangelio nos da
alguna pista: hay un poder dado por Jesús y es no para dominar sino para
liberar. Hoy hay tantos aprisionados por fuerzas que no dominan: estructuras de
injusticia, adicciones, poderes desmedidos, abusos de toda clase. A ellos nos
envía Jesús a liberar. Jesús también les
dio poder de sanar enfermos. Hoy el Reino se hace presente también de un modo
especial cerca de ellos, en cada cristiano que se acerca al dolor del otro, con
una palabra, con una oración, con una caricia, con cada gesto de amor sanador
que hace que el otro sienta la presencia de Jesús. Pero de nuevo será bueno
recordar que no es nuestra la obra: Jesús sanaba con su sola presencia. Para que nunca nos creamos que somos nosotros
los que sanamos esta bueno prestar atención al detalle que dice que los
discípulos para sanar ungían con óleo. Desde esta mirada estaría bueno que
dejemos de poner a algunos sacerdotes el título de “sanadores”. El único que
Sana es Jesús, todos nosotros no somos más que este puente para que él se
encuentre con cada uno.
Que esta Eucaristía nos haga reafirmar nuestra vocación a ser Iglesia misionera, y llevemos a todos la Buena Noticia de Jesús.
* * * * * * * * * *
Domingo XIV durante el año, ciclo B
¿Qué es lo que ha pasado para que en Nazaret Jesús no sea recibido como en las demás aldeas de Galilea? Simplemente le pasó lo que nos vive pasando entre nosotros. La gente de esta aldea ya conocía a Jesús, conocía su familia, que evidentemente era tan normal como cualquier otra, una más de la aldea. En este lugar donde todos se conocen Jesús no era un intelectual, un sabio, un maestro; era el carpintero. Tenía un oficio manual como tantos otros. Por eso hay una sorpresa en la gente, pero una sorpresa negativa. Mejor dicho esta gente no se quiere abrir a la sorpresa de que en el otro se puede encontrar siempre algo nuevo. Ya está, ya lo conocemos, ¿que más nos va a mostrar? Este corazón cerrado al misterio de la persona es lo que impide a esta comunidad descubrir el gran paso de Dios por la historia de la humanidad, lo ignoran y está en sus propias narices. Hoy nos puede pasar lo mismo a nosotros. Por eso creo que se nos invita a preguntarnos ¿Quién es Jesús para mí? ¿Dónde lo busco? A veces nos olvidamos que él nos enseñó a valorar el granito de mostaza, nos olvidamos que eligió para quedarse en medio nuestro un poco de pan. Muchas veces tenemos necesidad de cosas grandes o lejanas para descubrir su presencia y si bien eso a veces nos puede ayudar, de nada sirve si no lo sabemos descubrir en lo cotidiano. Hoy Jesús nos está invitando a tener una mirada nueva sobre nuestra realidad cotidiana. No nos rutinicemos, dejémonos asombrar por el misterio de cada persona que nos rodea. En la mujer, en el marido, en los hijos, en los padres, en los amigos, en el compañero de trabajo, de estudio, en nuestra comunidad cada día el Señor tiene algo nuevo para decirnos. ¿Lo vamos a dejar pasar como los vecinos de Nazaret? Para ellos los prejuicios con que miraron a Jesús fue una piedra de tropiezo, un obstáculo, no se animaron a dar el salto de la fe, esa fe que si tuvieron la mujer que tanto sufría su enfermedad y que solo necesitaba tocar su manto para saberse curada, esa fe que tuvo Jairo para esperar contra toda esperanza que su hija le iba a ser devuelta plena de vida. Ahora es el mismo Jesús el que se asombra de la gente, él si esperaba algo nuevo de sus vecinos y conocidos, él quería tener con ellos un encuentro distinto, abierto, donde cada uno pudiera redescubrir al otro, pero la cerrazón de ellos lo impidió. Ojalá que cada uno de nosotros podamos redescubrir nuestro propio Nazaret, que así como hemos venido hoy a este encuentro con Jesús en
Pero por otro lado estamos invitados a descubrir que los demás no siempre van a tener esta mirada abierta a descubrir en nosotros algo nuevo, no siempre van a reconocer la presencia de Jesús que les podemos llevar. Y esto es lo propio del profeta, estar expuesto, amar su realidad con las situaciones de gozo que despierta la adhesión al mensaje y la persona del Señor; y con el dolor que se experimenta cuando la cerrazón del otro lleva al desencuentro. Como testigos estamos llamados a mostrar con la palabra y con la vida esta Buena Noticia. El resultado no está garantizado, somos simples instrumentos para el encuentro de Dios con su pueblo. Encomendemos en esta eucaristía a tantos con los que nos vamos a encontrar para que abran su corazón y descubran también ellos al Dios que pasa por sus vidas.
* * * * * * * * * *
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
“No temas,
basta que creas” ¡Qué linda expresión! Cuanta esperanza puede despertar en
nosotros esta frase que Jesús dice a Jairo, el jefe de la sinagoga cuando le
comentan que su hija está muerta.
Pienso en
situaciones que vivimos o vemos cotidianamente en nuestra sociedad, en nuestras
familias y en nosotros mismos, y anhelo que esta frase me la diga a mí.
Cuando
pienso en los chicos en situaciones de violencia y adicción, en las calles y
sin estudio; en los jóvenes que no logran ver un futuro para su vida y toman
atajos que los conducen a mayor soledad y muerte (el año pasado tuvimos en la
parroquia de Los Troncos 15 jóvenes que se quitaron la vida), que a través del
alcohol u otros modos escapan de la realidad cotidiana; los matrimonios que
tras largos años de convivencia sienten que el amor ya se acabó o incluso
llegan a dudar que fuera real; de los consagrados y religiosos que van
sintiendo que el amor de Dios no llega a colmar sus corazones y soledades; de
tantas personas que en la vida van experimentando su fragilidad en los vínculo,
en los ideales propuestos, en sus metas y las experimentan como fracasos
imposibles de franquear.
Qué
necesidad que tenemos de personas, familias y comunidades como Jairo, que
sienten que sus hijos e hijas están muriendo y recurren a Jesús para que las
sane; que creen en lo imposible para el hombre, que traspasan los sentidos y
sentimientos evidentes de muerte, pero están seguros que para Dios todo es
posible y que Él es un Dios de vivos.
Me animo a
decir que Jairo apoya su fe en Jesús, por dos motivos: el primero, la reciente
curación de la mujer cuando iban camino a su casa. Jesús pone como ejemplo esta
mujer enferma que con sencillez y confianza, se acerca a Él para sanarse
ocultamente “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu enfermedad”. El
segundo motivo es más de su tradición religiosa. Recordemos que Jairo es jefe
de la sinagoga, con lo cual se dedica a orar y explicar las escrituras. Como en
la primera lectura, el sabio reconoce a Dios como dador de vida, y esto trae
como consecuencia que todo enviado por Dios, viene a traer vida para los
hombres.
Por eso
ante situaciones como las que acabamos de referirnos y tantas otras, es
importante tomar contacto de estas dos fuentes, que son las experiencias de
hombres y mujeres sanados por su encuentro personal con Jesús; y nuestra fe en
Jesús muerto y resucitado, que nos regala su Espíritu para nosotros hacer lo
mismo en nuestra realidad personal, familiar o comunitaria.
Por último
<Jesús dijo que dieran de comer> La vida sanada hay que sostenerla,
alimentarla, cuidarla, no basta con una sola acción por más milagrosa que esta
haya sido, es por eso que todos necesitamos vivir en una familia que nos
alimente, proteja y nos haga crecer.
Para nosotros cristianos esta es la
Iglesia.
* * * * * * * * * *
Nacimiento de San Juan Bautista
Por el Pbro. Alejandro Agustoni
Hoy celebramos el nacimiento de Juan Bautista. Nombre dado por su
ministerio de bautizar en el Jordán. Juan que nació de unos padres ancianos,
que fue un profeta que anunciaba la conversión y el juicio de Dios, preparando
al pueblo para recibir al Mesías.
Juan no es un superdotado que nace sabiendo todo. Para crecer en
espíritu necesita quienes lo acompañen y le enseñen. (ministerio propio de los
padres, ser catequistas)
El nace en una familia, con padres mayores, que ya no creían poder
tener hijos. Sin embargo tienen esta experiencia de ser visitados por Dios que
los trata con gran misericordia. (Esta es la lectura de un pueblo creyente que
tiene a Dios en el centro de sus vidas)
Este acontecimiento no solo marca la vida de Zacarías e Isabel, sino la
de todo el pueblo y la del propio Juan.
Uno se puede imaginar cómo habrá sido educado en la fe este hombre. Dios
para Isabel y Zacarías era algo muy real, una experiencia cercana y fundante.
* Estilos de acompañamiento.
Los Padres acompañan el crecimiento de sus hijos. Sin embargo podemos
estar solo con un sostenimiento de supervivencia, esto es darles lo que quieran,
brindarles espacios de crecimientos (escuela, parroquia, deporte o arte, etc.)
y ellos elijan lo que les parece mejor; podemos acompañar diciendo y
forzándolos a hacer lo que nosotros creemos que les hace mejor, y
condicionarlos en sus elecciones y futuro(sin malas intenciones, y sin ser
conscientes de esto), proyectando muchas veces lo propio en ellos; o desde una
mirada de fe y siguiendo el modo de Jesús, estar a la escucha verdadera de los
deseos de los chicos, acompañando su crecimiento y buscando junto a ellos la
vocación que Dios les dio.
Esta tarea también es propia de la comunidad que acompaña el crecimiento, no desde la doctrina, sino
desde la experiencia del encuentro.
* Vocación….
“¿Qué llegará a ser este niño
cuando sea grande?”
Esta pregunta debe haber acompañado siempre a Juan, sabiendo que su
vida tenía una finalidad especial, por su nacimiento singular. Me pregunto si
nosotros también tenemos esta consciencia del don tan maravilloso que es la
vida, nuestra vida.
La experiencia de los padres marca el modo de ser profeta de Juan.
Discriminación, soledad, la vida como un valor hacen de Juan, un profeta de
cambio y transición, que condena un modo y estilo de vida injusto, luchando y
poniendo en evidencia aquello que está lejos de la Alianza con Dios,
enfrentando a los poderosos de su tiempo.
Esta vocación no debe haber sido fácil de aceptar para el propio Juan,
y menos aún para sus padres ancianos, con lo esperado que había sido.
* Caminos para llegar a Jesús
Los medios para llegar a Jesús, pueden ser progresivos y muy distintos al ideal propuesto por el mismo Dios.
Por ejemplo Juan fue un gran profeta valorado, que allanó el camino al
pueblo, con un modo solitario,
condenatorio, vivió confrontando a los poderosos y esto lo llevó a ser decapitado
por Herodes.
Si miramos el modo de Jesús cercano, en comunidad y descubriendo el
Reino de Dios en medio de la ciudad y el pueblo, luchando contra la injusticia
con gestos pequeños en el encuentro personal con cada hombre o mujer que se
encontraba por el camino, podemos darnos cuenta que está lejos del modo de
Juan.
Por eso es necesario estar abiertos al discernimiento constante, para
optar por el verdadero camino y mensaje, que nos lleva al encuentro con Jesús,
y por tanto con nosotros mismos y los demás.
Por último agrego algo que escribió una amiga sobre lo que pasó con el
obispo de Merlo -Moreno, que me ayudaron a iluminar nuestro camino de
conversión, no depositando en las mediaciones, más de lo que son: medios de
acercamiento a Jesús.
Hoy cuando lei la nota de Bargallo admitiendo su relación me invadió
una mezcla de tristeza y bronca conmigo…
Por lo que yo idealice a la
Iglesia , por lo que yo quiero que sea la Iglesia.
Yo quiero obispos perfectos, sacerdotes santos, religiosos que no
duden. Cristianos coherentes.
Yo quiero una Iglesia que brille.
Hoy estoy enojada conmigo porque me doy cuenta que amo a la Iglesia que imaginé e
idealice, pero no a la que Jesús abrazó.
Que busco pastores perfectos y no asumo la humanidad que Dios desea
acompañar.
Que busco doctrina que me de seguridad y no abrazo la fragilidad que
Dios quiere colmar.
Que pido normas para juzgar mi moralidad y no acepto el desafío
de crecer en mi propia libertad.
Que enarbolo ideales de un mundo más justo y fraterno y me refugio en
miles de excusas.
Que mucho de lo que digo son frases lindas y correctas, tan
alejadas de mis sentimientos y elecciones.
Pero Jesús eligió una comunidad pobre y necesitada.
Hombres y mujeres torpes y frágiles. Hombres
incultos, rústicos y duros de entendimiento; mujeres impulsivas,
quejosas y prostitutas. Una comunidad imperfecta… ¿Por qué entonces anhelo e
idealizo una Iglesia perfecta? ¿Por qué creo en una Iglesia modelica? ¿Por qué
quiero buscar a Dios tan lejos de la opción de Jesús?
Hoy con mucho dolor, creo que quiero crecer y aprender a amar la Iglesia que Jesús amó.
* * * * * * * * * *
Solemnidad de san Juan Bautista
Por el Pbro. Ignacio Palau
Hoy la Iglesia
celebra al único santo de quien además de la Virgen María celebra
su nacimiento. Siempre se celebra la muerte de los santos, el momento en que
entran en la Gloria. Pero
el nacimiento de San Juan Bautista marca un hito en la historia de la salvación.
El es el último de los profetas y si su anuncio va a preparar el anuncio de la
buena noticia, su nacimiento precede al nacimiento del mismo Salvador.
La historia de San Juan Bautista en torno a su nacimiento es una invitación a pensar en la vocación de toda vida que comienza. Nos dice Lucas que se decía de Juan “¿Qué llegará a ser de este niño?”. Seguramente cada padre, cada madre cuando nace su hijo o su hija se hace esta misma pregunta, cuantos sueños, cuantas expectativas despierta la llegada de una vida nueva, y a medida que va creciendo se trata de ir acompañando ese sueño. A veces se puede acompañar mal sea por exceso, de tal modo que se pretende que el hijo cumpla los sueños precisos de los padres, sea por defecto dejando al hijo librado “a las buenas de Dios”. Lo bueno sería saber acompañar esa vida que se va desarrollando de tal modo que cada uno vaya descubriendo su propio sueño, ayudando en el discernimiento, apoyando en las elecciones. Por lo menos así me imagino a los padres de Juan, ellos no sabían cuál era su misión, sabían que tenía que ver con Dios, pero fueron ayudando en el proceso de búsqueda de su hijo. “El niño iba creciendo y se fortalecía en su Espíritu”. Hoy es un día para que los padres y los que tienen que ver con el crecimiento de los niños y adolescentes se pregunten si saben ser acompañantes de estos procesos, si saben respetar las elecciones de ellos, si saben ayudar para que sea cual sea esa elección busquen en su vida realizar plenamente la vocación que han descubierto en su corazón.
Pero también es bueno los grandes mirar nuestra propia vida, nuestra historia, nuestra vocación. Cuando nacimos también se dijo de cada uno de nosotros “¿Qué llegará a ser de este niño, de esta niña?” Cada uno hemos tenido nuestros propios sueños, los que estaban a nuestro alrededor también, y el mismo Dios tuvo un sueño para cada uno de nosotros. Hoy podemos preguntarnos: “¿hemos sido fieles a estos sueños?”. Siempre podemos retomarlos, podemos enderezar los caminos que hemos desviado. Siempre es bueno volver a esa fuente, a ese entusiasmo primero, y renovar nuestra entrega.
Se trata en definitiva de volver a nuestra esencia, a nuestro origen, a nuestro nombre. El nombre “Juan” significaba “Dios muestra su gracia”. Juan es el que descubre en su corazón que un tiempo nuevo está llegando, un tiempo de gracia y salvación. El toma conciencia de que no puede ser indiferente, siente como Isaías: “el Señor desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre, yo soy valioso a los ojos del Señor”. Y siente a un Dios que le dice “yo te destino a ser luz de las naciones”. Hay una fuerza interior que lo va a llevar a Juan a prepararse para esta misión, a responder con generosidad a este llamado.
Por último Juan es un profeta de transición. Es el último de los profetas, de algún modo pertenece al antiguo testamento. Pero a la vez es la puerta de entrada al nuevo. No es fácil pararse en este lugar, hay que animarse a lo nuevo, pero todo lo que se conoce es una historia antigua de salvación. Juan va a ir buscando su lugar, desde su experiencia, desde las tradiciones, va a cuestionar a todo aquello que él ve que no responde a la llegada del Reino. Pero también va a ver cuestionado su anuncio por el mismo Jesús. Desde la cárcel va a expresar su perplejidad “¿eres tu el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús le responderá con hechos concretos que muestran la presencia amorosa de Dios. No sabemos cómo tomó Juan esta respuesta, pero si podemos intuir que si fue capaz de preguntar estuvo abierto a descubrir que Dios se manifestaba de un modo distinto al que el concebía.
Hoy nos toca también ser parte de un tiempo de transición. Estamos claramente en un cambio epocal. El desafío es estar abiertos, descubrir en este mundo nuevo cómo y por donde se va manifestando Dios, animarnos a preguntarnos si estamos haciendo bien las cosas, animarnos a cuestionarnos nuestros estilos pastorales, evangelizadores. El profeta de transición sabe también que se expone a equivocarse, hace falta mucha humildad para reconocer que no tenemos todas las respuestas, y que no somos perfectos, que somos débiles, cada uno y
Que en este día volvamos a apostar por la vida nueva, por sueños nuevos en el futuro de tantos que comienzan la vida. Que nos comprometamos a acompañarlos en el discernimiento de sus proyectos y vocaciones, que volvamos al origen de nuestros propios sueños y volvamos a apostar por ellos, y que nos animemos a ser profetas de la transición.
* * * * * * * * * *
Domingo XI durante el año, ciclo B
Un Reino que crece desde lo pequeño
Por el Padre Ignacio Palau
Después de haber celebrado los últimos domingos las
distintas fiestas que siguen al tiempo pascual nos volvemos a meter en el
tiempo ordinario, o durante el año. Domingo a domingo iremos conociendo a
Jesús, este año de la mano del Evangelista Marcos. Iremos caminando con él por
las aldeas de Galilea, escuchando sus enseñanzas, siendo testigos de sus
curaciones, descubriendo el llamado a ser discípulos misioneros, experimentando
la vida en comunidad. A esta comunidad que Jesús va gestando en torno a sí la
llama Reino. Es un lenguaje que en nuestra cultura no tiene una resonancia
natural, pero para quienes lo escuchaban a Jesús era muy expresiva. El Reino de
Dios, con su sola mención ya despertaba una gran expectativa entre aquellos
oyentes. Se trata de la presencia de Dios en medio de su pueblo, una presencia
cercana, amorosa, gozosa. Pero esta presencia de Dios no se puede describir en
pocas palabras, no es un concepto que se pueda definir. Es un misterio al que
nos podemos acercar de a poco y desde distintos lugares. Por eso para
presentarlo Jesús usa el lenguaje de las parábolas, con ellas como un pintor va
dando distintas pinceladas que van formando un gran cuadro. El lenguaje de las
parábolas le permite a Jesús llegar de una forma sencilla a su pueblo, y a la
vez dejar un camino abierto para que cada oyente vaya haciendo su propio
proceso en el acercamiento al misterio de Dios. Marcos nos dice en el texto de
hoy, que Jesús les anunciaba la
Palabra en la medida en que ellos podían comprender. Y
les hablaba en parábolas, a partir de situaciones y hechos de la vida
cotidiana. Hay como una invitación a que descubran que a Dios se lo encuentra
no tanto en los libros, sino en la propia vida, se trata de un misterio
cercano, amoroso, gozoso, que más que conocerlo intelectualmente hay que saber
hacer experiencia de él.
Las dos parábolas que hoy compartimos nos invitan a
descubrir una característica de este Reino de Dios, el crecimiento. Esta
presencia de Dios en la historia, en la vida de cada uno, en la vida de la
comunidad no se da en un instante, supone un proceso, poco a poco, gradualmente
Dios va acercándose a nosotros y va siendo parte de nuestra vida. De noche y de
día, lento pero seguro, como crece una planta así crece este Reino de Dios. Qué
bien nos viene a nosotros que somos parte de esta cultura del “ya”, de un mundo
vertiginoso, que bien nos viene que Jesús nos invite a la paciencia, a saber
respetar los procesos, las etapas, a no querer quemarlas. Y esto tanto para con
cada uno de nosotros como con los demás, y también con nuestra comunidad.
Seguramente si miramos nuestra historia de fe, de relación con Dios vamos a ir
viendo un crecimiento, ¿por qué, entonces, tantas veces somos apurados con la
historia de fe de los demás? Cuantas veces nos pasa que quisiéramos que otros
vivan su relación con Dios con la misma profundidad que la vivimos nosotros. Y
ni que decir de la presencia de Dios en la historia, cuantas veces anhelamos ya
un Reino definitivo de Dios en medio de la humanidad. Hoy Jesús nos vuelve a
decir que este Reino es proceso, lento, pero que va creciendo.
Lo segundo que aparece en estas parábolas es volver a tomar
conciencia que el Reino es de Dios. Antes que nada es “don”. Sin que el
sembrador sepa cómo, sea que duerma o este despierto, haga lo que haga, la
semilla sigue su ciclo. Lo mismo el Reino. Hay entonces una invitación a
abrirnos a la gratuidad, a dejarnos regalar por Dios, a dejar que él haga su
obra. Cuantas veces nos creemos protagonistas de este Reino, ideamos los
mejores planes pastorales, pensamos las mejores estrategias, buscamos numerosos
recursos, nos desvivimos por “trabajar” por este Reino. Hoy Jesús nos dice: “El
Reino es de Dios”. Esto no es un llamado a la vagancia, a no hacer nada. Pero
si es un llamado a la confianza, a dejar a Dios hacer su obra.
La tercer nota de este Reino es su apertura. Está destinado
a crecer como la planta de mostaza, y a dar cobijo a todos, como la mostaza con
las aves del cielo. Este Reino entonces no puede ser exclusivo ni excluyente.
No solo lo dice Jesús en el lenguaje de la parábola, sino que lo dice con toda
su vida. A medida que va llevando este anuncio por las aldeas de Galilea va
sumando gente a su comunidad de discípulos y nadie se queda afuera, ricos y
pobres, sanos y enfermos, varones y mujeres, publicanos y prostitutas. Todos,
todas tienen lugar en este Reino. Abrirnos hoy a recibir este don de Dios es
abrir el corazón para que nadie quede afuera.
Hay una cuarta nota de este Reino, y es la pequeñez. Muchas
veces medimos el valor de las cosas de la cantidad, nos gusta contar con
grandes grupos de participantes en las actividades pastorales que organizamos.
Muchas veces incluso nostalgiamos de otros tiempos cuando si movíamos
multitudes. Hoy Jesús nos vuelve a decir que el Reino es de lo pequeño, crece
desde lo más sencillo y simple. Me parece bueno al respecto compartir algunas
palabras de quien fuera cardenal Ratzinger en el jubileo del 2000 en palabras
dirigidas a los catequistas:
"Por eso buscamos una nueva evangelización, capaz de
lograr que la escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización
"clásica". Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado
a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos
caminos para llevar el Evangelio a todos.
Sin embargo, aquí se oculta también una tentación: la tentación
de la impaciencia, la tentación de buscar el gran éxito inmediato, los grandes
números. Y este no es el método del reino de Dios. Para el reino de Dios, vale
siempre la parábola del grano de mostaza (cf. Mc 4, 31-32). El reino de Dios vuelve
a comenzar siempre bajo este signo. Nueva evangelización no puede querer decir
atraer inmediatamente con nuevos métodos, más refinados, a las grandes masas
que se han alejado de la
Iglesia. No ; no es esta la promesa de la nueva
evangelización. Nueva evangelización significa no contentarse con el hecho de
que del grano de mostaza haya crecido el gran árbol de la Iglesia universal, ni
pensar que basta el hecho de que en sus ramas pueden anidar aves de todo tipo,
sino actuar de nuevo valientemente, con la humildad del granito, dejando que
Dios decida cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29). Las grandes cosas
comienzan siempre con un granito y los movimientos de masas son siempre
efímeros".
En cada Eucaristía Jesús nos invita a volver a valorar lo
pequeño y lo simple. A él le bastó un poco de pan y de vino para quedarse para
siempre en medio nuestro. Que al acercarnos una vez más a su mesa nos llenemos
de sus sentimientos y actitudes y nos abramos al gran regalo del Reino de Dios.
* * * * * * * * * *
Cuerpo y Sangre de Cristo
Por el Padre Alejandro Agustoni
Tanto el
compartir el mate en este caso, como la copa que nos invita a compartir Jesús,
tiene el mismo significado, la de
compartir el destino.
Si estuvieron
con algún extranjero tomando mate, generalmente se sorprenden de este modo tan
particular de compartir esta bebida, tan metida en nuestra cultura y que a los
ojos de los extranjeros es novedosa.
En la primera
lectura escuchamos como el Pueblo reunido está recibiendo las tablas de la
alianza y estos gritan a una voz: “Estamos decididos a poner en práctica todas
las palabras que ha dicho el Señor” y
al final terminan diciendo lo mismo: “Estamos
resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”
Esta actitud
es fundamental para aquellos que estamos reunidos acá. Deberíamos venir con un
oído muy grande para escuchar en serio las Palabras que Jesús nos transmite en
su Evangelio, para enseñarnos a amar.
Cada Domingo tendríamos que poder decir esta semana
crecí en el amor como Jesús me enseño en su Palabra, y salir de estas
celebraciones con el propósito de poner en práctica lo escuchado.
Hoy
celebramos la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo y también realizamos la
colecta anual de Caritas bajo el lema: “Pobreza
cero, vida digna para todos”.
Me parece providencial esta unidad ya que el
amor y la escucha se manifiestan en gestos concretos. Unirnos al mismo cáliz,
compartir el mismo modo de Jesús, es asumir su estilo de vida en nosotros, acercarnos
a cada persona para descubrirles su dignidad de hijos de Dios.
Hoy no
podemos dejar de ocuparnos por cada persona de nuestro pueblo que tienen
necesidad de una vida digna, de un trabajo, educación, pan y techo, pero más
que nada la dignidad de ser amados por ser hijos de Dios.
Entrar en
comunión con Jesús es dejar que este alimento de su cuerpo y sangre nos
asimilen y lleguen a ser de nosotros lo que dice san Pablo: “Ya no soy yo, es
Cristo quien vive en mi”
Del mismo
modo nos invita a nosotros reunidos para celebrar la pascua, a preparar con
gestos, con palabras, con presencia cercana, el corazón de tantos hombres y
mujeres de nuestro pueblo, para que así Jesús haga pascua en su realidad
cotidiana, en sus dolores, soledades y enfermedades.
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Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
Entregado por Amor
Por el Padre Ignacio Palau
Celebramos con toda la Iglesia
la fiesta del Cuerpo y la
Sangre de Cristo, estamos invitados a meternos de lleno en el
misterio que celebramos cada domingo en comunidad. Generalmente cuando pensamos
en la Eucaristía
pensamos en fiesta, banquete, comida, lugar de encuentro y comunión. De hecho
solemos llamarla con este último nombre “La Comunión ”. Todo esto es verdad, la Eucaristía es eso. Pero
muchas veces solemos dejar de lado otra dimensión de la Eucaristía , y es que
esta es Sacrificio. Antiguamente se hablaba del “Sacrificio de la Misa ”, que no es como
explicaba un chico el sacrificio de tener que levantarme el domingo temprano
para ir a misa, sino la entrega de Jesús en la Cruz por nosotros.
Este año, la Palabra
nos invita a detenernos en esta dimensión de la Eucaristía. En las
tres lecturas aparece “la sangre derramada”. En la concepción judía la sangre
es la vida. Un cuerpo desangrado no tiene más vida. Desde acá entendemos el
sacrificio ritual que hoy nos narra el Éxodo. Moisés derrama parte de la sangre
de esos animales en el altar, ofreciéndosela a Dios y la otra parte la guarda
para rociar al pueblo. Es como que quiere expresar una comunión de Dios con su
pueblo. A través de esa sangre que lo rocía el pueblo de algún modo se hace
partícipe de la Vida
de Dios. Ahora, Jesús, en la Última Cena dice esta “es mi sangre derramada”, es
decir es mi vida entregada, por amor a ustedes, para que ustedes participen de
verdad de mi Vida. Ya no hace falta la sangre de animales como instrumento,
ahora es el mismo Dios el que nos da su vida, y no a un pueblo, sino a toda la
humanidad. De nuevo no podemos sino exclamar ¡Cuánto Amor!
Pero hay algo más. La sangre que se uso en el sacrificio de Moisés selló una
alianza. Moisés lo proclama así “Esta es la sangre de la Alianza que el Señor hace
con ustedes”. Se trata de una Alianza de Amor, Dios comparte su vida con este
pueblo, expresado en la sangre derramada. Pero también el pueblo le ofrece algo
a Dios. Por dos veces en el texto, antes y después del sacrificio, el pueblo
dice “Estamos dispuestos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el
Señor”. Sin duda que es una alianza despareja, Dios pone su propia vida, pero
en su pequeñez el pueblo pone lo mejor de sí. Cuando Jesús en la Última Cena
dice que esa copa es su sangre derramada, su vida entregada, dice también que
es “Sangre de la Alianza ”.
Cada vez que celebramos la
Eucaristía entonces estamos participando de esta Alianza
Nueva con Jesús.
Y entonces así como el pueblo se disponía a poner en práctica
lo que Dios enseñaba por medio de Moisés, también nosotros le decimos a Jesús
“estamos dispuestos a poner en práctica lo que vos nos enseñas”. Y que s lo que
nos enseña Jesús, sencillamente el camino del amor. Renovar en cada Eucaristía la Alianza con Jesús es
disponernos a amar como el ama, hasta dar la vida. Y así como dijimos que no
solo Jesús celebró la
Eucaristía en la Última Cena, sino que toda su vida fue una
Eucaristía, así estamos también nosotros invitados a hacer de nuestra vida una
Eucaristía, una vida para los demás. Que feliz coincidencia la de este año, que a veces ocurre, que la fiesta del
Cuerpo y la Sangre
de Cristo sea el mismo fin de semana que se realiza la colecta de Cáritas. Si
Jesús nos invita en la
Eucaristía a amara como él, es bueno recordar que él lo hizo
con una predilección hacia los más pobres, débiles y sufrientes. Por eso
renovar la Alianza
con Jesús es volver a comprometernos con aquellos hermanos que más nos
necesitan. La colecta de este fin de semana es un gesto que no puede quedar
acá, al entregar ese sobre o el dinero en la colecta estaría bueno decirle a Jesús
“me quiero comprometer a amar cada día de una manera más sostenida a mis
hermanos pobres, débiles y sufrientes”. Y finalmente así como la Eucaristía no es algo
intimista e individual, sino esencialmente comunitario también el gesto de la
colecta lo es. La suma de cada uno, y sobre todo el gesto de haber salido a la
calle expresa que si vivimos la solidaridad en comunión, en comunidad, es
muchísimo lo que podemos hacer por los hermanos.
Que este domingo al acercarnos a la comunión lo hagamos con un corazón
dispuesto a que llenos de la Vida
de Jesús llevemos su amor y su vida a tantos que lo están buscando.
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Santísima Trinidad, Ciclo B
Por el Padre Alejandro Agustoni
Encuentro en la diversidad. Así pusimos el lema de estas fiestas patronales, de Nuestra Señora del Encuentro que cumple hoy 26 años, de vida, amistad y oración.
Toda celebración de cumpleaños es un momento para dar gracias por tanta
vida, como también un momento de hacer balance.
Como Iglesia celebramos hoy el misterio de la trinidad; el Dios uno en
tres personas, misterio de amor, de unidad, de diversidad y de entrega total al
hombre.
Celebrar este misterio, no es quedarnos a hacer teología, a estudiar y
aprender intelectualmente como es este
Dios en que creemos (cosa por demás imposible de abarcar), sino en descubrir la
riqueza de este Dios que nos hizo a imagen y semejanza suya, para vivir de modo
más pleno.
¿Cómo es este Dios revelado por Jesús; este Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo?
En la primera lectura ya se nos muestra como Padre creador de los
hombres, que se comunica y guía, que protege, conduciendo a los mediadores como Moisés. Este Padre que libera de la
esclavitud que da la herencia de la tierra prometida, que en definitiva quiere
la felicidad de sus hijos. “Observa los preceptos y mandamientos que hoy te
prescribo. Así serás feliz, tu y tus hijos….”.
Dios Espíritu Santo, que nos hace Hijos adoptivos, que nos enseña a
orar, a vivir el modo de Jesús, que nos regala la vida de resucitados; que nos anima y sopla dentro nuestro
animándonos como a Jesús.
Este, nuestro Dios, que tiene un rostro concreto, que es Jesús. Tan
grande y tan humilde, tan cercano a nosotros por ser el mismo humano. Jesús nos envía a bautizar, a sumergir a los
hombres en Dios. No quiere que hagamos proselitismo (enganchar gente para
conseguir socios), sino para sumergirlos en su amor, para mostrarles cuanto
Dios los ama y cómo Él mismo se pone siempre de nuestro lado. En definitiva nos
envía para llevar la Buena
noticia del amor de Dios que quiere la felicidad de sus hijos.
Podríamos concluir así con el evangelista Juan, Que Dios es amor y quien vive en el amor, vive en Dios.
Cada persona de la trinidad encierra en sí la plenitud de Dios, es por
eso que ver al Padre es ver a Dios, ver a Jesús es ver a Dios, y ver el
Espíritu Santo es ver a Dios. En
definitiva, todos son Uno y uno son todos. Sin mezclarse y sin confundirse,
íntimamente unidos.
Los tres mosqueteros decían: “todos para uno y uno para todos”.
Nosotros como comunidad imagen y semejanza del Dios que profesamos podríamos
decir: “Todos somos uno y uno somos todos”
Así, donde uno de nuestra comunidad acompaña, sostiene, enseña o
recibe, es toda la comunidad quien lo realiza, porque lo aprendió de ella. Como
en la familia.
Ser imagen y semejanza de este Dios uno, en tres personas, es descubrir
nuestra capacidad de vivir la unidad en la diversidad, de vivir en el amor, en
la entrega generosa a los demás.
Identificarnos con este Dios Padre, es en primer lugar descubrir
nuestra capacidad de dar vida, de crear cosas, de cuidar y hacerse cargo, de
proteger a las vidas más indefensas, de preocuparse por la felicidad de los
hombres, hijos de Dios.
Identificarnos y descubrir en nosotros, la invitación de Jesús de
llevar la Buena Noticia
del amor de Dios a cada hermano; de estar siempre a la escucha del Padre,
guiados por el Espíritu Santo.
Que como creyentes nuestro testimonio sea la de
una comunidad unida en la diversidad, siempre abiertos a la acción del
Espíritu, que nos lleve a la compasión y el cuidado de todas las vidas.
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Santísima Trinidad, ciclo B
Por el Padre Ignacio Palau
Misterio, contemplación, anuncio.
Celebramos hoy con toda la
Iglesia a la Santísima Trinidad. Después
de haber celebrado durante cincuenta días la historia de un amor encarnado que
se ha dado hasta el final, que es más fuerte que la muerte, que está destinado
a llegar a todo el mundo. Después de haber celebrado la venida de un Espíritu
santo que nos anima, nos impulsa, nos lleva anunciar y a vivir la
comunión. Ahora se nos invita a meternos de lleno en el misterio de Dios, de
este Dios que es comunión de amor, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Generalmente cuando hablamos de Misterio, pensamos en algo oscuro, intrincado,
complicado, de difícil resolución. Ciertamente no es el sentido original de la
palabra, y mucho menos es esta la idea que podemos tener de Dios. Por el
contrario él es luz, es simplicidad, es cercanía. La palabra Misterio en
su origen se remonta a una expresión que manifestaba la actitud de cerrar la
boca o los ojos. Es decir es la invitación a la admiración, a de algún modo
quedarnos mudos ante lo que nos maravilla y sobrepasa. Meternos hoy en el
misterio de la Trinidad es
de algún modo aceptar que ante Dios y su intimidad no podemos sino callar,
admirarnos, maravillarnos. Si en el antiguo testamento surge esta actitud como
la que se vislumbra hoy en el texto del Deuteronomio: “pregúntale al tiempo
pasado si sucedió alguna vez algo tan admirable, ¿Qué pueblo oyó la voz de
Dios…? ¿Qué Dios intentó tomar para sí una nación en medio de otras con signos
y prodigios…?”. Cuanto mayor será nuestra admiración al abrirnos a este Dios
que todo lo que inició con ese pueblo no es sino un anticipo de lo que se iba a
manifestar en Jesús en la plenitud de los tiempos. Como no maravillarnos
nosotros ante un Dios tan grande y tan bueno. Hoy estamos invitados a celebrar,
a alabar, a bendecir a este Dios, que con tanto amor nos creó, sacó lo mejor de
sí mismo para volcarlo en esta obra maravillosa de la creación; que no le bastó
con tanto amor, sino que se hizo uno de nosotros, compartiendo nuestra vida,
caminando por las aldeas de este mundo, haciéndose compasivo, solidario,
servidor, cercano a todos, misericordioso; que aún volviendo junto al Padre no
nos deja solos sino que nos envía su mismo Espíritu.
Hoy se nos invita entonces
a no cesar de dar gracias por tanto amor. Pero si “misterio”, en su origen es
la actitud de cerrar los ojos; ante el misterio de Dios, y de este Dios que es
puro amor, no podemos sino cerrar los ojos y contemplar, meditar. Ya al pueblo
antiguo se lo invitaba: “Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es
Dios”. En este camino de la meditación, los cristianos tenemos el invalorable
don del Espíritu Santo, el “espíritu de hijos”, como nos dice hoy Pablo. Es
justamente él quien nos hace llamar a Dios “Abba”, Padre. Tan significativa es
esta expresión entre los primeros cristianos que aún cuando los textos sagrados
son escritos en griego, esto se mantiene en arameo, la lengua de Jesús. Es como
que no quieren desvirtuar esta palabra tan valiosa. Así llamaba Jesús a Dios,
así nos enseñó a hacerlo nosotros, y así el mismo Espíritu nos mueve a
continuar haciéndolo. Llamar a Dios Abba es descubrirlo como papá cariñoso,
cercano, en quien podemos confiar y descansar. Qué bueno que hoy tengamos esta
actitud, de contemplar, de meditar, de simplemente en silencio estar delante de
este Dios agradeciendo en el corazón por tanto amor. Dejemos que el mismo
Espíritu ore en nosotros, y nos lleve a entrar en esta infinita comunión de
amor que es Dios. Esto es el primer desafío que nos hemos propuesto como
comunidad en la
Asamblea Parroquial. Crear y recrear los espacios de
oración.
Maravillarnos por este Dios, quedarnos como mudos ante su misterio, cerrar los
ojos y contemplarlo no significa caer en un escapismo de la realidad. Por el
contrario, Jesús nos propone reconocernos enviados como él. “He recibido pleno
poder…vayan”. La misión es hacer que otros muchos también hagan experiencia de
este mismo Dios, que sean discípulos. Y para esto dos cosas enseñen y bauticen.
Abrirnos al Misterio de Dios significa dejar que este llene el corazón, esto
supone conocer cada día más quién es este Dios. No podemos quedarnos con la
cáscara de las cosas, tenemos que animarnos a profundizar cada día más este
misterio, pero de nuevo no para guardarnos este conocimiento, sino para
compartirlo. Enseñen. Pero también bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. Bautizar significa sumergirse, dejar que este misterio nos
inunde con su presencia, que de algún modo “vivamos” este misterio de la
trinidad. Sumergirnos en la
Trinidad es de algún modo vivir la permanente y eterna
comunión de Dios. Ser Iglesia de la Trinidad es ser una Iglesia-Comunión.
El
llamado a enseñar y bautizar es en definitiva el llamado a ser una iglesia
misionera y en comunión. Justamente esto es lo segundo que ha surgido como
propuesta para que vivamos en nuestra comunidad a partir de la Asamblea Parroquial ,
ser una comunidad más unida, y que a la vez salga más al encuentro del otro,
recibiéndolo, comunicándole la Buena Noticia. Pidamos a Jesús poder vivir
de este modo.
En cada Eucaristía se hace presente el misterio de la trinidad. En el momento
de la consagración le pedimos al Padre que envíe su Espíritu para que el pan y
el vino se transformen en el cuerpo y la sangre de Jesús. Que hoy podamos
contemplar a esta Trinidad que hace la Eucaristía para
nosotros y al alimentarnos de ella nos descubramos enviados a construir la
comunión y a anunciar la
Buena Noticia de Dios a este mundo que tanto la
necesita.
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Por Pbro. Alejandro Agustoni
Muchas veces
me pregunto si los cristianos creemos que Dios realmente quiere nuestra
felicidad. Ya que generalmente hablamos y nos comportamos como si Dios
estuviera midiéndonos con una vara exigente establecida por normas y preceptos
que hay que seguir al pie de la letra, sino sentimos que Él deja de querernos.
Hoy
celebramos Pentecostés, una fiesta de vida, de libertad, de amor y comunión.
Dice la lectura de Hechos: “llenos del
Espíritu Santo, comenzaron a hablar en distintas lenguas…” estos discípulos salen
a dar testimonio de lo experimentado por su encuentro con Jesús, no lo pueden
callar, los desborda, los anima, les da fuerza.
Este Espíritu
es el mismo que animo a Jesús en toda su vida y ministerio. Este Espíritu es el
que le revelo en el Jordán su vocación más profunda: la del amor del Padre
incondicional para cada hombre y mujer de todo tiempo y lugar.
Este mismo
Espíritu es el que anima a Jesús a ir más allá de la literalidad de la ley,
para captar y actuar su espíritu más profundo. No que el hombre viva para el
sábado y las cosas, sino que el sábado y las cosas están hechas para él.
En toda su
vida Jesús estuvo movido por este Espíritu que daba libertad a los oprimidos,
salud a los enfermos, perdón a los pecadores; que movido por la compasión actuaba
de un modo sencillo y cercano hacia aquellos que estaban solos o al borde del
camino, fuera de la sociedad.
Por eso el
recuerdo de estos discípulos es la de un Dios que quiere nuestra felicidad y
nuestra vida. Un Dios que se juega hasta las últimas consecuencias mostrándonos
como Dios nos ama. Y es por eso que cuando este Espíritu los habita de manera
plena en sus vidas, no pueden callar lo que han visto y oído.
Este Espíritu
los hace protagonistas de un mensaje de vida y resurrección, de paz y reconciliación.
Es este mismo
Espíritu, el que nos es dado para vivir en plenitud, libertad, protagonismo
y factores de comunión.
Estas
dimensiones son las que aparecen con fuerza en la Palabra hoy.
Protagonismo,
testigos del encuentro con el resucitado. Mensajeros de paz y reconciliación.
El Espíritu
se nos regala para que la
Palabra sea siempre viva y eficaz en el mundo, siempre
novedosa y actual. Él nos acompaña y nos hace crecer en la identificación con
Jesús, que es en definitiva nuestra vocación más profunda.
Ser nuevos
Cristos es el desafío al que se nos invita cada día, el único modo de mantener
vigente el mensaje de amor de Dios, y por lo tanto el modo más pleno de vida.
Este Espíritu
nos lleva a la misión, a no quedarnos encerrados en nuestros círculos íntimos,
sino abiertos a la novedad y diversidad. Abiertos a la riqueza de lo distinto,
a su valoración.
Este Espíritu
lejos de encerrarnos en la comodidad, nos desafía a un nuevo estilo y
compromiso con la vida de todos.
Así nuestra
comunidad de Purísima, esta desafiada e invitada a dejarse guiar por Él,
valorando e integrando la diversidad.
Pidamos al
Espíritu que nos ayude a descubrirlo como un Dios de vida, libertad y amor; no
solo para guardarlo dentro de nosotros sino para comunicarlo y crear comunidad.
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Pentecostés,
Ciclo B
Por Pbro.
Ignacio Palau
Animados por el Espíritu
Con la fiesta de Pentecostés llegamos al final de la Pascua. Así como para
el pueblo de Israel esta era la fiesta de la última cosecha, que se había
iniciado con la pascua, también para los cristianos esta fiesta da plenitud a
un proceso iniciado en la
Vigilia Pascual. Por eso podemos decir que no es una mera
coincidencia que el Espíritu se haga presente con la fuerza del viento. En la
noche de la Vigilia
comenzamos leyendo el libro del Génesis “La tierra era algo informe y vacío,
las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas”.
Hoy se nos dice que “Jesús soplo sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu
Santo”. Es el mismo soplo, el mismo Espíritu, el mismo aliento de Dios el que
inicia la creación, que ahora está iniciando esta Nueva Creación. Pentecostés
es entonces la plenitud de la
Pascua , la plenitud de la Vida , la presencia nueva y definitiva de Dios que
para siempre guía la historia de esta humanidad nueva que surge del Resucitado.
Este mismo soplo que regala Jesús el día de la pascua es el que se manifiesta
según el relato de los Hechos el día de Pentecostés. Ahora como un viento
fuerte que sacude la casa. Toda esta manifestación nos empieza a mostrar quien
es este que está llegando, y a que viene. Es la vida misma de Dios, es una
presencia que todo lo llena, es el mismo Don de Dios. Y viene a impulsar, a
animar, a desparramar por todo el mundo esta Buena Noticia, viene a hacer
realidad este “envío”. Jesús decía el día de la Pascua “como el Padre me
envió, yo los envío. Y al decir esto soplo sobre ellos”. El soplo de Jesús que
empieza una nueva creación se reposa sobre estos hombres que van a recibir la
fuerza de lo alto, el soplo de Jesús “envía” y esta fuerza de lo alto llega con
la fuerza del viento que desparrama, que no deja nada quieto, que impulsa.
Pentecostés entonces es la fiesta de esta Iglesia que nace para no quedarse
quieta, para empezar su permanente misión. Si ya el domingo pasado a partir de la Ascensión de Jesús
tomábamos conciencia de que la esencia de la Iglesia es la misión, hoy es el momento de
empezar esta obra dejándonos guiar por el Espíritu. Si comprendiéramos la
urgencia de esta misión!!! Si tomáramos conciencia de la fuerza nueva que se
derramó en Pentecostés!!! Si nos dejáramos guiar de verdad por este Espíritu!!!
Entonces otra sería nuestra historia, otra nuestra forma de vivir, otra nuestra
manera de ser Iglesia. No tenemos más que ver esos primeros cristianos. Ellos
dejaron que esa fuerza los llevara por todo el mundo conocido, y donde estaban
sentían la urgencia y la necesidad de anunciar esta Buena Noticia. ¿Qué nos
pasa a los cristianos de hoy que muchas veces vivimos en la comodidad, o en el
egoísmo de guardarnos este tesoro para nosotros solos? Hoy es un día para
volver a pedir al Señor que sintamos la presencia de este Espíritu que nos
anima y nos impulsa.
Otra característica de Pentecostés es la capacidad de vivir la unidad en la
diversidad. El primer mensaje que proclaman los apóstoles animados por el
Espíritu es percibido por miembros de distintas culturas, de distintos idiomas.
Cada uno a su manera, según su estilo, un mismo mensaje adaptado a distintas
realidades. Desde entonces la
Iglesia está llamada a hacer vivo este desafío. Muchas veces
tendemos a creer que esto no es posible. Y entonces o tendemos a una total
uniformidad para que nadie este afuera de la “verdad”; o nos quedamos con la
riqueza de la diversidad pero en medio del enfrentamiento y la separación. La
historia de la fe cristiana está plagada de ejemplos de uno y otro camino. Hoy
se nos vuelve a proponer el camino de la unidad en la diversidad. Este es un
tesoro que tenemos como Iglesia y que el mundo de hoy tanto necesita. En este
cambio epocal que vivimos se da esta tensión. Por una parte un mundo
globalizado, donde cada vez se tiende más a la unidad pero muchas veces sin el
respeto de las distintas culturas que podrían enriquecer esa unidad. Y por otra
parte tanta ambición de algunos que por querer marcar esa unidad caen en una
uniformidad de ideas y valores que no dan lugar al disenso. En este contexto
más que nunca la Iglesia
de la Pascua , la Iglesia de Pentecostés,
está llamada a brindar al mundo este servicio de la unidad en la diversidad.
En nuestra comunidad sentimos el llamado a hacer realidad este desafío. En
nuestra última Asamblea Parroquial además de vivir la fiesta de compartir la
diversidad de carismas por medio de los stands, cuando llegó el momento de
privilegiar que tres desafíos queremos llevar adelante en los próximos años uno
de los que elegimos fue la necesidad de una mayor integración y mejorar la
convocatoria y acogida de la gente. Tenemos entonces por delante la tarea de
crecer en esta comunión que ya vivimos en nuestra parroquia valorando la
diversidad de realidades que la conforman, poniendo cada uno lo más valioso de
sí mismo y abriéndonos a los demás, sobre todo a todos aquellos que se quieran
ir sumando y acercando sus dones y capacidades. Que cada uno de nosotros
podamos también descubrir que tenemos un don para los demás y lo pongamos con
generosidad al servicio de la misión, y así vivamos todos “animados por el Espíritu.
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6º Domingo de Pascua
6º Domingo de Pascua
“El
amigo fiel, es seguro refugio,
El
que lo encuentra ha encontrado un tesoro.
El
amigo fiel no tiene precio
El
amigo fiel es remedio para la vida…” (Eclo6, 14-16)
Jesús
veía que los discípulos tenían diferencias, que se peleaban por quien sería el
más grande, quien ocuparía el primer lugar, etc… Por eso les deja este deseo, y
mandamiento:“permanezcan en mi amor”, esta será la única solución para los
conflictos. Volver una y otra vez a este amor sencillo y humilde que ve al otro
en su dolor, en sus búsquedas, en su humanidad necesitada de cercanía y
compasión. Estas actitudes resuelven cualquier situación, hacen crecer, y
llenan el corazón.
“Ámense
unos a otros como yo los amé” Él es el modelo, la norma del amor, y nos lo
mostró, no solo con palabras, sino más bien con actitudes y gestos concretos.
Sin
embargo hoy, me atrevería a decir que hay un riesgo previo que como sociedad
nos está pasando, y es el descuido del encuentro físico, personal y verdadero. También acá la frase de
Jesús en su despedida de la última cena, es más que actual y acertada. “Permanezcan…”
“perder”
el tiempo para hacer procesos de crecimiento, para conocerse, para intimar,
para entenderse y comprenderse. Solo así se puede amar. Solo así podemos forjar
una verdadera amistad. Solo así podemos entrar en comunión unos con otros. No
como en el Facebook, donde todos los contactos tienen el nombre de amigos…
Jesús nos invita a reconocerlo como amigo, no como
maestro o Señor, sino simple y sencillamente como amigo. Esta dimensión es de
las que más me gusta, por mi experiencia personal, pero a la vez porque no hay
persona que no tenga esta vivencia al alcance de su mano.
Lo
distintivo del discípulo, es que la amistad con Jesús, nos abre a nuevos
vínculos.
Si
yo soy tu amigo y vos te haces un nuevo amigo, entonces posiblemente encuentre
en vos un nuevo amigo….
La
amistad tiene estas características de fidelidad, diversión y sintonía o
empatía. Todo esto nos lleva a entender de manera experiencial y no solo
teórica lo que es la comunión a la que nos invita Jesús.
A
mí me gusta la imagen de la montaña, para entender y describir la vida y su sentido.
Generalmente
es con nuestros amigos que emprendemos aventuras, y en estas encontramos mucho
gozo.
Mi
vivencia de montaña es así me trae mucho gozo, sin embargo cuando alguno de los
que estamos viviendo esta aventura no puede llegar al objetivo planteado, por
ejemplo, la cumbre el gozo deja de ser completo.
La
plenitud de la vida planteada por Jesús es llegar a la felicidad no solo
personal, sino de quienes comparten conmigo la vida… (familia padre, madre,
hermanos, marido, mujer, amigos, sociedad, etc).
P.
Alejandro Agustoni
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Sexto Domingo de Pascua, Ciclo
B
Amar como Jesús
Vamos llegando al final de la pascua, ya los próximos domingos celebraremos la Ascensión y Pentecostés.
Seguimos poniendo la mirada en el resucitado, y con él en la Iglesia Pascual.
Y cerrando este tiempo este domingo se nos invita a descubrir lo más necesario
y vital para ser Iglesia de la
Pascua : amar como Jesús. Si el domingo pasado había una insistencia
en “permanecer”, hoy se nos dice claramente que el llamado es a “permanecer en
el amor”, no hay otra forma de permanecer en comunión con Jesús, sino desde y
en el amor.
De este amor lo primero que se nos dice es que es puro don de Dios, el amor es
la esencia de Dios, el no puede sino amar, “es amor”. Pero lo más grande es que
este amor que hay tan fuerte y eterno en el corazón de Dios, entre el Padre y
el Hijo, ha querido ser comunicado a todos nosotros: “como el Padre me amó, yo
los he amado”. La misma intensidad de amor que Jesús recibe del Padre nos la comunica
a nosotros. A lo largo del evangelio de Juan se nos va queriendo transmitir
esta experiencia. Escuchábamos en la cuaresma “tanto amo Dios al mundo…”, “si
conocieras el don de Dios….” Y en la noche del jueves santo “habiendo amado a
los suyos que quedaban en el mundo los amó hasta el fin”. Hay como un ansia, un
anhelo profundo de Jesús y es que podamos experimentar, tomar conciencia de
este infinito amor. Y es que cuando lo experimentamos tenemos la alegría más
grande. Jesús se goza profundamente en la experiencia de amor del Padre y
quiere que tengamos ese mismo “gozo perfecto”. Hay muchas maneras de hacer esta
experiencia de amor de Dios, y de tener ese gozo, de una manera u otra podemos
llamar a esa experiencia “contemplación”. Contemplar es abrirnos a descubrir a
ese Dios que sale a nuestro encuentro. Sin duda que un lugar privilegiado de
esta contemplación es la experiencia del corazón que en el silencio deja a Dios
ser Dios. A veces se puede dar ante la naturaleza, a veces en el silencio que
sigue a una lectura orante de la palabra, a veces como consecuencia de un
encuentro profundo con otra persona. En esos momentos que no podemos describir
con palabras sentimos una alegría profunda que nos desborda. Seguramente ahí
nos estamos aproximando a este gozo del que habla Jesús. Y es en definitiva una
ocasión de acercarnos a tanto amor de Dios. Esto es lo que de un modo profundo
experimentaron los grandes místicos en la Iglesia. Esto es lo
que a nuestro modo seguramente muchas veces vivimos y sobre todo sentimos
deseos de vivir. No porque sí en la asamblea parroquial salió como principal
desafío el buscar espacios creativos de oración y adoración.
Pero nunca esta experiencia de amor, de gozo tan profundo, de encuentro
personal puede transformarse en escapismo, en encerrarnos egoístamente, en
apartarnos de los demás. A continuación de esta invitación a vivir esta
experiencia gozosa de amor de Dios Jesús nos dice: “ámense unos a otros!!!!”
Pareciera que más que una orden es un deseo ansioso de Jesús, casi como si nos
dijera “por favor, ámense, no se pierdan este camino. Y este amor entre
nosotros no es cualquiera, “como yo los he amado”. Ciertamente nosotros no
somos amor como Dios, pero si podemos dejar que su amor nos llene y derrame
nuestros corazones hacia los demás. Amar “como” Jesús, es dar la vida. Una
Iglesia de la Pascua
es la que busca darse por entero, la que no se guarda nada, la que busca que
Jesús llegue a todos. Hay mucha vida en esta Iglesia de Pacheco, y la
experimentamos y celebramos en la asamblea parroquial. No podemos guardarnos
esta riqueza es para que llegue a todos.
Hay un llamado de Jesús a nosotros. A cada uno nos eligió para ser amigos.
Todos sabemos lo que significa la amistad, y cuando vivimos una profunda
sentimos que nos cambia la vida. Como una vez describió San Gregorio su amistad
con San Basilio: “éramos dos cuerpos y una sola alma”. Que Jesús nos llame a
vivir esta amistad es una invitación a vivir una infinita comunión con él. Pero
la amistad de Jesús nos es exclusiva, y mucho menos excluyente. Al revés,
cuanto más amigos somos de él más surge la necesidad de que otros sean sus
amigos. En esto consiste dar frutos, en descubrirnos enviados a llevar este
amor y amistad de Jesús a muchos.
Finalmente una amistad no puede crecer si no es alimentada en el encuentro. El
nombre griego del amor es ‘’ágape”. No es extraño que Jesús nos invite a este
amor, a esta amistad en el contexto de la última cena. La misma noche que nos
dejó el regalo del banquete eucarístico, del ágape más perfecto, nos invita al
amor y a la amistad, con él y entre nosotros. Que cada día podamos valorar más
este encuentro que acá podamos “celebrar la fe que nos une en comunión” y “que
en la eucaristía encontremos la razón para entregarnos por amor”.
P. Ignacio Palau
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Quinto
Domingo de Pascua, ciclo B
La resurrección trae vida y es por
eso que la Iglesia
va sacando conclusiones de este acontecimiento único. No puede resumirlo con
palabras, sino que lo muestra con imágenes, para que cada uno haga experiencia.
Todos las entendemos y sin embargo cada uno le enriquece con su experiencia
personal.
Hoy a través de esta imagen de la
vid, se nos invita a permanecer, a estar unidos a Jesús.
Esta imagen personalmente me encanta,
no solo por los frutos que nos dan: el buen vino, sino porque la vid, es
sencilla, necesita poca agua para crecer y dura mucho tiempo, cada rama es
independiente, pero a la vez es parte de un todo. Todas características muy
cercanas a como es Dios y a la
Iglesia.
Jesús habla de limpieza y poda por la
palabra anunciada (la poda siempre es costosa y dolorosa). De sarmientos que dan frutos, para que den más
todavía y aquellos que están en la vid a la vista, pero no están unidos, por
eso se secan y no dan fruto (cristianos de nombre).
Sabemos que esta permanencia en nosotros se da por el Espíritu que nos ha
dado.
Permanecer es la palabra clave del
Evangelio y la segunda lectura. (8 veces y 3)
Permanecer para tener vida,
permanecer para dar vida. Este permanecer que es comunión. Comunión con Jesús y
comunión con los hermanos. Este permanecer que no es solo estar, sino
comprometer el corazón.
Los textos de hoy nos ayudan al
discernimiento, a crecer como discípulos, a hacer metanoia.
Este discernimiento que se da por el
Espíritu que nos impulsa.
Ayer nomás hacíamos como comunidad un
ejercicio de esto en la asamblea parroquial. Escuchamos y observamos varias
áreas pastorales de la comunidad, escuchamos a muchas personas que hoy las
llevan adelante (escucha de la realidad), también rezamos con la Palabra y con ella en el
corazón dejamos que nos guiara para elegir o profundizar los desafíos de estos
tiempos. Todo esto lo vivimos en comunión, en un clima festivo y de encuentro
profundo.
Ayer dábamos gracias por la
comunidad, por la comunión que se viene dando, pero también se nos presentaba
como un desafío a seguir creciendo en integración y participación.
Uno se pregunta:¿Y cómo hacemos para
permanecer en comunión?
Con Jesús a través de la Palabra. “Si ustedes
permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes… darán fruto abundante”
La primera carta de Juan nos decía algo más que sabido por nosotros. Ámense los
unos a los otros.
Con
los hermanos la clave está en la primera lectura escuchábamos como Saulo
era justamente desconfiado por su pasado, y como Bernabé que estaba lleno del
Espíritu Santo se hace cargo de su vida.
Este es el modo de hacer un verdadero
discernimiento de nuestra vida de discípulos. Comunión con Dios, comunión con
nosotros mismos, y comunión con los demás.
P.
Alejandro
* * * *
* * * * * *
En
comunión con Jesús
Seguimos celebrando la Pascua ,
el Resucitado está en medio de nosotros y nos sigue invitando a descubrirnos
Iglesia. El domingo pasado nos regalaba la imagen del buen pastor y desde ella
nos invitaba a valorar la vida que nos da y a llevar como Iglesia esa vida a
los demás, una vida abundante. Hoy, desde la imagen de la vid, la invitación es a
descubrir que solo podemos ser Iglesia de la Pascua si estamos en comunión con Jesús.
Creo que lo primero que nos puede decir la imagen misma de la vid es que clase
de Iglesia es la que Jesús quiere que vivamos. Más allá de que la vid es una
imagen que los profetas han usado a lo largo de todo el antiguo testamento para
referirse al pueblo de Dios, y por eso ahora Jesús seguramente en la cena de
despedida la usa para decir que ese pueblo querido de Dios es Él mismo y quien
está unido a él, creo que esta imagen nos dice algo. La vid no es una planta
espectacular, grandiosa, sino sencilla, pequeña, pero que da mucho fruto. Me
parece que desde acá hay algo que se nos quiere decir, la Iglesia de la Pascua no está llamada a
brillar por sus éxitos, no podemos mirarnos como Iglesia y medirnos desde las
cantidades, desde si movemos o no a las masas. No. El camino pasa por seguir a
Jesús por identificarnos con Él, en su sencillez, en su fidelidad, en su estar
con los demás.
Por otra parte creo que esta imagen de la vid la podemos mirar desde la
experiencia que hemos vivido como Iglesia parroquial este sábado. Hemos
celebrado nuestra Asamblea. Acontecimiento que se da cada cinco años. Hemos
vivido una verdadera fiesta en el parque de la parroquia, compartiendo con
mucha sencillez la vida que hay entre nosotros en cada área pastoral, en cada
comunidad. Estuvimos acompañados toda la tarde por nuestro Pastor, Oscar. Y
hemos reflexionado sobre los logros que vivimos en estos últimos años y los
desafíos que tenemos por delante. Unos y otros podríamos mirarlos desde tres
ángulos que esta imagen de la vid nos invita a tener en cuenta.
El primero es la invitación insistente de Jesús a permanecer en Él, “separados
de mi nada pueden hacer”. En la
Asamblea estaba clara esta conciencia de la necesidad que
tenemos de él, y se lo decíamos en la oración: “Gracias porque salís a nuestro
encuentro en la oración y la palabra. Necesitamos ponerte cada día más en el
centro de nuestras vidas.” En esta búsqueda de comunión con Jesús la clave está
justamente en la Palabra.
El mismo Jesús hoy nos lo dice “ustedes ya están limpios por
la palabra que les anuncie…si mis palabras permanecen en ustedes pidan lo que
quieran”. Qué bueno sería que en nuestra vida personal y comunitaria la Palabra esté cada vez más
en el centro, que la conozcamos, la profundicemos, la llevemos más a la oración.
Con ella en el corazón vamos a poder ir conociendo cada día más lo que Dios
quiere de nosotros como lo decía Juan en su carta: “si el corazón no nos hace
ningún reproche podemos acercarnos a Dios confiadamente”. Es la palabra la que
ilumina el corazón y nos permite acercarnos a él con confianza.
Pero la comunión con Jesús no es aislada de cada uno. Cada sarmiento de la vid
solo puede dar fruto si está unido a la vid, pero esta es una totalidad, cada
uno de ellos forma parte de un todo. Esto es lo segundo que nos invita a vivir
esta imagen. Solo podemos ser Iglesia de la Pascua si vivimos una profunda comunión entre
nosotros. En la oración de la
Asamblea se lo decíamos a Jesús: “Gracias porque hemos sabido
crecer en comunión integrando la diversidad que hay entre nosotros. Necesitamos
mejorar nuestra comunicación”. Esta comunión en la Iglesia es en definitiva
encarnar el amor de verdad al cual nos llama San Juan en su Carta. La comunión,
el amor, no se puede simplemente declamar, hace falta gestos concretos que lo
realicen. Gestos como el de Bernabé, que ante la dificultad de Pablo con la
primera comunidad cristiana “se hizo cargo de él”. Cuanto necesitamos hacernos
cargo de los demás, compartir con ellos alegrías y tristezas.
Por último si vivimos en comunión con Jesús y con los demás como los sarmientos
en la vid, entonces estamos llamados a dar frutos. Esta comunión no es para
quedarnos encerrados, sino para salir y dar frutos. “La gloria de mi Padre
consiste en que ustedes den fruto abundante y así sean mis discípulos”. Como
nos recuerdan los obispos en Aparecida, no podemos ser discípulos si no somos
misioneros. Y esto también lo reconocíamos en la oración de la Asamblea agradeciendo:
“Gracias por los gestos misioneros que nos permiten llevarte a nuestros
hermanos.” Y pidiendo: “Necesitamos salir más a nuestros barrios llevando tu
presencia”. Después de describir el gesto de comunión de Bernabé, se nos dice
en Hechos que “la Iglesia
se consolidaba e iba creciendo en número”, naturalmente la comunión lleva a la
misión, a sumar a otras personas a la comunidad para que vivan el encuentro con
Jesús.
Que podamos ser cada día más una Iglesia de la Pascua , que podemos
descubrirnos parte de la Vid
verdadera. Que descubramos la necesidad de vivir en comunión con Jesús,
integrándonos unos con otros y así demos frutos en la misión.
P. Ignacio
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Cuarto Domingo de Pascua, Ciclo B
Por Pbro. Alejandro Agustoni
¡¡¡Miren como nos amó el Padre!!!! Así comienza la segunda lectura. Este mirar que nos invita a no ser meros espectadores, sino a hacer experiencia: es un mirar con protagonismo es hacer oración (diálogo de amistad), involucrando todos nuestros sentidos, imaginación, yendo más allá de la letra escrita.
Así, para
profundizar en el misterio de la
Pascua , a partir de este 4º Domingo aparecen varias imágenes
para entender a Jesús y la
Iglesia.
Hoy la Imagen del Buen
Pastor, que conoce, protege, cuida, se comunica y ama hasta entregar la vida.
El Pastor se entrega de lleno, con toda su vida.
Jesús había
dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupado
por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y
olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se
le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.
“Yo las
conozco y mis ovejas me conocen a mí”
Conocer en Juan
es participar en una misma vida, entrar en comunión.
Así se invita
a la Iglesia a
ser imagen y testigos de este nuestro Buen Pastor.
Los Corrales
y rebañosson lugares que dan seguridad.(comunidades – grupos – familias), que
están llamados a reconocerse en la unidad con y por Jesús entre nosotros. A
escuchar su Palabra, acompañarse y sostenerse a crecer junto a los otros.
En
contraposición aparece la imagen del asalariado que no se siente parte, sino
que solo tiene una razón funcional, utilitaria (un mero trabajo). Así cuando
surgen los problemas, abandona y huye, sin preocupación ya que no puso el
corazón en lo que estaba haciendo.
Uno de los
mensajes hoy es la de tener la camiseta puesta… a veces nos la ponemos con
mucha ilusión, ponemos el corazón en las cosas que hacemos o elegimos, pero el
tiempo se convierte en este lobo que ataca, que desilusiona, y uno empieza a
escapar.
Jesús nos
invita a identificarnos con Él, a observar como el amor es comprometerse hasta
dar la vida, para tenerla en plenitud….
Él la da
libremente, y nos invita a hacer lo mismo. Volver a elegir el compromiso y
asumir las consecuencias hasta el final….
Pidamos
al Padre que las consecuencias de la Pascua nos encuentren con actitud de escucha
activa hacia su Hijo y nuestros hermanos.
Que
experimentemos en nuestras vidas su protección y ante las
dificultades de la vida, no nos dispersemos por miedo, teniendo la seguridad de
que la entrega total de nuestra vida tiene la recompensa de la resurrección acá
en nuestra vida cotidiana.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Juan 3, 1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
El buen pastor da la vida por las ovejas
El buen pastor da la vida por las ovejas
Lectura del santo
evangelio según san Juan 10,11-18
En aquel tiempo, dijo Jesús:
- «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
En aquel tiempo, dijo Jesús:
- «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
Palabra del
Señor.
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Vida en abundancia
Todos los años cuando llegamos al cuarto domingo de Pascua nos encontramos con
la imagen del buen pastor que el evangelista Juan desarrolla en torno a la
persona de Jesús en el capítulo 10 de su evangelio. Uno puede creer que así al
no aparecer ya los relatos de las manifestaciones de Jesús resucitado dejamos
de lado la pascua, pero nada más alejado. Nos vamos a ir metiendo cada vez más
en entender cómo vive una comunidad pascual, en donde se pone de manifiesto la
vida del Resucitado.
Las dos
primeras lecturas nos hablan del amor. Juan en su carta del amor de Dios que
nos manifiesta en Jesús, haciéndonos sus mismos hijos. Y Pedro en los Hechos
pone de manifiesto que ese Espíritu, Amor de Dios, que hizo nacer a la iglesia
de la Pascua
vino para impulsarla a vivir el amor, jugándose ella por los demás como lo hizo
Jesús, y en nombre de Jesús. Así como la opción de Jesús por los pobres,
débiles y enfermos lo llevó a entregarse hasta dar la vida, también los
cristianos sienten que no pueden callarse y deben actuar siguiendo el mismo camino.
Esto es el mejor prólogo de lo que va a ser poner la mirada en el Buen Pastor,
ya que es él el que da sentido a tanto amor y tanta vida derramada en esta
primera comunidad.
La parte que
este año leemos de este capítulo 10 de Juan nos invita a descubrir que hay dos
realidades, la del pastor auténtico y el mal llamado pastor, que es un simple
asalariado. El primero es el que considera a sus ovejas como su tesoro, allí
está todo, las cuida tanto como a su propia vida, sin ellas no podría vivir.
Por eso como veremos después hay con ellas una relación muy cercana y personal.
En cambio el asalariado simplemente realiza un trabajo, movido por un interés
material y concreto, cobrar un salario. No se siente implicado con la vida de
las ovejas, con su suerte, porque no tienen que ver con él, son un mero
instrumento para lograr su fin: cobrar un salario.
El asalariado
y el pastor tienen cada uno de ellos tres características, que a la vez describen
a quien vive de la pascua o al margen de ella. Lo primero que caracteriza al
asalariado es el miedo. Ante los peligros, las amenazas, las dificultades, lo
propio del miedo es encerrarse en uno mismo. Todo lo que rodea asusta, hay
incapacidad de ver al otro como alguien que nos complementa. Así estaban los
discípulos antes de la pascua, “encerrados por temor a los judíos”. La segunda
actitud del asalariado es el abandono. El temor lleva a dejar todo y a todos.
Esto produce dispersión en el rebaño. Cada uno dispara para su lado, no hay
unidad, seguimos sin ver al otro como compañero de camino, más bien lo vemos
como un extraño. Así veían a Jesús los discípulos de Emaús antes de abrirse y
reconocerlo. Y la tercera actitud es la de la huida. A veces es huir de uno
mismo, a veces huir de los demás, pero siempre es buscar salidas escapes para
no enfrentar la propia realidad que muchas veces cuesta, porque pasa por el
dolor, por la cruz. Es la actitud de los discípulos cuando en medio de la noche
de la muerte de Jesús se dicen “vamos a pescar”.
En cambio la
actitud del pastor es la del conocimiento. “Conozco mis ovejas y ellas me
conocen a mí”, dice Jesús. Esto es lo que Jesús vivió con cada uno de sus
discípulos en su ministerio de Galilea, una relación cercana, de confianza, da
cariño. Y es lo que se plenificó a partir de la Pascua. Hoy no podemos
ser una Iglesia de la Pascua ,
que quiere vivir el camino del Buen Pastor si no buscamos afianzar nuestros
vínculos, si no tratamos de conocernos cada día más. Nunca podemos ver al otro
como amenaza, tampoco como alguien que me es indiferente, sino como hermano. La
segunda actitud del pastor es la unidad. El conocimiento del que habla Jesús no
es meramente intelectual, sino del corazón, y a medida que va creciendo va llevando
a una unidad mayor. El Jesús pascual va gestando en torno a él esta unidad que
ya se empezó a gestar en Galilea. Pero en la Iglesia de la pascua hay una conciencia cada vez
mayor de que esa unidad no puede dejar a nadie afuera. Jesús lo dice: “Un solo
rebaño y un solo pastor”. Este es el gran desafío de una iglesia que quiere
seguir al Buen Pastor, ser cada vez más inclusiva, que nadie se sienta afuera,
que todos se descubran parte, y que juntos vivamos cada vez más en comunión.
Finalmente el pastor da vida. No solo se juega por sus ovejas hasta arriesgar
la propia vida, sino que se desvive para que las ovejas tengan vida en
abundancia. Toda la vida de Jesús fue una vida para los demás. Y eso es lo que
vive la iglesia de la pascua, una vocación a lograr que todos experimenten la
vida del resucitado, aún en medio de los dolores, las cruces. La Iglesia pascual anuncia y
es testigo de una buena noticia que ya no se puede callar: el amor es más
fuerte que el odio, y la vida más fuerte que la muerte.
En este
cuarto domingo de Pascua, a la luz de la imagen del buen pastor la Iglesia nos invita a rezar
por las vocaciones de especial consagración, para que muchos respondan a la
llamada y para que los que ya respondieron crezcan en fidelidad y entrega.
Pidamos en esta eucaristía para que haya cada vez un conocimiento mayor entre
los pastores y la comunidad, para que juntos gestemos la unidad, y para que los
pastores no duden en entregar cada día su vida para que otros muchos tengan
vida en abundancia.
Pbro. Ignacio
Palau
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Tercer Domingo de Pascua, Ciclo B
RUPTURA Y CONTINUIDAD,
CONVERSIÓN Y PERDÓN DE LOS PECADOS Y, PALABRA Y TESTIGOS
“Conviértanse y crean en la Buena Noticia ” Así comieza la predicación
de Jesús en Galilea, su ministerio público. Esté mansaje atraviesa todo el
Evangelio.
Jesús pasó su vida planteando un camino de conversión, una ruptura de pensamiento
(Metanoia=conversión)
Cambia el pensar que donde hay muerte todo termina.
Donde hay conflicto no hay paz.
Donde hay pecado, no hay vuelta atrás.
Donde hay pobreza no se tiene nada para dar.
Si somos de una manera estamos destinados a vivir así.
Que el Padre recompensa a los buenos y castiga a los malos.
Que la enfermedad es consecuencia del pecado, y que uno queda fuera de
su amor.
Muchas veces pensamos que la
conversión es pasar de hacer las cosas mal a realizarlas bien. Pero creo que es
un modo muy reducido de mirar esta invitación que nos hace Dios en todo momento.
Si fuera así: ¿Queda entonces obsoleto el mensaje de Jesús?
Pensando en esto, me vino la imagen de un amigo que compartió unos años
de seminario conmigo.
Era políticamente correcto, era agradable, hacía las cosas que había
que hacer, rezaba mucho del modo que le habían enseñado en su familia y
colegio, ordenado, buen alumno, etc. Podríamos
decir que tenía todas las condiciones para ser cura. Sin embargo, había
algo que no terminaba de cerrar, le faltaba expresarse a sí mismo de manera
natural, auténtica, como lo hacía en el deporte.
Cuando salió del seminario, hizo un proceso que lo desestructuró por
completo y gracias a su mujer y a un encuentro personal con Jesús, hoy es otra
persona, aunque es el mismo en esencia.
Cada vez que nos juntamos no dejo de sorprenderme de su transformación,
su libertad interior, su espontaneidad y sobre todo su afectividad totalmente
integrada.
Para mí convertirse es plenificarse, crecer, es cambiar, encontrar la
felicidad.
Hoy Jesús se presenta ante sus discípulos trayendo su paz, su
presencia. Es el mismo y es el nuevo. Los discípulos necesitan ver a Jesús, no
a un espíritu de su persona, no un angelito. Ellos siguieron a Jesús y
necesitan encontrarse nuevamente con Él, aunque el haya cambiado.
Así es la pascua. Ruptura y continuidad.
Así lo fue la de Jesús y así son las nuestras.
Entonces uno se pregunta: ¿Cómo hacer para vivir esto en nuestras
vidas? ¿Cómo disponerme para hacer Pascua?
En primer lugar, la comunidad que me comparte sus experiencias de
encuentro, como los discípulos de Emaús y los demás que están a la mesa. Me
prepara, me sostiene en mis soledades y angustias, me da esperanzas.
En segundo lugar, La
Palabra , las escrituras, que me acompañan para conocer más a
Jesús y conocerme más a mí mismo; que me interpelan en mi modo de amar y
enseñan a ser discípulos.
En Tercer lugar, La
Eucaristía , donde me alimento de Jesús bajo los signos de pan
y vino, para poder encontrarme con Él en la vida diaria presente en cada
persona.
Con todas estas experiencias en
nuestra vida no queda más que ser testigos del paso de Dios que transforma y da
sentido a nuestra existencia.
Pbro. Alejandro Agustoni
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RENOVADOS EN EL RESUCITADO
Continuamos celebrando la Pascua de Jesús, la absoluta novedad que nos llena de Alegría. Este tiempo es una invitación a ir desarrollando y profundizando este camino de la fe, por eso no debe sorprendernos que continuemos compartiendo ideas y sentimientos que hemos comentado domingos anteriores, y aún en la cuaresma.
Por lo pronto hoy se nos invita a volver a descubrir esta novedad de la Pascua desde la dinámica de la continuidad y la ruptura. Tanto las Palabras que dice Pedro en los Hechos de los Apóstoles (“El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús”), como las palabras de Jesús (“Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”) nos muestran que la pascua de Jesús su novedad se da en este proceso. Hay una continuidad con una larga historia de salvación. Jesús viene a cumplir con todo lo anunciado y esperado por generaciones y generaciones. No podemos entender nuestro camino cristiano sino desde esta historia de salvación encarnada en este pueblo. Pero a la vez hay una ruptura, no se trata de una mera continuidad. De algún modo Jesús rompe con todos los esquemas de su tiempo, de su pueblo. Y esto es lo que en definitiva lo lleva al rechazo y la incomprensión. En el mismo Jesús se da este proceso de continuidad y ruptura. En cada manifestación de Jesús resucitado pasa lo mismo, cuesta reconocer a Jesús, entonces el apela a signos de su persona que hagan ver que él es el Galileo, el crucificado. En este caso les muestra sus llagas, diciendo “soy yo mismo”. Pero a la vez atraviesa puertas, aparece y desaparece. Es el mismo y es distinto.
Esta dinámica de la novedad como continuidad y ruptura se nos invita a que la vivamos nosotros en un nuevo llamado que nos hacen hoy las tres lecturas a una verdadera conversión. Pedro termina sus palabras invitando: “conviértanse para que sus pecados sean perdonados”. Juan nos invita a no pecar y si pecamos a confiar en Jesús. Y Jesús termina diciendo que “debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”. ¿Cómo se entiende la conversión desde esta dinámica de la continuidad y la ruptura? Muchas veces pensamos la conversión desde una visión maniquea, todo lo que hacemos está mal, tenemos que volver a empezar, y creemos que Dios quiere eso de nosotros, hasta a veces lo cantamos en un canto que creo no termina de expresar verdaderamente quien es Dios: “rompe mi vida y hazla de nuevo”, el trabajo del alfarero no es romper un vaso seco y empezar de cero, sino saber moldear el barro y dale forma nueva, pero es el mismo barro en sus manos, por eso prefiero el canto con la letra “toma mi vida y hazla de nuevo”. La conversión pascual, entonces, es un llamado a valorar lo mejor de nosotros como lo valora Dios, a ser más nosotros mismos, a profundizar nuestra identidad, pero a ponerla totalmente en las manos de Dios y dejar que el haga algo nuevo de nosotros, que lo mejor de nosotros se disponga al servicio del Reino. Y no siempre se trata de convertir pecados, también el llamado es a convertir miradas, criterios, principios de vida de modo que sean más evangélicos. Les voy a compartir esto de un modo personal. Algo de esto dije cuando cumplí mis 25 años de sacerdote. Siento que la Iglesia desde mi seminario fue moldeando mi corazón. No fui el mismo que entré del que salió del seminario. Y mucho menos soy hoy el mismo que se ordenó hace 25 años. Siento que he crecido, madurado, se me han abierto horizontes, me he replanteado tantos criterios en la mirada de la Iglesia, de la realidad social y política de la Argentina y del mundo. Creo tener una mayor apertura de inteligencia y de corazón. Y a la vez soy el mismo, con las mismas actitudes de vida, de paciencia, de serenidad. Es como que Dios fue moldeando mi vida para que lo que el mismo puso en mi corazón desde mi nacimiento y que fue creciendo en mi vida familiar hoy este de un modo nuevo al servicio del Reino. Ojalá cada uno podamos ir permanentemente descubriendo a que novedad nos va llamando Dios desde la continuidad de lo que somos.
Hoy también se nos invita a descubrir desde donde buscar esta novedad de la conversión pascual. Pedro nos habla de lo que Dios “había anunciado por medio de todos los profetas” y el evangelio dice que Jesús “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las escrituras”. No hay camino posible de novedad para el cristiano sino inspirado y sostenido por la Palabra. Tenemos que volver una y otra vez a la Escritura para conocer al Dios de Jesucristo. Solo allí vamos a encontrar a un Dios vivo que nos llama a una vida nueva. Y el otro camino es la Eucaristía. El relato de hoy comienza con el testimonio de los discípulos de Emaús, que cuentan que lo reconocieron al partir el pan. Y para manifestarse claramente Jesús come delante de ellos un pescado. Es en torno a la “mesa” donde nos encontramos de un modo especial en comunidad para que el nos abra el corazón y la inteligencia y nos ayude a descubrir los caminos nuevos que él tiene para esta Iglesia de la Pascua.
Vivir de esta manera, estando abiertos a la novedad de la Pascua, profundizando nuestra propia identidad nos lleva inexorablemente a ser testigos del resucitado. Jesús hoy nos dice como en aquella tarde “ustedes son testigos de todo esto”. No se trata de armar grandes planes de misión, de organización pastoral, si bien eso es bueno y claramente ayuda. Antes que nada se trata simplemente de “vivir” la novedad de la Pascua. Si nos encontramos de verdad con Jesús resucitado y dejamos que el renueve nuestro corazón, ni siquiera vamos a tener necesidad de decir como Pedro: “nosotros somos testigos”; porque los demás se van a dar cuenta solos de esta nueva realidad.
Pbro. Ignacio Palau
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Segundo domingo de Pascua, Ciclo B
Segundo domingo de Pascua, Ciclo B
El que se quema con leche…
Los discípulos están desilusionados, acaban de invertir tres años de su vida siguiendo a Jesús, y sus promesas de un reino nuevo, sin embargo hace tres días lo vieron morir crucificado.
Este tipo de desilusiones son más cotidianas de lo que pensamos. (Matrimonios que se casan con la seguridad de encontrar al amor de su alma y unos años más tarde se enteran que la pareja los defrauda de diversas maneras, esperaban ser escuchados y acompañados en momentos difíciles y quien está a su lado no responde a sus expectativas; Sacerdotes que entregan su vida por un ideal, y resulta que la iglesia no cambia a su ritmo y se sienten solos, que el celibato no es lo que esperaban…; amistades que tras largo tiempo se equivocan, y se separan por un error; cristianos que se integran a las comunidades de lleno esperando que la primer lectura que leímos sea verdad, y se dan cuenta que viven en conflictos, que hay celos y resistencias, que se los utiliza…)Lo que se esperaba como un reino de paz y amor, se convierte en cruces que nuestras fuerzas humanas no pueden franquear.
Así están estos discípulos, cuando se les aparece Jesús en medio trayendo este saludo de paz, su Shalom (plenitud de estado); pero hay que tener en cuenta que ya Pedro y el discípulo amado habían visto signos de la resurrección, que María Magdalena se había encontrado con el resucitado y este le había dicho que subía a su Padre, el Padre de ustedes. Esto ya los predisponía de una manera especial para el encuentro.
Así pasa cuando uno vive como testigo, no puede provocar el encuentro con el resucitado para los demás, pero puede predisponer el corazón. Estas y tantas realidades de cruces que nombramos, pueden ser atravesadas y reconvertidas por el Espíritu del Señor. El Testigo de la resurrección recibe como los discípulos este Espíritu que lo capacita a vivir y anunciar algo que va más allá de nuestros sentido y nuestras fuerzas, que cree que lo muerto solo es un paso para una vida más plena.
Es por eso que Tomás se resiste a creer. El necesita restaurar su confianza con cosas más evidentes y palpables que las palabras de sus amigos. Necesita ver y tocar los signos de muerte. Deseo más que humano, y que en el transcurso de la historia no hemos sabido respetar.
La fe necesita experimentar un encuentro que fundamente nuestro seguimiento.
Generalmente comenzamos compartiendo la Eucaristía con nuestros chicos, mucho maás tarde incorporamos la Palabra (si es que lo hacemos realmente, y si estamos dispuestos a compartir nuestro corazón empezamos a vivir en comunidad).
El proceso de paso de la desilusión a la esperanza, del rencor al perdón, del error a la verdad, de la enfermedad a la salud, es únicamente de Dios, pero nosotros podemos allanar el camino con nuestro testimonio.
Por otro lado, el Espíritu que Jesús sopla sobre sus discípulos, es el mismo que lo animaba durante su vida terrena, haciendo a los ciegos ver, a los paralíticos caminar, a los enfermos tener salud, a los muertos vida. Espíritu de paz y reconciliación; por eso el perdón es un don de Dios para todos los discípulos y discípulas que quieran seguirlo en su modo de entrega amorosa. No alimentando falsas ilusiones de comunidades y relaciones perfectas, sin errores ni fragilidades, sino con la herramienta más poderosa que nos da: “Su Perdón”
Aprender a esperar los tiempos de los demás, su necesidad de evidencias más palpables, pedir y vivir el don del perdón como algo fundante en nuestra experiencia de fe, de vida de comunidad.
Comunicar la experiencia del resucitado en nuestra propia vida, su paso por las heridas profundas, el testimonio de su fuerza sanadora.
Pbro. Alejandro Agustoni (Cucu)
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Segundo domingo de Pascua
Una fe vivida y testimoniada en comunidad
Continuamos celebrando la pascua de Jesús. La Iglesia nos invita a vivir durante una semana la intensidad del domingo pascual. Y durante cuarenta días más continuar celebrando esta alegría. El evangelio de este domingo nos invita a contemplar como Jesús se aparece a sus discípulos el mismo día de la resurrección y una semana después. Es el mismo Jesús que se vuelve a manifestar y entonces vuelven también a surgirnos las mismas preguntas que nos hacíamos en la pascua: ¿Por qué estamos acá? ¿Por qué tenemos fe en Jesús nosotros y hay tantos que permanecen indiferentes ante el mayor acontecimiento de la historia? ¿Por qué en tiempos de Jesús un pequeño grupo de personas sintió que le cambio la vida y el resto de la humanidad siguió su camino? ¿De dónde nos viene la fe que tenemos? No es fácil responder. Lo primero que tenemos que decir es que la fe es puro don de Dios. Nunca está bien engrandecernos por lo que somos o tenemos, mucho menos en esto. Pero ¿qué hace falta para recibir este don de Dios? ¿Cómo entrega Dios su don? Hoy la historia de Tomás nos da alguna pista. Quizás en una primera lectura nos surge una mirada condenatoria a la actitud de Tomás, hasta podemos leer la escena de Jesús con él y encontrar en sus palabras un reproche. Pero la realidad es que para poder vivir la fe es necesaria alguna experiencia de encuentro con el resucitado. Así se pone de manifiesto con cada una de las apariciones de Jesús, Tomás no puede ser la excepción. El necesita al igual que los demás dejarse impactar por un signo. Las marcas de los clavos y el costado abierto son justamente eso un signo vivo del amor de Jesús resucitado, el que se dio hasta el final. Tomás no necesita meter la mano y tocar esas marcas. Es justamente esta experiencia de amor de parte de Jesús que no duda en manifestársele la que lo lleva a la confesión de fe más clara de toda la escritura: Señor mío y Dios mío. También nosotros necesitamos esta experiencia, algún signo, una manifestación de un Dios que es amor, ciertamente que cuando los tenemos podemos permanecer ciegos y rechazarlos, o podemos abrir el corazón y descubrir allí la presencia de Dios, pero nunca descubriremos esa presencia sin la experiencia. Mientras reflexionaba en torno a estas cosas tuve un llamado de alguien muy cercano. Hace un par de años que es papá, teniendo casi mi edad. Y en un momento de la conversación me dice “este hijo me cambió la vida, yo siempre digo que no creo en Dios, pero ahora no sé, porque cada vez que lo veo digo es un regalo de Dios.” Y sí le dije Dios se está manifestando ahí. Qué bueno sería en este domingo volver sobre nuestra vida con un corazón agradecido sobre tantas manifestaciones de Dios que han ido jalonando nuestra historia de fe. Seguramente cada uno podemos descubrir muchísimas experiencias de Dios, no solo una. La fe es proceso, la fe es dinamismo, y más allá de los primeros signos que la despertaron en nosotros hay tantos que la van fortaleciendo.
Sin duda que entre los signos que Jesús deja en la historia a partir de su vuelta al Padre para que veamos y creamos, uno muy especial es la comunidad. Ya los primeros cristianos eran para los que los veían y conocían un signo vivo de la presencia de Jesús. Es a partir del testimonio de ellos que tantos se acercaban se hacían bautizar y seguían el camino de Jesús en la comunidad. Hoy una vez más se nos habla del “testimonio de la resurrección de Jesús” que daban los apóstoles, y de que “gozaban de gran estima”. Y se nos muestra cómo vivía esta comunidad. Por una parte vivían lo que los griegos decían que era la amistad “tenían un solo corazón y una sola alma”. Justamente así describe San Gregorio su amistad con san Basilio: “Era como si los dos cuerpos tuvieran un alma en común. Pues si bien no hay que dar crédito a los que afirman que todas las cosas están en todas partes, en nuestro caso sí podía afirmarse que estábamos el uno en el otro.” Por otra parte se los caracteriza como una verdadera familia: “los bienes en común para que nadie pase necesidad”. La fe entonces brota del testimonio de la comunidad y a la vez nos da el ser parte de ella. Lo decía Benedicto en Aparecida cuando se reunieron los obispos latinoamericanos: "¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás". La fe entonces brota del testimonio de la comunidad y es una invitación a ser parte de ella. Pero lógicamente no se trata de cualquier comunidad. Este tiempo de la pascua es un tiempo para volvernos a mirar y descubrir todo lo gozoso, que tiene nuestra comunidad concreta, y también tomar conciencia de cuanto tenemos que crecer para llegar a tantos hermanos que todavía no han hecho experiencia del resucitado. La asamblea parroquial que pronto vamos a celebrar, será ocasión para ello.
Finalmente cuando en una comunidad se vive la presencia del resucitado lo primero que se experimenta es la paz. Mientras la comunidad de los discípulos de Jesús no se abre al resucitado, sino que se queda encerrada mirándose a sí misma con desilusión es invadida por los miedos. Cuando se abren a recibir al resucitado lo primero que experimentan es la paz más profunda. No la que da el mundo como dijo Jesús en la última cena, sino la experiencia de la total salvación por parte de Dios. Cuando no hay una profunda paz en el corazón de cada uno y en el de la comunidad, quiere decir que allí no está Jesús. Es entonces necesario abrirnos a él, a su amor que todo lo sana, que todo lo perdona, que todo lo reconcilia. Esta experiencia del perdón y la reconciliación muchos la hemos celebrado en estos días de cuaresma y sobre todo la semana santa, en el sacramento de la reconciliación. Alguien que veía como se retiraba la gente de este encuentro me dijo: “es muy lindo ver como todos se van con una gran sonrisa”. Qué bueno sería que si no hemos vivido aún esta experiencia aprovechemos este tiempo pascual para hacerlo.
Pbro. Ignacio Palau (Goti)
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Domingo de Pascua
Hoy estoy desilusionado. Esperaba encontrarme con un relato de Jesús resucitado, que se le aparezca a las mujeres o a los discípulos y nada. Lo peor es que nunca aprendo, porque siempre es así.
Escuchamos este evangelio de Juan, que nos cuenta que María Magdalena fue al sepulcro a llorar, y vuelve desesperada. La piedra fue quitada, y se llevaron lo único que quedaba de Jesús, su cuerpo. El Evangelio, nos habla de progresividad, de profundidad, de la experiencia de comunidad y complementariedad.
María corre, y comunica algo que vio con una interpretación lógica (el cuerpo se lo llevaron) a Pedro y al discípulo amado, los dos corren, pero uno más rápido que el otro, y se queda en la entrada, ve algo más: las vendas en el suelo. Pedro llega más tarde pero va más profundo y ve también el sudario.
Lo que buscaban era a un muerto, bien muerto, no alguien que murió de un paro cardíaco y que podemos ilusionarnos con que se durmió, Él era el Crucificado, lleno de sangre y heridas. El texto termina diciendo…él también vio y creyó…” Aunque no habían entendido.
El otro día cuando caminábamos en la plaza rezando el vía crucis, la mayor parte de la gente seguía en la suya, otros se movían cuando llegaba la procesión, para volver a su lugar una vez que esta se había ido, muchos incluso gente de nuestras comunidades vivieron estos días como un tiempo de vacaciones.
¡¡¡Una pascua más!!!!
Razones desde la razón para quedarnos con el viernes santo, nos sobran. Hace tanto que celebramos la Pascua y el mundo sigue igual.
Sin embrago, para muchos otros no lo fue. Después de muchos años encontraron fuerzas para invitar a algún familiar o amigo que estaba distanciado para compartir este domingo. Otros se acercaron a reconciliarse después de muchos años, y encontraron la paz que buscaban, otros, vivieron este camino junto a la comunidad y se decidieron a dar pasos de protagonismo. Algunos otros encontraron una luz de esperanza y un modo de luchar contra sus tentaciones o aceptar sus fragilidades, viendo como Jesús lo hacía en el camino a la cruz, o reconociéndose como Pedro.
Tres signos ambiguos aparecen en el texto la piedra corrida- vendas en el suelo- el sudario enrollado. Y creo que eso es lo que vemos a diario en nuestras vidas. Signos que pueden ser interpretados de modos distintos.
Cada uno de nosotros podemos quedarnos mirando la vida únicamente desde la razón y la lógica, y concluir que nada cambió ni lo hará, que nuestras vidas, familias, país, etc. tendrán un final que nada podrá superar o podemos dejar que esta palabra haga arder nuestro corazón, para abrirnos a la esperanza.
La resurrección es una locura si uno lo piensa desde una óptica individual, sin embargo cuando son varios los que confirman mi certeza del Jesús resucitado como experiencia personal, cuando son muchos los que describen la experiencia de encuentro con Dios poniéndole palabras a mi propia experiencia, aunque no me conozca, cuando al igual que en el relato de los discípulos de Emaús muchos al mismo tiempo en distintos lugares experimentaron al Resucitado, entonces podemos decir y entregarnos a la novedad de un Dios presente, vivo que habla de un modo distinto.
Que como testigos del Resucitado en nuestra vida nos comprometamos con la realidad, con una mirada renovada, profunda y comunitaria, que lee los signos de los tiempos de manera esperanzada.
Qué al presentarse situaciones que nos toque acompañar o vivir, no dejemos nunca de hacer resonar este mensaje en nuestro corazón y nuestra razón y nos convirtamos en testigos de esperanza.
Cucu
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Reflexión Vigilia PascualEl crucificado ha resucitado y nosotros somos testigos
En estos días hemos vivido muy intensamente el misterio de Jesús, el misterio de la Pascua. Ha sido muy lindo poder compartir juntos en comunidad cada una de estas celebraciones. Ha sido muy movilisante para nosotros sacerdotes escuchar, en el sacramento de la reconciliación, tantas historias tan distintas y a la vez ser para cada uno y cada una que se acercó instrumento de la misericordia y la gracia de Dios. Hemos sido muchos los que vivimos estos días juntos tan intensamente, incluso en el vía crucis en la plaza seguramente hemos interpelado a más de uno que había llegado ese día allí simplemente a descansar un rato. Pero la verdad es que la gran mayoría de las personas en estos días siguió su propio ritmo de vida, en la plaza algunos que estaban allí simplemente al paso de la comunidad que hacía su Vía Crucis se corrían para luego volver a su actividad recreativa. Seguramente entre los que estamos acá tenemos en nuestras familias muchos miembros que no comparten la fe del modo que la vivimos nosotros.
Surge entonces la pregunta ¿porqué estamos hoy acá? ¿porqué elegimos vivir cada una de estas celebraciones? ¿Será solo porque tenemos un mandato interno? ¿será porque simplemente creemos en una serie de prácticas rituales o religiosas? ¿será por miedo a vaya a saber que castigo? Yo creo que no, quizás a alguno lo mueva alguna de estas cosas, u otra parecida; pero estoy seguro que la inmensa mayoría de los que estamos acá es porque en algún momento de la vida nos hemos encontrado con alguien que llenó de sentido nuestra existencia. Nos hemos encontrado con Jesús.
Y ¿Quién es este Jesús en el que creemos? Es el mismo que encontraron los primeros discípulos, un Jesús que mostró el rostro cercano de Dios, que se hizo compasivo, que pasó haciendo el bien, que vivió y enseñó a vivir la fe como alegría, que fue creando en torno a él comunión, acogida cordial, que despertó la esperanza de los más pobres débiles y sufrientes, que para esto no tuvo problema de enfrentar a los criterios y a las personas que sostenían un mundo injusto y donde Dios se entendía como alguien lejano y defensor de un sistema religioso que atentaba contra el bien de las personas. En definitiva el Jesús que conocieron y siguieron los primeros discípulos es aquel que anuncio y trajo el Reino. Es el que dio sentido a la vida de tantas personas. Y es el que ha dado sentido a nuestra existencia.
Pero esta vida de Jesús y este proyecto del Reino por muchos no fue aceptado, y tal fue el rechazo que lo llevaron a la cruz. Para Jesús esta fue la ocasión de jugarse hasta el final por el proyecto del Reino, por cada uno de los pobres débiles y sufrientes de este mundo. Para quienes lo crucificaron la muerte de Jesús fue el camino de demostrar que el sistema religioso y de poder manejado por ellos era el correcto y que el silencio de Dios en la cruz lo confirmaba. Pero no, la resurrección es la última palabra. La muerte y todo lo que lleva a la muerte no tiene la última palabra. El Padre está diciendo que el proyecto del Reino el que comenzó en Galilea es su proyecto, y que por él vale la pena jugarse hasta dar la vida. De ahí el anuncio de los ángeles: “Buscan al crucificado, ha resucitado!!!! “ Es el mismo y no otro, desde entonces los discípulos no pudieron dejar de creer, de vivir y de anunciar con sus vidas a Jesús y su pascua. El les dio sentido a su existencia, el les ayudo a mirar de un modo nuevo aún sus propias cruces, sus dolores, sus muertes.
En estos días como les decía antes muchos han venido también trayendo sus cruces a Jesús. De algunas de ellas somos testigos: tantos que sufren la violencia de las calles, en las mismas familias, en el mundo competitivo del trabajo. Tantos que experimentan la incomprensión de los demás, tantas experiencias de rupturas de vínculos, tantas heridas del pasado no sanadas. Hoy se nos invita a volver a descubrir que no estamos solos, que Dios no es indiferente a nuestra realidad, que se puede vivir una vida nueva, que la Vida y el Amor es más fuerte que la muerte y el odio.
La propuesta es la misma que se les hizo a las mujeres: Vayan a Galilea allí lo verán. Se trata de volver a lo más valioso de nosotros mismos y de los demás. Cuantas veces nuestras cruces son consecuencia de habernos salido de nuestro centro, el camino es volver a nuestra esencia, a la esencia de nuestros vínculos más profundos, pero de un modo renovado. Se trata de volver a apostar por lo que vale. Allí vamos a encontrar a Jesús vivo, resucitado.
Vivir la vida de este modo, vivir la vida nueva de Jesús, descubrirlo como el Dios de la vida, del amor, de la paz, de la alegría, como el que da sentido a nuestra existencia; es comenzar a ser sus testigos. A veces nos preguntamos cómo hacer para que otros tengan nuestra misma fe. Y no hay otro camino que ser testigos, que mostrar con la propia vida al Dios que nos habita. No se trata de ser grandes predicadores sino de encarnar el deseo que tenía San Pablo: “que con solo vivir predique el evangelio”.
Finalmente como los primeros discípulos también nosotros estamos invitados a descubrir que el proyecto del Reino no se puede vivir en soledad. Lo propio de la vida del cristiano es la vida en comunidad. Estos días y esta vigilia son expresión de que así lo entendemos. Que bueno sería que vivamos esta celebración como el inicio de la recta final hacia la asamblea parroquial. Ya tenemos un lema: Animados por el Espíritu, en comunión con Jesús. Si los primeros cristianos se convirtieron en testigos del resucitado, fue porque estaban animados por el Espíritu de Pentecostés. Hoy también este Espíritu nos quiere animar, nos quiere dar vida. Muchas veces me han dicho, cuanta vida tiene esta comunidad. Pues la asamblea será ocasión para celebrar esa vida y para disponernos a crecer en ella. Pero esta vida no es de uno solo ni de unos pocos. No hay forma de crecer en la vida sino en comunión. Jesús es la fuente de esa comunión. Él nos invita a trabajar cada vez más juntos, a valorar al otro, a reconocer la riqueza de la diversidad, a sufrir con el que sufre y alegrarnos con el que se alegra.
Que de un modo especial esta Eucaristía, madre de todas, nos ayude a vivir en comunión y a encontrar la razón para entregarnos por amor.
Pbro. Ignacio Palau
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Jueves Santo: Cena del Señor
El Evangelio dice: “…Él que había amado a los suyos que quedaban en este mundo, los amó hasta el fin”.
Este día es el día del amor, del servicio por excelencia, del Pueblo de Dios, de la comunidad Cristiana, de la Eucaristía.
Hoy consagramos los oleos que acompañan la vida de los cristianos, los sacerdotes renovamos nuestras promesas sacerdotales, de ser servidores del pueblo, y los cristianos escuchamos la invitación de Jesús de lavarnos los pies unos a otros.
Pablo en su carta a los Corintos dice: “Lo que yo recibí de los discípulos y a la vez les he transmitido es esto….Pablo tiene conciencia de su herencia y su misión. Lo que él recibió necesita ser contado, no debe quedárselo. Así como la Pascua debía ser celebrada recordando la liberación del pueblo de Dios de Egipto.
Una vez comiendo en una casa, me hicieron esta pregunta: ¿Qué es ser comunidad, que entendés por eso? Porque yo escucho que hablan de algo que suponen que todos entienden, pero no creo que sea así.
Les cuento una anécdota que quedó grabada en mí hace un tiempo. Fui a un velorio del marido de una señora de una de las capillas al que yo no conocía. Cuando llego, la mujer me dijo muchas veces vine a velorios a rezar, pero hoy no puedo, no tengo fuerzas, estoy muy triste y desconcertada. Instantáneamente, otra mujer de la comunidad dijo: “No te preocupes, nosotros rezamos por vos”.
Me pregunto: ¿No es esto un reflejo del modo de amar de Jesús, una respuesta a su pedido?
Este ejemplo resumió lo que veo yo de una comunidad Cristiana. A ser familia donde aprendemos a amar y crecer como Jesús. Un llamado a compartir alegrías y tristezas, donde nos liberamos de nuestras soledades, miedos, depresiones, enfermedades, adicciones, errores, discriminación, y también compartimos la alegría de la vida que llega a cada familia, de la sanación de enfermedades, de los logros de un hijo, de la reconciliación de algunos de los miembros. Donde cada uno tiene un lugar y los sacerdotes no son intocables y pueden mostrarse auténticos, no respondiendo a un rol pre-concebido, sino sirviendo como un hermano llamado a un estilo de vida particular.
La comunidad es una experiencia de encuentro, de tradición, de unidad, con una identidad propia (los miembros que la fueron componiendo desde el principio dejaron su marca).
Comunidad no es solo participar, sino tener el firme propósito de compartir el modo de Jesús, su destino de entrega hasta el fin.
La comunidad está llamada a identificarse con Jesús en toda su persona, por eso debemos buscar caminos en común, para dar respuesta a la realidad, desde criterios evangélicos, esta es la razón de encontrarnos cada semana en torno a la mesa, escuchar la Palabra y compartir el Pan.
Ahora los invito a mirar parte del estilo de Jesús, y preguntarnos de manera desafiante, Cómo podemos reflejar su estilo de vida y pastoral en nuestra realidad.
Pbro. Alejandro Agustoni
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Domingo de Ramos
Primer parte, Camino a Jerusalén
Llegamos al final del camino cuaresmal, y nos disponemos a celebrar
A medida que íbamos viviendo la cuaresma la reconocíamos como un camino con Jesús. Ese camino va llegando a su final. En realidad va llegando a su plenitud. Si en algún momento dijimos que era un camino de subida, ahora descubrimos que se trata de subir con Jesús a Jerusalén, al calvario, a la cruz. Estamos llamados a levantar bien alta nuestra mirada y a descubrir que hay algo más que el metro cuadrado que pisan nuestros pies. Este camino es camino de amor, es animarnos a vivir el amor en plenitud, hasta dar la vida. Es camino que se recorre desde la humildad, para andarlo Jesús no necesitó más que un burrito. Es este amor humilde el que despierta la alegría y la esperanza en un pueblo aplastado por la monotonía, la rutina, el sinsentido de la vida.
En un ratito más vamos a unirnos a Jesús en este camino, vamos a ser parte de este pueblo que lo recibe agitando ramas como signo de aclamación. Pero vamos también a participar del relato de la pasión. Esto no es más que una imagen de nuestra vida, marcada por alegrías, entusiasmos , esperanzas y también por dolores, fracasos, rechazos. Tener ahora estos ramos en las manos, agitarlos, y llevarlos después a casa no tiene otro sentido que el de recordarnos cada día nuestro deseo de seguir a Jesús y en consecuencia poner lo mejor de cada uno para no abandonar el camino. Será bueno que llevando ese ramo a nuestras casas lo pongamos junto a la cruz y cada vez que veamos en ella el amor de Jesús que se nos entregó por entero le pidamos a Jesús ser parte de ese amor, dando también nuestra vida para los demás. Vivir la vida así no es otra cosa que celebrar la pascua que ya en esta eucaristía se va a hacer presente. El que vamos a recibir en la comunión hoy es el resucitado que nos ha amado hasta dar la vida y que ahora vive en plenitud, que al hacerlo nos dispongamos a compartir su vida con los demás.
Segunda Parte, Contemplar a Dios en el crucificado
Después de haber caminado con Jesús hacia Jerusalén, ahora hemos caminado con él hasta el Calvario. ¿Qué hemos venido a contemplar? Nada más y nada menos que la coronación de un proyecto: El Reino. Mirar al crucificado es mirar a aquel que se jugó hasta el final por la causa de Dios. Es mirar a aquel que hasta con la propia vida se hizo cercano al dolor al sufrimiento de cada hermano, que no podía ser indiferente ante tanta pobreza y marginación religiosa, social, económica. Ya no son solo sus palabras y gestos los que expresan esta compasión sino el haber puesto su propio cuerpo en unidad con tantos que sufren.
Junto a aquella cruz había algunos que miraban y sentían y decían: tu proyecto es un fracaso. Donde está ahora todo lo que hiciste? Donde esta ese Padre que anunciabas? Pero en medio de tanta burla, de tanto odio, de tanta soledad, y ante el silencio de la muerte, se producen dos acontecimientos que empiezan a mostrar otra mirada. El velo del templo se rasga en dos y un centurión romano proclama este hombre es hijo de Dios. Mientras algunos se burlaban diciendo “tú que destruyes el templo y en tres días lo vuelves a construir sálvate”, por otra parte se pone de manifiesto que esto se empieza a hacer realidad. Dios no está en ese templo de material, ese velo misterioso que se rompe muestra que detrás de él no hay nada, ya todo ese sistema religioso no sirve, no es camino para el encuentro de Dios con su pueblo, misteriosamente Dios empieza a revelarse de otro modo y en otro lugar, en el despojo, el silencio, la humildad de
Por otra parte esta nueva manera de revelarse de Dios no es captada por los entendidos de lo religioso, sino por un hombre que no pertenece al pueblo de Israel. Es un centurión romano el que proclama: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. En esta cruz entonces se revela un Dios que es para todos, y para acercarse a él no hacen falta ni templos, ni rituales, ni normas. Todo lo necesario es un corazón abierto a recibir tanto amor.
Y nosotros entonces ¿qué vinimos a ver? Al crucificado que ha vivido su dolor, su cruz de un modo tan especial, que transforma todos los corazones, al que da sentido a su existencia, aún en medio del dolor. Toda la vida de Jesús es una vida para los demás, y la cruz no puede detener este sentido profundo de su vida. Toda la vida de Jesús es una vida en plena comunión con el Padre, en quien confía acabadamente, y la cruz no puede ser obstáculo para esta relación. Todo lo que Jesús vivió en su vida queda de manifiesto plenamente en la cruz. Jesús no es alguien que vive de un modo y muere de otro, su muerte revela el sentido de toda su vida. Por eso la cruz de Jesús es también una invitación a que le demos sentido a toda nuestra existencia. En nuestra vida vamos a encontrar momentos de gozo y de dolor, de éxito y fracaso. Mirar a Jesús en su entrega en la cruz es una invitación a que toda nuestra vida con sus luces y sombras tenga valor, más allá de la circunstancias por las que pasemos.
En definitiva la muerte de Jesús en la cruz es la forma de asociarse de un modo definitivo a la vida de tantos crucificados de todos los tiempos y lugares. El que se peleaba con las autoridades de su tiempo por mostrar su amor compasivo con los débiles y sufrientes, el que anteponía el bien de la persona por encima de cualquier norma cultual, el que anunciaba un Dios para todos no podía sino llevar todo esto hasta el extremo de la cruz. Contemplarlo allí no puede sino llevarnos al mismo lugar a cada uno. Ser seguidores de Jesús no puede ser otra cosa que ponernos al lado de cada crucificado y del lado de cada crucificado de este tiempo. Si así lo hacemos un día vamos a compartir el banquete del cielo, del cual la mesa que ahora vamos a preparar es un anticipo.
Pbro. Ignacio Palau
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“No explicar lo inexplicable”
<Cada mañana Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo>. No es lo mismo escuchar a una mujer que a un hombre. Aunque digan las mismas palabras, lo que se quiere decir, es casi siempre diametralmente opuesto. Lo mismo pasa con Dios. Él tiene su modo particular.
Ser protagonistas de nuestra fe, escuchar a Jesús en comunidad, son los dos pilares que venimos trabajando toda esta cuaresma.
En el texto de la transfiguración escuchamos al Padre que nos decía: “Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”.
Hoy en el relato de la pasión, ¿Qué escuchamos? Una expresión de soledad “Dios mio, Dios mio, porque me has abandonado? Y Un grito….
En todo el relato de la pasión escuchamos como la violencia va siendo la protagonista del relato. La omisión y complicidad de Pilato, la burla de los soldados, su agresión física, el desafío de los sumos sacerdotes (bajáte de la cruz), la envidia (motivo de la entrega), son todos los aspectos que aparecen, contrarios a la persona de Jesús.
A estas agresiones, Jesús no responde; tanto que Pilato se sorprende de esta actitud.
Entonces uno se pregunta ¿qué debemos escuchar? El silencio que habla de entrega, de solidaridad para con los inocentes, la convicción de llevar a las últimas consecuencias su entrega a todos los hombres, no solo en los momentos de éxito, sino también en los momentos difíciles. Su oración confiada al Padre, y su sentimiento de soledad, expresada en las palabras del salmo 2.
También escuchamos que en el mismo momento de su muerte, el velo del templo se rasgó a la mitad, evidenciando que ahí no se encontraba Dios.
Ser protagonistas de nuestra fe, es identificarnos con Jesús y actuar como Él.
Debemos ponernos a la escucha de este Dios que se hace hermano, sin grandes recetas, sino poniendo su cuerpo, imitándolo y descubriéndolo en cada realidad dolorosa.
Valorar la presencia y el silencio.
Cuando el dolor, la enfermedad, las adicciones, la soledad, la violencia, las burlas y el engaño se hacen presentes en la vida de los hombres, estas expresiones de soledad, de angustia y dolor, son casi una constante. Ahí es donde debemos encontrar al Jesús de la cruz, que nos invita a consolar, a permanecer fieles entregándonos hasta el final.
No debemos buscar tanto a Jesús en las estructuras religiosas, en grandes templos, ni siquiera en grandes maestros que nos enseñan doctrina, sino en el encuentro personal con quienes Jesús eligió identificarse desde un principio.
No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia.
Ojalá haciendo el camino junto a los sufrientes, enfermos, pobres y olvidados, descubramos la presencia de Jesús que se identifica especialmente con ellos, y anunciemos como lo hace el soldado romano: “Verdaderamente este era el hijo de Dios”.
Pbro. Alejandro Agustoni